lunes, 24 de febrero de 2014

RETORNO A RABAT

Por Eduardo García Aguilar
Por alguna razón fenicios, romanos, berebes, árabes, hispanos y franceses escogieron a través de los milenios instalarse en este valle rodeado de colinas frente al mar, donde se encuentra Rabat, capital de Marruecos, ciudad plena de verdura y sorprendente luminosidad.
En las ruinas de Chella se pueden observar los diferentes vestigios de las civilizaciones que se avecindaron en un oasis cuya fertilidad desbordante se debe sin duda al abono de las explosiones volcánicas cercanas por la emergencia cataclísmica de las islas Canarias y los choques de las placas tectónicas que provocaron destructores terremotos, como el famoso que lleva el nombre de Lisboa, en el siglo XVIII, sobre el que escribió Voltaire y que sorprendió a los europeos ilustrados de entonces.
Esos sucesivos terremotos destruyeron diferentes ciudades milenarias que permanecieron unas sobre otras durante siglos en capas que fueron excavadas con rigor durante el protectorado francés, que duró cuatro décadas en la primera mitad del siglo XX.Al llegar al sitio vemos las murallas color ocre de hace un milenio, intactas, construidas por alguna de esas dinastías musulmanas que llegaron a estos territorios después del inicio del Islam, inaugurado por el profeta Mahoma siglos antes y que poco a poco se iba extendiendo con fuerza por África, Oriente Medio y Asia y es hoy una religión en plena actividad que siguen los fieles de muchas naciones y continentes, cientos y cientos de millones de seres arrullados por las plegarias de los muecines que resuenan desde la Meca.
Lo sorprendente en este bello lugar de ruinas sobre ruinas es la placidez de las cigüeñas que anidan sobre los muros y el minarete de la mezquita echada a tierra bajo el efecto de un terremoto. Desde hace milenios estas aves que traen buena suerte han escogido el lugar para anidar y reproducirse luego de extensas peregrinaciones desde Kenia hasta los Alpes, cerca de Estrasburgo.
Ellas están ahí impasibles con sus enormes nidos, seguras de que nadie las molesta y que son de hecho propietarias del terreno y el paisaje que las circunda. Por eso el río que cruza el valle lleva su nombre en homenaje a su permanencia milenaria, a su fidelidad y al buen gusto de anidar desde siempre en estos parajes.
En la superficie, el dominio pertenece a los gatos de Chella, que por decenas viven entre las ruinas y reposan como esfinges junto a los aljibes, herederos de incontables dinastías gatunas que se han reproducido a lo largo de los milenios. A su lado picotean las gallinas y cantan los gallos de los modestos guardianes que habitan el lugar y dan al lugar un aire de familiaridad.
Otras cigüeñas anidan en los árboles cercanos y su presencia allí es hermosa, como si estuviésemos en un delirio surgido de Las Mil y una noches, confundidas ellas con los ramajes frente a las colinas adyacentes de un verde esencial.
Ahmed me cuenta con detalle estas historias en un francés bien aprendido y cuidado por este maestro de idiomas nacido en Yousufiya, un bereber sensible con alma de poeta, traumatizado por la muerte accidental de todos sus maestros aplastados por un camión lleno de ladrillos cuando iban a oficiar las pruebas de fin de curso. Décadas después no los olvida y los menciona cuando vamos saliendo del lugar.
Después de esa visión he querido ir de nuevo a la tumba de Mohamed V, un deslumbrante lugar situado frente a la bahía central, junto a las ruinas de una enorme mezquita milenaria destruida también por otro terremoto, por lo cual el poder islamista abandonó la ciudad por Fés, antigua ciudad situada al norte, que fue el centro de Marruecos durante mucho tiempo.
En esta bahía se puede ver a un lado el pueblo de Salé y su mezquita y al otro un lugar que fue residencia de comunidades andaluzas y piratas, según me dice Ilyas otro originario de Rabat. La tumba y la explanada donde se observan centenares de columnas testimonio de un desmesurado proyecto son el punto central de Rabat y la parte del minarete que resta nos indica que en el siglo XIV aquel edificio completo era un impresionante rascacielo del mundo entonces conocido, visto por los marinos desde lejos al acercarse al puerto.
En muchos lugares se escucha la música andaluza y ratificamos entonces que esto fue junto con el sur de España dominio de la gran civilización de los Omeyas, reinantes sobre Córdoba y otras ciudades arabo-andaluzas, de donde musulmanes y judíos sefarditas fueron expulsados en 1492 por los reyes Católicos. Todos esos expulsados se instalaron en Fés y otras ciudades del Oriente Medio como Damasco, Bagdad y Jerusalén, entre otras donde encontraron refugio. Y eso sin contar a los muchos que cambiaron de nombre y apellido para adoptar uno cristiano y viajar hacia la conquista de América.
Por eso al estar en Marruecos, en Fés, Casablanca, Mogador, Marrakesh, Agadir, Tanger y otras ciudades, uno como latinoamericano se siente en casa.
Todo esto es familiar, pues en la memoria profunda nuestra permanece impregnada la presencia de los ancestros que habitaron estas tierras en la esquina norte de África, una encrucijada de los vientos y los mares.
------Publicado en Excélsior. Ciudad de México. Mexico. marzo 2 de 2014

viernes, 21 de febrero de 2014

RETORNO A CASABLANCA

Por Eduardo Garcia Aguilar
He vuelto a la gran metrópoli marroquí Casablanca para participar invitado como escritor al XX Salón Internacional del Libro de esta ciudad, uno de los encuentros editoriales y libreros más importantes del continente africano, que en esta ocasión está dedicado a los 15 países de África del Oeste reunidos en la Cedeao y a diversos temas multiculturales, de género y de sociedad.
Hace ya más de una década estuve en este puerto en un encuentro similar, por lo que gracias al matiz del tiempo puedo percibir los cambios experimentados en este país. Casablanca es no solo en este 2014 la gran metrópoli y el pulmón económico del país, sino una urbe con pasado que ha sido pujante desde el empuje dado por el protectorado francés en las primeras décadas del siglo XX.
De 1920 en adelante se construyó una ciudad estilo Art Deco con miles de bellos edificios de ese estilo que perviven a lo largo del tiempo y algunos de los cuales están siendo restaurados, convertidos en hoteles, residencias o sedes de oficinas empresariales, mediante un programa que animan infatigables amantes de la ciudad que se resisten a ver desaparecer las joyas de aquel tiempo, escondidas en callejuelas y vericuetos de barrios céntricos descuidados.
Este viernes he caminado cuadra por cuadra, avenida por avenida tratando de palpar esa vieja ciudad moderna e imaginarla en esas décadas de entreguerras, cuando se convirtió en un faro africano con mirada hacia el Atlántico y las Américas, por lo que al llegar la guerra se volvió punto de refugio provisional para quienes huían de la persecución nazi o del franquismo hispano y el fascismo italiano.
Por esa razón fue escenario ficticio de la gran película Casablanca, interpretada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, que relata el ambiente febril y moderno de la ciudad llena de inmigrantes y fugitivos que pasaban el tiempo en espera de poder huir en avión o barco en los bares y hoteles magníficos que proliferaban en aquel entonces, como el Excelsior, cuyo edificio se ve hoy en la Plaza de las Naciones Unidas, frente a la bella y vieja Medina.
Situada frente al mar, la caótica y contaminada ciudad, está llena de cafés con mesas exteriores donde junto a una taza de té de menta los habitantes leen el diario, juegan cartas y agotan las horas a otro ritmo. Es indudable que a diferencia de otros países de la región, Marruecos no ha cedido a la tentación de encerrarse o fanatizarse y abre las puertas a otras tendencias políticas al interior de su sistema legislativo. Su apertura a las inversiones, al auge de internet, a la televisión permanente y en vivo y a las tecnologías modernas, a la publicidad desbordada, a los negocios con el exterior, lo hace un país como tantos otros del mundo occidental, con problemas, pero próspero.
Sus lazos fuertes con Francia posibilitan asimismo que sea un centro de diálogo y reflexión intelectual sobre los problemas culturales de la región, además de que en su seno viven otras culturas y religiones que encuentran canales de expresión, aunque la dominante sea otra.
Además cuenta con una diáspora propia de emigrantes instalada en el mundo que va y viene desde Europa y Estados Unidos y permea poco a poco a la sociedad, modernizándola, como ha ocurrido poco a poco con los países latinoamericanos y asiáticos.
Y a su vez por su mayor tolerancia y pujanza económica Marruecos también atrae importantes flujos migratorios de otros países, en especial africanos, tema abordado con la exposición de las obras escritas en Marruecos por los habitantes originarios de terceros países. Una muestra de esa apertura es que las lenguas oficiales del Salón Internacional de la Edición y del Libro de Casablanca (SIEL) son el francés, el árabe y el bereber, esta última una minoría milenaria otrora discriminada que ahora por ley es reconocida plenamente tras recuperarse el alfabeto de su lengua ancestral.
Es posible pues en esta esquina africana frente al Atlántico y el Mediterráneo discutir todavía sobre esas culturas como en los tiempos de la película Casablanca, cuando los inmigrantes desesperados que huían de la guerra la convirtieron en una torre de babel momentánea y cuando todas las lenguas se hablaban en esos bares llenos de desterrados sin brújula.
El feminismo en Marruecos fue tratado desde el inicio por autoras como Aïcha Barkaoui y Yasmine Chami, habitantes de Casablanca, y el asunto del compromiso militante es abordado por una serie de blogueras y escritoras de Marruecos, Argelia, Túnez y otros países. La libertad de la mujer y la conquista de sus derechos fue uno de los motores de la reciente Primavera Árabe, que en muchos casos ha querido ser detenida, controlada y frustrada por las fuerzas retardatarias.
En este ambiente marítimo y portuario, con aires de un sencillo, vivo y colorido mundo popular, da gusto participar en una fiesta dedicada al libro cuya vigencia sigue siendo cuestionada, pero cuya pervivencia es una necesidad humana aquí o en Cafarnaun para que la humanidad sea más tolerante y supere los prejuicios y las taras que perviven desde hace milenios y siempre amenazan el espíritu de la Ilustración y la tolerancia.
Publicado en La Patria, Manizales, Colombia, el domingo 17 de febrero de 2014 

domingo, 9 de febrero de 2014

LA TIERRA HUMANA DE SAINT-EXUPERY













Por Eduardo Garcia Aguilar
En Tierra humana, texto personal y autobiográfico, Antoine de Saint-Exupéry despliega una prosa diáfana carente de artificios, para comunicarnos con la vida y la muerte y las tribulaciones y alegrías del hombre, a través de historias vividas como uno de los pioneros de la aviación comercial.
En la novela Vuelo de noche nos cuenta las proezas de los jóvenes pilotos al abrir las rutas sudamericanas para una empresa francesa postal con sede en Buenos Aires y en Tierra humana regresa con una serie de capítulos, donde mucho tiempo después rememora los instantes más dramáticos y profundos de la vida suicida de los pioneros aéreos.
Saint-Exupéry es uno de los prosistas más importantes de la lengua francesa, no solo de todos los tiempos, sino del propio siglo XX, lapso de tiempo que tuvo una verdadera pléyade de escritores, desde Proust hasta Malraux, pasando por François Mauriac, Louis Ferdinand Céline, Albert Camus, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Marguerite Duras, entre otros muchos y muchas.
El piloto ingresó desde muy joven al oficio suicida de piloto postal, manejando esos pesados aviones o hidroaviones de hélice patentados en la Primera Guerra Mundial y que poco a poco se iban perfeccionando, pues en sus inicios todavía eran muy precarios en el campo tecnológico.
De un grupo de cien pilotos novatos se sabía que una tercera parte al menos no regresaría algún día de su misión. Algunos de ellos como Mermoz y Guillaumet se convertían en héroes con miles de vuelos sobre desiertos, cordilleras y océanos, pero tarde o temprano la muerte los reclamaba, como al propio Saint-Exupéry en las aguas del Mediterráneo.
El lado humano ancestral de la gloria estaba presente en el delirio suicida de estos hombres. Hubieran podido trabajar de manera cómoda en la diplomacia, el gobierno, la empresa, el periodismo, la docencia, pero preferían ser la carne de ensayo de una industria naciente. Saint-Exupéry capta con su prosa esa pasión poética de pilotos escritores como él que dieron su vida a cambio de la alegría de ver la tierra y el cielo desde ángulos y ópticas desconocidas para el resto de los mortales, una posición que semejaba a la de los cóndores, las águilas, los cometas o los meteoros.
Primero estaba el mar, la tierra, los ríos, los desiertos, los deltas, las cumbres nevadas, la luminosidad de las ciudades destellando en la superficie cóncava del globo terráqueo. Luego el viaje entre brumas y nubosidades cegadoras donde todo era expectativa y riesgo, para de repente emerger por encima de las nubes y volar por espacios nítidos donde se ven todos los astros y luceros viajantes. Para un poeta tales experiencias eran extraordinarias y mucho más cuando dichas visiones solo podían ser conocidas por unos cuantos aventureros.
Saint-Exupéry nos estremece con esa visión poética de la existencia del cosmos donde la tierra es un grano de arena. Se detiene también en la textura de la superficie terrestre, en especial las altísimas cumbres andinas tan bien conocidas y viajadas por él y los desiertos africanos que recorrió durante centenares de vuelos para la empresa postal. Y en esas rutas se detiene como pocos a contar al ser humano con sus intrigas y mezquindades, pero también generosidad, heroicidad, amistad y desprendimiento ocasionales.
Sus libros son un canto a la amistad de esos camaradas aviadores que saben que un día ya no regresarán al aeropuerto. Sus páginas están llenas de instantes en que los meteorólogos y funcionarios de las torres de control sudan y sufren cuando se ha perdido el contacto con alguno de los pilotos y pasan las horas de angustia que viven en silencio amigos, colegas, futuras viudas y huérfanos. La noticia de la muerte siempre es terrible y dolorosa porque ella toca a los mejores, a los abnegados y geniales sin distingo alguno, por obra de un azar y un destino ineluctables.
Saint-Expupéry nos cuenta los accidentes y las sobrevivencias milagrosas. El largo periplo en los Andes de Guillaumet perdido entre las nieves perpetuas andinas y las largas jornadas de sed y delirio vividos por el propio autor en los desiertos de Libia donde su nave se accidentó de noche y donde solo el encuentro con un beduino lo salva de una muerte segura en las calcinantes arenas africanas.
Para poder contar esas extraordinarias experiencias, Saint-Exupéry quiso ser piloto y el resultado es notable. Su obra es original, sus palabras son pura verdad, no hay allí artificio ni vanidad, son expresiones de la mejor literatura, necesaria, vital.
Por eso es conveniente retornar con frecuencia a sus libros para viajar con él por las alturas más nítidas y al hacerlo palpamos con claridad lo que es la gran literatura de todos los tiempos, una literatura que parece escrita por la naturaleza o el destino mismos.

domingo, 2 de febrero de 2014

LA POTENCIA DEL ART DECO

Por Eduardo Garcia Aguilar
Ningún sitio mejor que el Palacio de Chaillot en Trocadero para hacer una gran exposición sobre el Art Deco (1914-1940), movimiento arquitectónico, plástico, literario y artístico en general surgido en 1925 tras la Primera Guerra Mundial, durante las dos décadas de paz siguientes, cuando surgió un amplio deseo de cambio total de la vida con el desbordamiento de la fiesta y la potencia de los nuevos tiempos del aire, la tierra y el mar.
Irrumpió una era de novedades con cambios tecnológicos impensables hasta entonces como las proezas aéreas tan bien descritas por el aviador y escritor Antoine de Saint-Exupéry en su novela Vuelo de noche o el auge de los transatlánticos como el Titanic o el Normandie, así como la aparición de la radio, la industria automovilística con sus ágiles Bugatti y la cinematografía muda, difundidos todos ellos al instante por los mensajes en Marconi que prefiguraban ocho décadas antes al Internet y por por fin daban la espalda para siempre al siglo XIX con sus adornos insoportables de pacotilla y las recrudescencias de un hostigante neoclásico.
Estar frente al enorme Palacio de Chaillot, último ejemplo magnífico del Art Deco monumental, situado en una colina frente al Sena y a la no menos impresionante Torre Eiffel, proeza del hierro que lo prefiguraba e inaugurada ella en 1889, es de por sí una inmersión en el ambiente de una de esas eras de cambio radical, cuando varias generaciones deciden juntas despedir al pasado que pugna por quedarse siempre en las inercias de la mediocridad y la repetición, algo que puede semejar a estas primeras mediocres décadas del siglo XXI inscritas aun en las explosiones de los irrepetibles pop y rock de la década de 1960.
Entre las figuras de aquella corta era llena de fuerza y tono figuran Joséphine Baker y Tamara de Lempicka, dos mujeres modernas que rompieron a su vez con todas las ataduras. La negra Baker, reina del Follies Bergère, fascina su tiempo con sus largas piernas y su cuerpo serpentino agitado en permanencia y la sonrisa generosa que abrió puertas a la corta paz reinante y Tamara la pintora, que no solo crea una nueva dimensión en el delineamiento de los cuerpos femeninos sino que vive una vida también Art Deco en su erotismo polígamo, que la llevaría a terminar sus días en la muy mexicana Cuernavaca, ciudad del Estado de Morelos que tuvo el honor de acoger su último suspiro.
La muestra desplegada en la Cité de l’Architecture et du Patrimoine, reconstruye entre otras muchas cosas, el apartamento de la bella y famosa pintora Lempicka con amplias fotos de fondo y varias piezas del mobiliario de su hábitat parisino que se pueden cotejar al instante, al mismo tiempo que la vemos en película deambular por sus estancias, perfumarse, mirarse al espejo y mostrar su glamour seductor.
Por el lado de Joséphine Baker, vemos su danzas insaciables, sus declaraciones de amor por Francia, que se convirtió en su patria hasta el punto que hoy piden sea llevada al Panteón de los Hombres Ilustres al lado de Voltaire y Víctor Hugo, porque se reconocen sus gestos de rebelión ante la Ocupación alemana y su actividad humanitaria posterior, al adoptar decenas de infantes que la llevaron a la ruina en su crepúsculo mediterráneo, no lejos de la bella Niza, en la Costa Azul.
Ambas mujeres son emblemas del Ar Deco, como el principal arquitecto inspirador del movimiento Robert Mallet Joris, quien como futurista realizó un catálogo de lo que debía contener una ciudad moderna.
Edificios de líneas geométricas desprovistos de imaginería de cartón piedra, lejos de dioses griegos y reproducciones renacentistas de efebos y madonnas. Un estilo geométrico, árido, aéreo en edificios, casas, alcaldías, estaciones de bomberos, guarderías infantiles, bibliotecas, tiendas, hospitales, boutiques, almacenes como el emblemático Samaritaine, cines como el Rex o el Luxor, estadios, hoteles, aeropuertos y muchas cosas mas.
El movimiento Art Deco mostrado en esa Exposición Internacional de Artes Decorativas realizada en la explanada de los Inválidos de París en 1925 era tan necesario y causó tal impresión a los visitantes, que se regó como pólvora por el mundo en el lustro siguiente reproduciéndose con lujo de detalles en Nueva York, Bruselas, Tokio, Sao Paulo, Casablanca, Saigon, Phon Phen, Chicago, Belgrado, entre otras muchas ciudades.
En Nueva York el Rockefeller Center y el edificio de la Chrysler son apenas dos muestras, en Sao Paulo nada más ni nada menos que el Cristo de Corcovado, y tras ellos las ciudades mencionadas se transformaron rápidamente hasta 1939 cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. En México Cuernavaca, la colonia Condesa y otros barrios periféricos mencionados por Malcolm Lowry en Bajo el Volcán siguen el ejemplo, en Colombia la ciudad de Manizales incendiada en 1925 se reconstruyó con la pericia de los arquitectos del momento importados al instante por la clase emergente cafetera y una tras otra todas las ciudades del mundo se regeneraron con su rincón Art Deco, moderno, provocador, futurista.
No solo el movimiento se ve en los grandes edificios sino en la vivienda de clase media y popular. Casas de ese tipo se reprodujeron como hongos por el mundo, gracias a su funcionalidad, luminosidad y confort. Y los transatlánticos difundieron muebles que invadieron los interiores del mundo con pupitres, mesas, sillas, comedores, escaparates, sofás, adornos, lámparas, esculturas decorativas e interiores de water close.
Moda, perfumería, instrumentos educativos y de cocina, ropa interior y deportiva, todo fue sacudido por este nuevo estilo democrático que superaba los ámbitos de la elegancia aristocrática del Art Nouveau dominante hasta entonces y tan bien contados y ridiculizados por Marcel Proust en su gran novela rio En Busca del tiempo perdido.
La mujer salió de los templos y las escuelas religiosas a jugar tenis, a nadar y a explorar los montes en grupos libres adoradores del aire libre que prefiguraban el nudismo. La mujer se cortó el cabello y usó prendas deportivas y en la elegancia de la fiesta nocturna desapareció el corsé, reemplazado por trajes aéreos adaptados al cuerpo, fáciles de quitar a la hora de hacer el amor. Por eso el estilo de entreguerras fue tan revolucionario, aunque el horror de la nueva guerra mundial y los escándalos del Holocausto terminarían por sepultarlo por un tiempo.
Hoy, un siglo después de su aparición lo rescatamos y los disfrutamos con estupor. Apollinaire, Saint Exupéry, Malraux, Virginia Woolf, John Manyard Keynes, el grupo de Bloomsbury, los dadaidas, cubistas, estridentistas y futuristas, y los narradores modernos como John Dos Passos, Francis Scott Fitgerald y Malcolm Lowry, entre otros muchos, son ejemplos de esa nueva ola cultural tan actual un siglo después.
Esperemos que ya pronto se revolucionen las inercias de esta segunda década del siglo XXI tan frívola, asfixiante y mediocre.