sábado, 5 de septiembre de 2015

EL MENSAJE DEL NIÑO AYLAN KURDI




 Por Eduardo García Aguilar

La foto dramática del niño migrante Aylan Kurdi hallado muerto en una playa turca luego de que sus manitas se desprendieran de las de su padre y se ahogara en aguas del Mediterráneo, desencadenó una reacción continental ante la tragedia del éxodo de millones de personas que huyen de las múltiples guerras que afectan el Medio Oriente, el continente africano y regiones asiáticas.

Ya son miles los ahogados en los últimos años en aguas del Mediterráneo, cuando las precarias embarcaciones en las que se hacinan con la ilusión de tocar costas europeas naufragan ante la indiferencia de Occidente, en parte responsable de las guerras desatadas en esas regiones por la codicia plutocrática y las políticas bélicas erráticas, como las ocurridas en Irak o Libia.

A esos muertos se agregan yemeníes, etíopes, sudaneses, chadianos, nigerinos, libios, tunecinos que huyen de otros ejércitos yihadistas como Boko Haram o de guerras civiles y atraviesan los desiertos saharianos por donde transitan hacia Libia o los que han quedado atrapados en zonas de Irak o Siria dominadas por los fanáticos salafistas del Ejército islámico, que ahorca, lapida, fusila, incinera o decapita a quienes consideran infieles a los preceptos del Corán.

Millones de sirios de diversas obediencias están en campamentos turcos, kurdos, libaneses. Son familias de clase media arruinada, gente trabajadora, que abandona todo para huir de la muerte con sus hijos en busca de otra oportunidad sobre la tierra, tal y como ocurría con la familia del Aylan, cuyo cuerpecito inerme se convirtió en el símbolo de este terrible drama contemporáneo mundial.

Porque el éxodo no se da solo en esas regiones asiáticas, africanas y mediorientales en guerra sino también en  nuestro continente latinoamericano, donde bajo la apariencia de gobiernos democráticos se da el éxodo de la población en países como Colombia, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y México, asediada por las fuerzas del orden coludidas con bandas criminales, cárteles de droga y mafias de toda índole.

Se olvida que solo en Colombia ya son millones de desplazados que huyeron a otros países de la región y del mundo en busca de oportunidades, a los que se agregan los desplazados interiores que nutren tugurios y suburbios precarios de las ciudades, zonas sin ley donde reina la muerte, lejos de los barrios de ricos que en cada ciudad son cotos vigilados y aislados del resto de la población, y donde las clases altas y los mafiosos practican la política del avestruz.

En los países centroamericanos limítrofes con México el drama es mayúsculo. Son países sin ley dominados por la corrupción y las bandas criminales, las famosas “maras” asesinas que reclutan jóvenes para robar y matar. De la pobreza huyen cientos de miles de jóvenes hacia el norte en buses o subidos a los trenes en largos viajes por el gigantesco y peligroso territorio mexicano, en cuyas rutas encuentran muchas veces la muerte.

La frontera de Estados Unidos, donde reina un muro, es también asaltada por esas poblaciones centroamericanas y mexicanas y de otros países del mundo que sueñan con llegar a ese país en busca de trabajo o de la compañía de familiares que ya ingresaron con antelación. El mundo se ha convertido entonces en una gigantesca ratonera, un barco ebrio, loco y perdido en medio del mar, a donde se suben los miserables que deja la guerra librada a cielo abierto por las grandes potencias que conquistan los recursos naturales del planeta y los territorios por donde transitan.

La imagen de ese niño tierno tirado como desecho en una playa turca fue el símbolo que desbordó por un momento el vaso de la indiferencia. Centenares de benévolos alemanes se volcaron en Munich a la Estación central para recibir miles de migrantes que llegan en trenes, ofrecerles comida, abrigo, orientación, juguetes a los niños y una sonrisa de amistad.

Porque hasta ahora la población europea veía a esos migrantes con desconfianza, como si fueran algo abstracto, bichos, alimañas, ratas, animales sin rostro, cuando son familias jóvenes, gente de bien que ha dejado casas, negocios, enseres, para escapar a la muerte decretada por los ejércitos de todo tipo, tanto los bombardeos occidentales como los fusiles y las horcas del fanatismo islamista. 

Desde los tiempos de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial no se veía un éxodo bíblico de tal magnitud. Es un éxodo imparable que no parece tener solución, mientras los grandes consorcios y capitales financieros y los magnates del mundo siguen engordando sus capitales hasta el infinito e incrementando la miseria de miles de millones de humanos periféricos.

Y aunque hay fuerzas neo nazis, conservadoras, godas, que vociferan en contra de los migrantes que llegan a Europa porque los suponen amenaza contra una supuesta raza o civilización autóctona blanca y milenaria, se ha visto también una ola de solidaridad en personas de todas las edades que se acerca a los campamentos europeos a mirar a los ojos a esos jóvenes africanos y mediorientales, parejas con niños tiernos y sonrisa llena de futuro, para darles un nombre y ayudarlos.

Esa misma ola de solidaridad europea reciente debería darse en América Latina, en Colombia, México, Centroamérica, en Los Andes, llegar a esos barrios de ricos apertrechados entre lujos custodiados por el ejército, ahítos de acumular y conservar privilegios y tierras y el Apartheid racial y de clase que les suministra servidumbre barata. El mismo éxodo se da en Colombia día a día en las capitales y en Chocó, Cauca, Nariño, Guajira, Tolima, Llanos,  ante la indiferencia casi general.

En Colombia han muerto miles de niños como Aylan Kurdi acribillados, violados, tasajeados a lo largo de un siglo por pájaros, chulavita, paramilitares, hacedores de falsos positivos, guerrillas, cárteles o por el hambre y el olvido.

Como en los viejos tiempos ocurría con los famosos gamines abandonados por la guerra, hoy hay millones de niños Aylan Kurdi colombianos, centroamericanos, mexicanos desplazándose de un lado para otro, de Venezuela a Colombia, de Guatemala a Guatepeor, mientras los líderes vociferan e incendian, siembran el odio y la guerra con sus miradas de sicópatas insaciables, cuyo único objetivo es conservar privilegios, dinero, oro, lujo, tierras, mansiones, servidumbre.  Por eso el ángel Aylan Kurdi, ahogado y tirado en una playa turca, es el símbolo del fracaso de la humanidad y del homo sapiens, el más cruel animal que ha producido la tierra.