domingo, 15 de junio de 2014

INUTILIDAD DE LAS GUERRAS

Por Eduardo García Aguilar
Un personaje tan ignaro como George Bush hijo se empecinó a comienzos del siglo XXI en realizar una guerra inútil en Irak, aduciendo falsedades y alarmando al mundo con la supuesta existencia de "armas de destrucción masiva", lo que se revirtió desde entonces de manera dramática para el pueblo
de Estados Unidos, afectado por los miles de soldados muertos y las colosales deudas contraídas, así como para el propio pueblo iraquí que vive entre el Éufrates y el Tigris, zona donde surgieron hace miles de años joyas de la civilización humana como las míticas ciudades de Nínive y Babilonia o luego la multifacética Bagdad.
Pasando por encima del concepto de las Naciones Unidas, los halcones del gobierno de ese presidente pendenciero se lanzaron contra el tigre de papel de Saddan Hussein y devastaron el país y la región, desestabilizando los frágiles equilibrios y haciendo renacer las viejas querellas religiosas y étnicas que ahora llegan al extremo de que el ejército islamista del Estado Islámico del Islam y el Levante (EIIL), incluso más extremista que Al Qaida, está a las puertas de Bagdad.
Todos los más serios expertos y analistas del mundo coinciden hoy en que esa guerra de Irak, más que un crimen fue una estupidez de cerebros calientes, y los resultados están a la vista. Tal vez en el momento los grandes industriales del armanentismo cantaron victoria al lado de los inversionistas de las grandes empresas de seguridad, el petróleo y la construcción, pero ahora, después de que en río revuelto sacaran ganancia, el empantanamiento obliga al gran país del norte conducido por el moderado Barack Obama a contemplar una nueva intervención, aunque de diferente tipo.
Nunca aprenden las grandes potencias o los países menores gobernados por almas maníacas al iniciar las guerras y actuar como gendarmes del mundo o de las regiones. Napoleón fracasó en el intento de adueñarse de toda Europa e imponer sus ideas megalómanas de la misma forma que Hitler soñó con imponer las suyas a todo el continente dominado por los procónsules de la supuesta raza superior.
A lo largo de la historia esos locos de gloria y poder muy enérgicos e infatigables llevaron a sus pueblos a la muerte y la sangre y tarde o temprano fueron derrotados dejando a los suyos hundidos por siglos en el pantano de sus errores.
La Francia de Napoleón y la Alemania de Hitler quedaron arrodilladas por generaciones y con ellos son muchos los países grandes o pequeños que han sido llevados al precipicio por torvos líderes mesiánicos que creen poder imponer sus ideas e intolerancia a sus vecinos, haciendo derramar la sangre de los pobres, porque eso sí, esos cobardes envalentonados con alma de rufianes nunca mandarán a sus propios hijos al frente de batalla.
¿Cuántas han sido las guerras bobas realizadas por los países latinoamericanos, asiáticos y africanos, a veces por más papistas que el papa que se arrogan el estatuto de supuestos gendarmes ideológicos regionales? ¿Cuánta sangre ha sido derramada por los pueblos y cuántas las riquezas perdidas cuando son llevados al matadero por líderes irresponsables e iluminados que no saben lo que hacen y carecen de la menor lucidez estratégica?
Hace apenas tres años un presidente agitado de una Francia pobre y en crisis se empeñó en hacer una guerra sin sentido en Libia para sacar al dictador crepuscular Gadafi que lo desafiaba, rompiendo así un imperfecto statu quo regional por cuyas grietas se metieron otros ejércitos islámicos aún más sangrientos que el tirano empalado, como Al Qaida en el Mahgreb Islámico (AQMI) que siembran ahora el terror en los desiertos del África sahariana y subsahariana para aplicar la estricta ley o sharia profética, robar colegialas, decapitar infieles, colgar rebeldes, lapidar mujeres y mutilar infractores.
Los grandes capitales petroleros de los jeques fanáticos han servido para financiar y desestabilizar toda la región árabe medioriental por medio de la creación de conflictos artificiales con mercenarios multinacionales en Siria, Egipto y los países norafricanos y surafricanos, zonas donde sueñan con imponer un gran califato islámico que aplique las conservadoras leyes irrestrictas del pasado.
Las guerras y conflictos que pululan en el mundo no son tanto el fruto de la impericia o la estupidez de líderes irresponsables como la estrategia de quienes saben que la guerra y el terror generan beneficios a los potentados del mal y a los codiciosos de tierra y riquezas sin fin. Los grandes plutócratas del mundo y sus marionetas locales ganan con la guerra y cuando en algún continente hay relativa paz, buscan a toda costa volver a atizar las guerras.
Eso es lo que pasó en Irak y lo que pasa ahora en África, Asia, el Este de Europa o en América Latina, continente este último donde los fanáticos de la extrema derecha nostálgica de los halcones republicanos de Estados Unidos sueñan con tumbar a gobiernos que el pueblo eligió y que no son de su gusto, como en Venezuela, Ecuador, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, entre otros países.
Quisieran que Colombia se convierta en el nuevo gendarme regional, pero con la sangre de los soldados surgidos de las capas pobres de la sociedad a las que han explotado y explotan desde hace siglos. Sueñan esos halcones de la ultraderecha con una América Latina que vuelva a las horrendas dictaduras del siglo XX donde los tiranos imponían a sangre y fuego ideas tan sectarias como las que tratan de imponer los fanáticos islámicos del EIIL o el AQMI, financiados con dineros de la plutocracia petrolera de los jeques encabezados por Arabia Saudita.
Porque detrás de los halcones que encienden las guerras en el mundo están las colosales fuerzas del dinero que buscan reproducirse al infinito con beneficios cada vez mayores, están los oscuros barones de la mano negra, los capos de las mafias, los reyes del mambo de los paraísos fiscales, que desde sus yates juegan con la sangre ajena de los pobres.
Esperemos que las guerras reinantes en Afganistán, Irak, Oriente Medio y en algunas fronteras europeas o asiáticas no se contagien a América Latina, que desde hace un tiempo vive en medio de una relativa estabilidad muy imperfecta que puede mejorarse, pero también agravarse hasta el caos. Y soñemos con que Colombia siga siendo un factor diplomático y sereno de equilibrio regional latinoamericano y no un pequeño gendarme regional gobernado por fanáticos.