domingo, 24 de mayo de 2015

ADIOS A OSCAR COLLAZOS

Por Eduardo García Aguilar
Oscar Collazos, uno de los grandes escritores contemporáneos de Colombia, murió hace una semana después de padecer una dura enfermedad a la que enfrentó con total lucidez, llevando la proeza hasta escribir su última columna sobre el robo de la primera edición de Cien de Soledad en la Feria del Libro, el pasado 7 de mayo, desde el hospital y una semana antes de su partida. 

Como casi todos los autores de su generación y de las anteriores, era un hombre surgido de los sectores populares, nacido en Bahía Solano (Chocó) en 1942 frente a las costas del Océano Pacífico, a donde se replegaron tantos colombianos de origen indígena o africano, descendientes de los esclavos que en la Colonia fueron trasladados a estas tierras a trabajar y morir exhaustos para enriquecer a los colonos blancos de origen hispano que hoy siguen en las riendas del poder. 

De Bahía Solano, donde vivió la primera infancia, Collazos se trasladó con su familia a Bogotá un tiempo y luego a Cali, donde desde adolescente se destacó como cuentista en el contexto de la gran actividad cultural que reinaba en esa ciudad de tierra caliente abierta al baile, el teatro, el nuevo cine, el arte, la danza, el pensamiento y las ideas renovadoras. En Cali floreció en los años 60 y 70 una de las generaciones de escritores, pensadores, dramaturgos, cineastas, poetas, músicos y artistas plásticos más notables del Colombia. 

Los investigadores tienen ahora la tarea de rastrear la savia renovadora que desde Cali y el Valle del Cauca en general irrigó la cultura colombiana en esos años. Collazos y sus contemporáneos del occidente mestizo del país abrieron ventanas a una Colombia acartonada donde todo se decidía desde la capital y al ritmo de la fiesta, el baile y la alegría, la curiosidad y la rebeldía desempolvaron la cultura y las ideas en Colombia. Todos miramos en algún momento hacia Cali como la añorada Meca pagana de la cultura, aunque ese corto verano fue cortado de tajo por los avatares terribles de la narco-paraco-historia del país. 

Desde Cali se trasladó a Bogotá, donde pasó por la facultad de Sociología de la Universidad Nacional, otro foco crucial del pensamiento colombiano, y muy temprano, en pleno 1968 renovador, viajó a París y se nutrió de la renovación cultural en Francia. Alemania, Suecia, Cuba, fueron otros de esos lugares donde Collazos vivió en su juventud, antes de instalarse por largo tiempo en Barcelona, donde se casó con la escritora catalana Nuria Amat y nació su hija Laia. 

Su estadía en la ciudad condal, centro del mundo editorial hispano del momento y su colaboración con grandes editoriales y figuras literarias latinoamericanas como Julio Cortázar y Gabriel García Marquez, en pleno auge del boom, solidificaron su rango como escritor a medida que publicaba sus nuevos libros Los días de la paciencia, Biografía del desarraigo, Crónica de tiempo muerto, que siguieron a sus primeras colecciones de cuentos publicadas en Colombia, Son de Máquina y El verano también moja las espaldas, que son la base de una vasta obra ensayística y novelística. Collazos regresó a Colombia en 1989 como lo hicieron otros autores colombianos que también coincidieron con él en Cataluña y en Bogotá creó para Colcultura la colección de la Diáspora y se dedicó a diversas actividades periodísticas, antes de trasladarse a Cartagena de Indias, donde vivió el resto de su vida. 

El autor de Fugas, Rencor, La modelo asesinada y Señor sombra, entre otras novelas, se caracterizó durante todos los años colombianos por una profunda serenidad y ecuanimidad como intelectual, que contrastaba con el nerviosismo general en años de terribles conflictos y deflagraciones políticas, delincuenciales, económicas y bélicas. Fue siempre generoso con sus contemporáneos y con las nuevas generaciones, no estaba desesperado por obtener a toda costa el éxito, el poder o la fama, y entre sus cualidades estaba no ser presumido ni vanidoso como su trayectoria hubiese podido sugerirlo. Entre sus principios figuraba no denostar de sus colegas escritores, ya de por si vapuleados por la vida. 

Además propició la fiesta y estuvo disponible siempre al diálogo y a la reflexión serena sobre los rumbos de la cultura y el país. Lo conocí desde muy temprano cuando en 1972 y 1973 yo cursaba los primeros semestres de Sociología en la Universidad Nacional y llegó a dar una conferencia a la que asistimos un centenar de estudiantes. Luego estuvimos celebrando con él y otros amigos en un restaurante de la calle 24 con séptima, cerca de la Biblioteca Nacional. En ese entonces, a los 29 años, era la estrella ascendente de la narrativa colombiana, famoso por su polémica con Cortázar y Vargas Llosa, publicada por Siglo XXI editores. Como lo dije en una crónica que escribí sobre su regreso con su esposa Jimena a París en agosto 2007, antes de cumplir los 20 años muchos escritores colombianos en ciernes queríamos entonces ser cuando grandes como Oscar Collazos y mucho tiempo después seguíamos pensando lo mismo. 

Ser como Collazos es vivir la literatura y la cultura con espíritu de tolerancia y serenidad, aportando a un país histérico y violento, marcado por el anatema, el insulto y la descalificación sistemática de los otros una pausa de diálogo y reflexión, basada en las ideas que otros grandes pensadores y escritores colombianos olvidados ya han trajinado con paciencia y generosidad. Ser como él es vivir lejos del odio y del insulto y más cerca de la amistad, el diálogo y la fiesta, como vivió Collazos en su larga trayectoria de 72 años como escritor. Es difícil decirle adiós a un amigo. Pero el solo hecho de que Oscar Collazos haya existido entre nosotros prueba que esa es la Colombia valiosa que debería predominar frente a los heraldos de la muerte, la inquina y el odio. 
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*Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo. 24 de mayo de 2015. 

martes, 12 de mayo de 2015

BARCELONA Y LOS ESCRITORES COLOMBIANOS

Por Eduardo García Aguilar
Cuando regreso a Barcelona y camino por sus calles, me asalta la imagen de los escritores colombianos que vivieron en esta ciudad, desde los radicales Antonio José Restrepo y José María Vargas Vila, quienes murieron aquí el mismo año, en 1933, hasta los miembros de la numerosa generación post macondiana que llegaron a la ciudad seducidos por el esplendor editorial de la época y tras los pasos de García Márquez. 

Vargas Vila (1860-1933) fue el rey de las letras latinoamericanas y el más grande best seller de su momento, autor de un centenar de libros, entre ellos novelas, diarios, panfletos y recopilaciones de crónicas que se vendían como pan caliente en toda América Latina y hacían las delicias de liberales y radicales de entonces por su espíritu anticlerical y escandaloso. Barcelona era entonces, como lo sería de nuevo tiempo después, una vez concluido el largo episodio de la dictadura franquista, el centro editorial hispanoamericano y todos los escritores del continente debían publicar en Sopena y Maucci y otras editoriales catalanas para tener alguna repercusión. 

Los libros salían de las prensas de la palaciega ciudad condal y viajaban en barcos a los principales puertos latinoamericanos como Veracruz, La Habana, Cartagena de Indias o Buenos Aires, donde los esperaban maestros, libreros, juristas y humanistas. En bibliotecas o en librerías de viejo de las capitales del Nuevo Mundo se puede palpar aun esas viejas ediciones que traían estampillas para garantizar la autenticidad de la edición y cuyas portadas de pasta dura eran muy vistosas y grotescas. Vargas Vila era el rey Midas de la edición y cada una de sus obras se agotaba pronto y requería de inmediatas reediciones en diferentes editoriales que se peleaban por tenerlo en su catálogo. Los jóvenes de aquella época eran seducidos por sus novelas de erotismo finisecular y su prosa cargada de adjetivos, adornos inútiles, anatemas y gritos histéricos sin fin. Hoy su obra es ilegible y salvo algunos curiosos casi nadie se acerca a esos volúmenes insoportables y pomposos. 

Barcelona era en tiempos de Vargas Vila una metrópoli impresionante que desde siempre albergó grandes templos y palacios y que en el siglo XIX se convirtió en una urbe moderna, poblada de Ateneos, bibliotecas, universidades y librerías, ciudad cosmopolita donde en los cafés, restaurantes y bares la literatura y el pensamiento reinaban, tal como lo describe el gran autor catalán Josep Pla en su Cuaderno Gris. A diferencia de París, que era la otra gran ciudad europea de la cultura, Barcelona tenía entonces la fuerza que le daba el mar y a su puerto llegaban los americanos, los indianos, que traían noticias frescas del otro lado del Atlántico. Ñito José Restrepo (1855-1933) y Vargas Vila vivieron en una gran metrópoli envidiable y de sueño que nada tenía que ver con la provinciana y fría capital colombiana. 

Pasaron más de tres décadas desde la muerte de Vargas Vila y Restrepo para que una nueva estrella de las letras colombianas, Gabriel García Márquez, se instalara allí a fines de los 60 y triunfara del brazo de su agente literaria catalana Carmen Balcells. García Márquez hasta su crepúsculo llegó como rey a Barcelona. Y su llegada a vivir a Cataluña atrajo a muchos jóvenes discípulos, entre quienes se cuentan Óscar Collazos, Héctor Sánchez, R.H Moreno Durán, Luis Fayad, Ricardo Cano Gaviria, las hermanas Colombia y Sonia Truque, Manuel Giraldo, Guido Tamayo y Miguel de Francisco, entre otros que vivieron y trabajaron aquí aunque con menos suerte que su patriarca el creador de Macondo. 

La primera vez que vine aquí, en 1975, casi todos estaban en Barcelona y colaboraban en las editoriales como correctores o traductores. Eran jóvenes apasionados por la literatura, dispuestos a dar la vida por ella, sin saber que eran casi los últimos especímenes de ese tipo de amantes sin límites de las letras, inspirados por la maestría de Jorge Luis Borges y la gran literatura europea del siglo XX. Por esas épocas, en los años 60 y 70, la ciudad era el paraíso de las letras hispanas antes de que el obtuso chovinismo catalán matara aquella fuerza e hiciera todo lo posible para reducir la presencia del castellano, para ellos su enemigo principal. Poco a poco todos los escritores colombianos de Barcelona, marginados como casi todos los "sudacas", se vieron obligados a regresar a su país, salvo Ricardo Cano Gaviria, que sigue con la antorcha en estos pagos. 

Los fanáticos politiqueros nacionalistas catalanes de hoy causarían el estupor de José Pla, Eugeni D'Ors, Ramón Vinyes y Merce Rodoreda y de toda una pléyade de grandes narradores, ensayistas y poetas catalanes que hicieron brillar el cosmopolitismo literario en este puerto de palacios delirantes y artistas inolvidables como Antoni Gaudí, Salvador Dalí, Pau Casals y Picasso. Esos politiqueros de hoy ignoran que en la segunda parte de El Quijote, el ingenioso Hidalgo vino a Barcelona para constatar su fama y terminar su gesta con la lucha frente al Caballero del Verde Gabán, que deseaba traerlo de regreso a casa. 

El 7 de mayo de 1905, hace 110 años, en esa gran Barcelona cosmopolita que conocieron Vargas Vila y Ñito Restrepo, los barceloneses celebraron una multitudinaria procesión en honor de Miguel de Cervantes Saavedra por las calles de la ciudad, como lo muestra una foto de la época publicada en el diario La Vanguardia. Y por eso yo ahora, imitándolos bajo el sol candente, manifiesto por las calles en memoria y honor de esos muchos escritores colombianos que vivieron aquí y lo dieron todo por la literatura y su Barcelona amada sin pedir nada a cambio, salvo el olvido.

 ------ *Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo. 10 de mayo de 2015.

domingo, 3 de mayo de 2015

¿FASCISMOS CÓMICOS?

Por Eduardo García Aguilar
El 1 de mayo, en pleno barrio de la Ópera de París ocurrió una obra de opereta bufa cuyos personajes centrales fueron las sexys adalides desnudas del movimiento Femen y el viejo líder histórico del partido fascista Frente Nacional, de 87 años, el exmilitar de ultraderecha Jean Marie Le Pen.
Para Le Pen las cámaras de gas durante el régimen nazi fueron solo "un detalle de la guerra" y con frecuencia invita a realizar nuevas "horneadas" con extranjeros, judíos o inmigrantes de otros orígenes, para limpiar la sangre milenaria del país de Juana de Arco.
Celoso por el éxito de su hija Marine, a la cabeza del partido por herencia monárquica desde hace un lustro, el carcamal enfermo, recién salido del hospital, donde era tratado por problemas cardíacos, subió a la tribuna cubierto con un impermeable rojo intenso y saboteó el inicio del discurso de su hija, de quien está alejado porque siente que le quitó el partido que él le dejó de herencia y se rodeó de jóvenes arribistas, algunos de ellos homosexuales para espanto del rancio macho, que quieren borrar la huella del impresentable vejete para gobernar el país.
Le Pen ha llevado la antorcha de la extrema derecha desde hace más de medio siglo, fiel a sus dictados más afines como la reivindicación del general Petain, quien encabezó la colaboración de los franceses durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial, la negación del Holocausto, el desprecio de los nativos de las ex-colonias francesas de África e Indochina, la incitación a la expulsión de inmigrantes de vieja data o la división de la Nación entre "franceses raizales", milenarios, blancos y rubios como él, sus hijas y nietas, y los de raíces impuras, extranjeras, negros, magrebíes, árabes, orientales y demás, de ojos negros, cejas moras y color aceitunado.
Todo esto parece caricatural, pero es el fuego que anima a los más radicales de la nostalgia ultraderechista seguidores del viejo Le Pen, quien cedió el partido a su hija Marine, abogada más a tono con su época, que se puso como tarea "desdiabolizar" el movimiento neo fascista con el nombre de Blue Marine (Azul Marina) y convertirlo en verdadera alternativa de poder, con tanto éxito que ahora las encuestas lo sitúan en primera fila y como alternativa de gobierno en cantones, pueblos y regiones.
El millonario Le Pen, tuerto, renqueante, ayudado por sus mayordomos, logró subir a la tarima para tratar de robarle el protagonismo a su hija traidora, mientras cerca de ahí las sorprendentes chicas desnudas del movimiento Femen, salían a los balcones de un hotel de la Avenida de la Ópera para hacer el signo fascista de la mano alzada, con esvástiscas pintadas en sus bellos torsos, en un espectacular performance antifascista frente a los manifestantes que desfilaban como cada 1 de mayo por las calles céntricas de la ciudad.
Las Femen fueron desalojadas con violencia ante las cámaras de todas las cadenas televisivas por el servicio de orden del partido neo nazi, cuya solemne manifestación anual en honor de Juana de Arco terminó convertida este viernes en opereta de circo, que oponía por un lado el padre a la hija como en las tragedias griegas y las jóvenes desnudas a las ideas de la intolerancia racial.
Ya hubiesen soñado los surrealistas de Breton con este bochornoso espectáculo en las calles de una ciudad museo que es la escenografía helada para 80 millones de turistas anuales y los viejos payasos como Coluche se carcajean desde sus tumbas, aunque cierto es decirlo, el viejo Le Pen subido a la tarima haciendo muecas temblorosas, como salido de un sarcófago egipcio, nos recuerda que millones de personas siguen sus ideas en la tierra de Voltaire y Víctor Hugo en medio de las incertidumbres de la crisis, las guerras en Oriente Medio y África,y que su auge es una verdadera amenaza para la cultura moderna y laica, que también es atacada desde otro frente por los no menos uiltraderechistas del yihadismo islámico.
A medida que avanza el siglo XXI los herederos del humanismo surgido del Renacimiento y de la era de Gutenberg, los hijos de Galileo y Da Vinci, de Dante, Shakespeare y Cervantes, de Goethe y Voltaire, entre otros muchos otros amantes de la cultura y la vida, no saben muy bien si la tenaza de los neo fascismos volverá a imponerse o si en la batalla de las letras, las artes, la vida y el pensamiento contra la ignorancia, la muerte y la brutalidad ganarán las primeras. Los fantasmas de Molière, Chateubriand, Bougaiville, Brillat-Savarin, Stendhal y Baudelaire, que vivieron por estos barrios en otros siglos deben rondar por estos parajes alertas como relámpagos impacientes.