lunes, 27 de junio de 2016

TEQUILA COXIS, DE EDUARDO GARCÍA AGUILAR: UN VIAJE A LA RAÍZ

 Por Jorge Nájar* 
 En su vena más honda, Tequila coxis(1) es un viaje a la raíz. No a la raíz étnica, cultural o política; un viaje a la raíz antropológica, tejida por toda una red sanguínea que la nutre. Este viaje empieza en una vieja y destartalada mansión de Ciudad de México; una casa de las antiguas familias patricias convertida en ruinas. La voz, los ojos, los sentimientos de Néstor Aldaz nos permiten visitar esas ruinas tanto humanas como arquitectónicas e incluso sociales. Así descubrimos el estado de decadencia en el que vive Porfirio Antúnez, representante de una antigua aristocracia venida a menos. Así nos compenetramos con el estado de caos social. Escombros de una lucha identitaria extraviada en la búsqueda de fantasmas de la historia. Denuncia y fascinación de una situación frecuente en la ficción y en la realidad latinoamericana.
El que llega a dicho espacio es un periodista que hurga en el pasado de ese ser decrépito. Hurga en pos de la verdad sobre la muerte de una actriz. Y como consecuencia de su inmersión, emerge la voz que rige la acción en Tequila coxis. Esa voz da cuenta de los movimientos y manifestaciones de esos personajes, para terminar cuajando en una novela poliédrica cuyo eje central, la búsqueda de los orígenes, vertebra todas sus facetas.
En uno de sus aspectos más visibles, con la apariencia de un canto a la ciudad multifacética, a la vez engendradora y devoradora de mitos y leyendas, de pasiones extremas y de personajes extraños, la voz nos conduce hacia la intrahistoria del cine mexicano en su época dorada. En paralelo, imbricado con ese canto, asistimos a la debacle de uno de los sobrevivientes de ese período de gloria reciclado por los azares de la vida en el líder máximo de un movimiento de “renacimiento” de los valores más singulares de la civilización mexicana pre-hispánica, en lucha a muerte con la cultura cataclismática y moderna del México contemporáneo. Sexo, droga y alcohol. Pero ya dije, en el fondo, el personaje central, se mueve a la búsqueda de saber quién es, quienes fueron los suyos, por qué ahí y en ese contexto, él que no es precisamente mexicano.
El descubrimiento de la verdad resulta un verdadero asombro para él y, singularmente, para el lector. Tequila Coxis resulta así un canto de amor y odio a la Ciudad de México, a la vida, a los azares de la existencia. En sus diferentes escenarios los personajes se cruzan, se tocan, se desean, se separan, se encuentran en habitaciones de paso a donde acuden los amantes, las esposas aburridas, los maridos hastiados, todos devorados por un deseo incontrolado.
Desde el dintel de la novela, después de haber visto el estado imperante en esa antigua mansión colonial el lector asiste al encuentro con otra de las constantes: el elemento a la vez cómico y misterioso de la Coatlicue. “En el otro extremo de la sala, en la pared, estaba el enorme cuadro de la Coatlicue, la diosa vestida de serpientes, la deidad que pretendía (Porfirio Antúnez) convertir desde hace años en centro de culto entre la gente de las barriadas... En medio de la decrepitud y cercano ya al fin, Porfirio Antúnez tenía aún aliento para canalizar sus odios a través de la diosa pétrea de espectral rostro ofídico, cubierta de mutilaciones y calaveras, y proyectar su ciega venganza contra Hernán Cortés, el conquistador que cambió el rumbo de estas tierras para siempre.” (pp: 15-16) Desde ese paradójico punto de partida, poco a poco iremos descubriendo el período de gloria de ese extraño personaje durante los años del esplendor del cine mexicano, autoconvertido en su decrepitud en el animador del movimiento aztequista-zapatista-anticortesinano. “-…¡Vamos a vengarnos de los españoles!- exclamó mientras engullía el último resto de la suculenta papa.” Marcada por una voluntad de análisis del extremismo identitario, Tequila Coxis no por eso cae en el tono de la denuncia; por el contrario, el flujo narrativo acarrea, por momentos, un fino sentido del humor y, en otros, un intenso dramatismo. Así logra poner al desnudo una pasión capaz de llegar al asesinato por amor.
Tequila coxis es, asimismo, una incursión en el mundo de las exageraciones libertinas y la usura de los cuerpos, con un entramado de novela negra en lo que ello conlleva penetrar en los lados más oscuros de una sociedad para indagar el pasado de una generación que se extravió en el mundillo del cine, la droga y el alcohol. El hijo de la frustrada estrella del cine, indaga por las circunstancias de la muerte de su madre y en su averiguación va descubriendo la ciudad y vive él mismo la pasión y se enreda en la trama del deseo con una serie de “libertarias”, cuyos comportamientos las convierte en seres caricaturescos.
Así, Ciudad de México en Tequila coxis es presentada como una fiera dispuesta siempre a dar el gran zarpazo, como una urbe llena de lugares asombrosos o siniestros. No por nada la presencia de roedores nocturnos y de mamíferos voladores entre los techos de la ciudad es una de las imágenes recurrentes a lo largo de la historia de la ciudad y de los personajes.
Las incursiones de Néstor Aldaz en pos de recrear el pasado de su madre le lleva a comprender que ninguna ciudad puede palpitar ni entenderse sin su historia negra, sin sus tragedias cotidianas y pasiones turbulentas. La historia de la delincuencia y de sus movimientos de “resistencia autoctonista” es también una historia de la ciudad y sus habitantes.
En muchas ocasiones, esta historia tiene más lustre que la oficial, la de los próceres y las gestas heroicas. Recordemos que las ciudades legendarias de la modernidad están marcadas por sus hechos delictivos y sus personajes criminales: Chicago, Los Ángeles, Nueva York, París, Londres. Tal también es el caso de Ciudad de México en la versión de Tequila coxis cuya mirada socarrona se burla de muchos militantes folklóricos de la identidad nacional e individual.
En medio de eso submundo Néstor Aldaz llega a descubrimiento de su verdadera identidad. “Y entonces supe, con horror, que era hijo del asesino de mi madre, una historia digna del griego Sófocles, y como un sueño, supe también que mi verdadero nombre no era Néstor Aldaz, sino Néstor Antúnez. Yo era pues la rencarnación del monstruoso y repudiable Porfirio Antúnez.” (p. 203)
Un abismal y fascinante relato en pos de la “identidad”.



(1) Tequila coxis, Eduardo García Aguilar. Editorial Colibrí S.A. México. Distrito Federal, 2003.

* Jorge Nájar. Poeta, ensayista y narrador peruano residente en Francia. (Pucallpa-Perú, 1946). Estudió en Lima Educación y Ciencias Humanas en la Universidad Nacional «Federico Villarreal». Trabajó de profesor en su ciudad natal. Ejerció en Lima el periodismo hasta 1976, cuando viajó a Francia donde prosiguió sus estudios de antropología en el Institut de Hautes Etudes de l’Amerique Latine, París III. En 1972 publicó su primer poemario Malas maneras. Obtuvo el Primer premio de la Bienal del Poesía del Perú (1984), Premio Copé de Oro; y el Premio Juan Rulfo de Poesía (Radio France Internationale, 2001). En 2002, la Editorial de la Unesco publicó su antología Poesía contemporánea de expresión francesa y, en 2003, la U. Católica de Lima lo reeditó. Toda su obra poética ha sido reunida en Formas del delirio (Ediciones San Marcos, Lima, 1999). Gran parte de su obra narrativa y poética ha sido traducida al francés: Le dire du malappris (Correcaminos, 1988); Pérou, contes populaires (Syros-Alternatives, 1989); Le diables rient (Syros-Alternatives, 1990); Toile Écrite (La Différence, 1992); Gravures sur maté (Folle Avoine, 1999); Figure de proue (Folle Avoine, 2006). Vive en París desde 1977 donde enseña y traduce poesía.

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