domingo, 6 de diciembre de 2015

BOTERO EN LOS ELÍSEOS

Por Eduardo García Aguilar
No lejos del palacio presidencial del Elíseo y de las avenidas que van hasta el Arco del Triunfo y que ya están iluminadas para las fiestas de Navidad y año nuevo, Botero, gran parisino, convocó este 2 de diciembre a coleccionistas, magnates, críticos y amigos de vieja data a la galería Hopkins de la lujosa Avenida Matignon para inaugurar una “Selección de obras recientes”, que estará exhibida dos meses.
Una puerta blindada de metal color violeta se abre accionada desde el interior como si fuera una caja fuerte y adentro amables damas reciben los abrigos de viejos millonarios, admiradoras damas crepusculares, amigos y estetas o críticos que suben por las escalinatas y caminan por dos salones desde cuyos ventanales se ven las luces de las Tullerías o las cúpulas del Grand y el Petit Palais construidos para la gran Exposición Universal de 1889, ambientes todos ellos muy proustianos en este invierno de 2015.
De inmediato el observador ingresa a ese mundo del gran pintor colombiano nacido en Medellín en 1932, universo lleno de colores, frutas y voluminosos personajes familiares extraidos de su imaginario pueblerino, como en estos dos cuadros de 2013, "Danzarines", donde dos parejas bailan brincando sobre botellas regadas o "Los músicos y la cantante", donde una mujer vestida de rojo y amplia cabellera rubia canta acompañada  por un grupo de hombres modestos que tocan  batería, guitarra y flauta traversa en un escenario cálido de Antioquia.
Son unos cuantos cuadros grandes, impecables, con un fondo bucólico de remansos verdes, tejados y cúpulas de iglesias, obras maestras que nos recuerdan al Botero discípulo de Ingres y Piero della Francesca, habituado desde muy joven a los museos de Madrid e Italia y del mundo, en busca de una expresión personal que un día descubrió al dibujar en Nueva York el orificio central de una mandolina que de inmediato adquirió nuevas dimensiones y lo cambió todo.
Donde quiera que se le vea, en una galería de Nueva York, en el museo Maillol o en su taller, Botero está ahí presente con gafas de aro de carey oscuro, casaca negra, o traje impecable de telas italianas y su figura semeja la del matador que una vez quiso ser de adolescente, listo para la faena, con la mirada lúcida, alerta, de quien viene de regreso de todas las batallas contra la modernidad y el pop en medio del cual emergió llevando la contraria en ese Nueva York de los años 60 dominado por Warhol donde dominaba el arte pop, el expresionista abstracto o el geométrico, tan lejanos a su mundo de origen, la Antioquia colombiana donde la gente se desplazaba y todavía se desplaza a caballo por colinas y montañas exuberantes llenas de pájaros, lianas, follajes y frutas maravillosas.
Más adelante, el espectador que apura el champán y deglute los pasabocas se topa con "Mujer en el Sofá", de 2013, hembra inmensa y desnuda de cabello negro que reposa alargada, serena, onírica, mientras guarda el banano a mitad mordido entre sus manos. O se encuentra con "Pareja en el prado", de 2012, ella vestida de azul de metileno y él fumando con camisa violeta y corbata roja mirando hacia el cielo. Ambos hacen la siesta en una colina desde donde se ven los tejados y las cúpulas de un pueblo que bien puede ser un villorio de su tierra natal, Santa Rosa de Osos o Sonsón, o uno de su querida Toscana, Pietrasanta, situados en viejas ex colonias de la España de Carlos V y Felipe II, en los tiempos del reino de Nápoles.
Y frente a frente, dos cuadros de 2013 donde por separado se ve a un hombre y a una mujer haciendo el pic-nic en un universo límpido de absoluta poesía, cuyo fondo contrasta con el aparente caos colorido de sandías, naranjas, bananos, vasos, cubiertos y restos que deja paulatinamente el solitario convite. 
Todos esos personajes están poseídos por una extraña tristeza existencial, igual a ese "Matador" de 2014, o la pareja de "El balcón" sobre fondo bucólico, de 2013, o "La plaza", también del mismo año, que nos lleva a esa infancia lejana de Colombia, porque gran parte de su obra al óleo es extraída de ese magma sepia de los mundos idos de la infancia, la violencia, la soledad y el dolor de su país de origen, que en este mundo reciente de su pintura se percibe en la mirada árida de los seres humanos presentados y el silencio espectral de sus ambientes de pesadilla por fuera del tiempo y la realidad estrictos.
También en esta ocasión se exponen unas cuantas esculturas escogidas para la ocasión: un "Pájaro" en mármol blanco, de 2014, una "Mujer desnuda en el lecho" en bronce, de 2006, una "Mujer a caballo" en bronce, de 2008 y más al fondo, para recordar el inicio de la aventura de sus volúmenes, un dibujo, "Guitarra en la silla", de 2006.
Botero está en el salón del fondo, en la oficina central de la galería, situada más allá de otra sala donde domina una enorme escultura en bronce de Lobo y en una pared, un pequeño cuadro de Max Ernst. Unas cuantas personas esperan para acercarse a saludar a la leyenda y pedirle les firme el catálogo de pasta dura envuelta en tela de un color amarillo intenso como el que aparece en algunos de sus cuadros. Bellas mujeres jóvenes le piden firmar el catálogo para su madre o la abuela y le dan un papel con el apellido exacto para que no se equivoque. A veces es la abuela misma la que se le acerca con lentitud y le expresa su admiración y casi le besa el anillo como si fuera el papa. 
Otros amigos lo abrazan o los impertinentes tratan de acaparar los preciosos segundos otorgados. Su esposa, la escultora griega Sofia Vari, atiende a los amigos en la otra sala y está pendiente cuando baja por un momento las escaleras.  Botero acaba de llegar de China, donde inauguró una exposición retrospectiva con motivo de los 35 años de las relaciones diplomáticas entre Colombia y la potencia oriental y en enero inaugurará otra muestra en la gran capital económica de ese país, Shanghái. 
Botero está ahí en el sofá y firma con paciencia a las decenas de asistentes. Es Botero y a estas alturas, con sus 83 años bien vividos, Botero es Botero: medio siglo de fama y éxitos permanentes. Cifras estratosféricas por algunas de sus obras lo atestiguan y lo posicionan como uno de los más cotizados del mundo. Como los grandes maestros de los últimos siglos, bebe el tiempo como Monet, Picasso, Maillol y Tamayo y su vocación es longeva. Cargando su gloria en vida, recorre en su periplo permanente Nueva York, México, Mónaco, Roma, Londres, Medellín, Bogotá, Tokio, Pekín, Berlín, Buenos Aires, Rio de Janeiro. Pero ahora está fugazmente en París como si las luces intermitentes de los Campos Elíseos fueran instaladas solo para él.    
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 * Publicado en Expresiones. Excélsior. México D.F. 6 de diciembre de 2015.