domingo, 2 de febrero de 2014

LA POTENCIA DEL ART DECO

Por Eduardo Garcia Aguilar
Ningún sitio mejor que el Palacio de Chaillot en Trocadero para hacer una gran exposición sobre el Art Deco (1914-1940), movimiento arquitectónico, plástico, literario y artístico en general surgido en 1925 tras la Primera Guerra Mundial, durante las dos décadas de paz siguientes, cuando surgió un amplio deseo de cambio total de la vida con el desbordamiento de la fiesta y la potencia de los nuevos tiempos del aire, la tierra y el mar.
Irrumpió una era de novedades con cambios tecnológicos impensables hasta entonces como las proezas aéreas tan bien descritas por el aviador y escritor Antoine de Saint-Exupéry en su novela Vuelo de noche o el auge de los transatlánticos como el Titanic o el Normandie, así como la aparición de la radio, la industria automovilística con sus ágiles Bugatti y la cinematografía muda, difundidos todos ellos al instante por los mensajes en Marconi que prefiguraban ocho décadas antes al Internet y por por fin daban la espalda para siempre al siglo XIX con sus adornos insoportables de pacotilla y las recrudescencias de un hostigante neoclásico.
Estar frente al enorme Palacio de Chaillot, último ejemplo magnífico del Art Deco monumental, situado en una colina frente al Sena y a la no menos impresionante Torre Eiffel, proeza del hierro que lo prefiguraba e inaugurada ella en 1889, es de por sí una inmersión en el ambiente de una de esas eras de cambio radical, cuando varias generaciones deciden juntas despedir al pasado que pugna por quedarse siempre en las inercias de la mediocridad y la repetición, algo que puede semejar a estas primeras mediocres décadas del siglo XXI inscritas aun en las explosiones de los irrepetibles pop y rock de la década de 1960.
Entre las figuras de aquella corta era llena de fuerza y tono figuran Joséphine Baker y Tamara de Lempicka, dos mujeres modernas que rompieron a su vez con todas las ataduras. La negra Baker, reina del Follies Bergère, fascina su tiempo con sus largas piernas y su cuerpo serpentino agitado en permanencia y la sonrisa generosa que abrió puertas a la corta paz reinante y Tamara la pintora, que no solo crea una nueva dimensión en el delineamiento de los cuerpos femeninos sino que vive una vida también Art Deco en su erotismo polígamo, que la llevaría a terminar sus días en la muy mexicana Cuernavaca, ciudad del Estado de Morelos que tuvo el honor de acoger su último suspiro.
La muestra desplegada en la Cité de l’Architecture et du Patrimoine, reconstruye entre otras muchas cosas, el apartamento de la bella y famosa pintora Lempicka con amplias fotos de fondo y varias piezas del mobiliario de su hábitat parisino que se pueden cotejar al instante, al mismo tiempo que la vemos en película deambular por sus estancias, perfumarse, mirarse al espejo y mostrar su glamour seductor.
Por el lado de Joséphine Baker, vemos su danzas insaciables, sus declaraciones de amor por Francia, que se convirtió en su patria hasta el punto que hoy piden sea llevada al Panteón de los Hombres Ilustres al lado de Voltaire y Víctor Hugo, porque se reconocen sus gestos de rebelión ante la Ocupación alemana y su actividad humanitaria posterior, al adoptar decenas de infantes que la llevaron a la ruina en su crepúsculo mediterráneo, no lejos de la bella Niza, en la Costa Azul.
Ambas mujeres son emblemas del Ar Deco, como el principal arquitecto inspirador del movimiento Robert Mallet Joris, quien como futurista realizó un catálogo de lo que debía contener una ciudad moderna.
Edificios de líneas geométricas desprovistos de imaginería de cartón piedra, lejos de dioses griegos y reproducciones renacentistas de efebos y madonnas. Un estilo geométrico, árido, aéreo en edificios, casas, alcaldías, estaciones de bomberos, guarderías infantiles, bibliotecas, tiendas, hospitales, boutiques, almacenes como el emblemático Samaritaine, cines como el Rex o el Luxor, estadios, hoteles, aeropuertos y muchas cosas mas.
El movimiento Art Deco mostrado en esa Exposición Internacional de Artes Decorativas realizada en la explanada de los Inválidos de París en 1925 era tan necesario y causó tal impresión a los visitantes, que se regó como pólvora por el mundo en el lustro siguiente reproduciéndose con lujo de detalles en Nueva York, Bruselas, Tokio, Sao Paulo, Casablanca, Saigon, Phon Phen, Chicago, Belgrado, entre otras muchas ciudades.
En Nueva York el Rockefeller Center y el edificio de la Chrysler son apenas dos muestras, en Sao Paulo nada más ni nada menos que el Cristo de Corcovado, y tras ellos las ciudades mencionadas se transformaron rápidamente hasta 1939 cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. En México Cuernavaca, la colonia Condesa y otros barrios periféricos mencionados por Malcolm Lowry en Bajo el Volcán siguen el ejemplo, en Colombia la ciudad de Manizales incendiada en 1925 se reconstruyó con la pericia de los arquitectos del momento importados al instante por la clase emergente cafetera y una tras otra todas las ciudades del mundo se regeneraron con su rincón Art Deco, moderno, provocador, futurista.
No solo el movimiento se ve en los grandes edificios sino en la vivienda de clase media y popular. Casas de ese tipo se reprodujeron como hongos por el mundo, gracias a su funcionalidad, luminosidad y confort. Y los transatlánticos difundieron muebles que invadieron los interiores del mundo con pupitres, mesas, sillas, comedores, escaparates, sofás, adornos, lámparas, esculturas decorativas e interiores de water close.
Moda, perfumería, instrumentos educativos y de cocina, ropa interior y deportiva, todo fue sacudido por este nuevo estilo democrático que superaba los ámbitos de la elegancia aristocrática del Art Nouveau dominante hasta entonces y tan bien contados y ridiculizados por Marcel Proust en su gran novela rio En Busca del tiempo perdido.
La mujer salió de los templos y las escuelas religiosas a jugar tenis, a nadar y a explorar los montes en grupos libres adoradores del aire libre que prefiguraban el nudismo. La mujer se cortó el cabello y usó prendas deportivas y en la elegancia de la fiesta nocturna desapareció el corsé, reemplazado por trajes aéreos adaptados al cuerpo, fáciles de quitar a la hora de hacer el amor. Por eso el estilo de entreguerras fue tan revolucionario, aunque el horror de la nueva guerra mundial y los escándalos del Holocausto terminarían por sepultarlo por un tiempo.
Hoy, un siglo después de su aparición lo rescatamos y los disfrutamos con estupor. Apollinaire, Saint Exupéry, Malraux, Virginia Woolf, John Manyard Keynes, el grupo de Bloomsbury, los dadaidas, cubistas, estridentistas y futuristas, y los narradores modernos como John Dos Passos, Francis Scott Fitgerald y Malcolm Lowry, entre otros muchos, son ejemplos de esa nueva ola cultural tan actual un siglo después.
Esperemos que ya pronto se revolucionen las inercias de esta segunda década del siglo XXI tan frívola, asfixiante y mediocre.