lunes, 16 de septiembre de 2013

LOS DADAÍSTAS Y LA REBELIÓN LITERARIA

Por Eduardo García Aguilar
Leo ahora las obras completas del gran dadaísta Tristan Tzara (1896-1963) y me centro en sus primeros libros publicados en plena post adolescencia, gracias a los cuales fue considerado el fundador de ese movimiento literario revolucionario, mucho antes de que el autoritario André Breton y los surrealistas arrasaran con todo.

Tzara nació en Rumania, pero muy pronto se fue de su país hacia otras tierras, primero a la Suiza neutral en plena guerra y luego a Francia, donde se instaló y vivió hasta la muerte en plena actividad, dejando una vasta obra. Está enterrado en el cementerio parisino de Montparnasse, donde hace unos años unos artistas rumanos jóvenes sembraron un rábano, lo cultivaron y luego lo cosecharon para hacer una obra de arte, donde el producto natural quedaba conservado en una sustancia transparente que garantizará su perennidad. El performance de los artistas plásticos fue un típico acto dadaísta.
El dadaísta era muy amigo de ese otro gran experimentador Francis Picabia quien decía que "el cerebro es redondo para que las ideas circulen" y fue además una de las figuras vanguardistas más importantes, verdadero agitador en el campo de las artes plásticas y la literatura. Picabia también fue amigo del poeta peruano César Moro, quien vivió por esos años en Europa, como su compatriota César Vallejo y el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón. Todos ellos, al lado de Guillaume Apollinaire, René Crevel, Blaise Cendrars, Philippe Soupault y otros muchos, conformaban una pléyade de jóvenes futuristas, expresionistas, que buscaban hacer explotar las formas de la poesía y el arte, al mismo tiempo que Europa vivía una guerra atroz que dejó millones de muertos bajo el efecto de las bayonetas, las balas y los gases químicos.
En el Café Voltaire de Zurich y en otros antros de las diversas capitales leyeron sus poemas y discutieron abiertamente sobre cómo liberar la palabra y ahora, cien años después, al asomarse uno a sus textos y acciones concluye que son muy contemporáneos y que serían muy bienvenidos en este mundo donde la literatura ha desaparecido por efectos del marketing y el comercio y está confinada en subterráneos y en el descreimiento y la soledad.
Estos movimientos eran profundamente antiburgueses y fustigaban la avaricia de los potentados, involucrados por supuesto en las guerras y en el estado general del mundo. Hans Arp decía en 1922 que "Dadá es la base primaria de todo arte. Dadá es partidario del sinsentido del arte, cosa que no significa no-sentido. Dadá carece de sentido como la naturaleza. El burgués consideraba al dadaísta como un libertino, un vulgar revolucionario, un asiático perverso, depravado, que odia las campanas, sus cajas fuertes y su honor. El dadaísta ha inventado juegos para privar al burgués del sueño del justo. Ha conseguido infiltrar en la persona falsos rumores. El dadaísta ha hecho sentir al burgués un temblor lejano, pero vigoroso, de modo que sus campanas han empezado a bordonear, sus cajas fuertes a fruncir la nariz. El burgués normalmente constituido dispone de tanta fantasía como un gusano de tierra y en lugar de corazón tiene un inmenso juanete que le duele cuando el barómetro, es decir, la bolsa, va a la baja".
Los años de guerra y entreguerra, la agitación mundial, el surgimiento de nuevas tecnologías, la aparición de las telecomunicaciones, el marconi, la aviación comercial, el submarinismo, los zepelines y otras muchas cosas dejaron atrás ese mundo cerrado del siglo anterior liberando las fuerzas en todos los campos, como lo muestra la película futurista Metrópolis.
Al releer a Tzara y esos jóvenes de su tiempo surge de inmediato una gran identificación con ellos, como si hicieran falta en el siglo XXI. El dinero, el comercio, el marketing, al aburguesamiento general han convertido al escritor en un petrimete que teme dar cualquier paso en falso y va siempre por los caminos trillados para merecer becas, subvenciones, honores, premios y campañas de prensa.
El ejemplo más claro de ese escritor burgués adocenado y retardatario, que no da paso en falso y parece un viejo arzobispo, es en la actualidad Mario Vargas Llosa, encorvado de tantas condecoraciones y premios y que no solo es cavernario en su pensamiento sino en la literatura misma, después del sólido delirio juvenil que lo consagró con cuatro novelas. Contra ese tipo de figuras reinantes en las literaturas y las artes oficiales del momento se rebelaron los dadaístas y los demás actores de las vanguardias.
Como los editores solo publican ahora novelas de reinas de belleza, figuras de la farándula y presentadores de televisión, toda esa literatura rebelde de hoy está confinada y tal vez condenada para siempre. El pensamiento domesticado domina el mundo y por eso una literatura insurgente como la de los dadaístas no puede existir por falta de oxígeno y respiración, o sea de lectores. Por eso el dadaísmo espiritual de hoy está en el underground musical, en los tag que proliferan en las paredes y en los actores secretos de un arte clandestino que es perseguido a veces con la muerte, como el caso de los grafiteros jóvenes muertos recientemente por las fuerzas del orden en varios países. Allí en esa poesía gráfica desesperanzada se encuentra el aliento del dadaísmo de ayer, hoy más joven que nunca.
             Publicado en La Patria, domingo 15 de 2013



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