domingo, 30 de diciembre de 2012

LA MUERTE DE NEWSWEEK Y OTRAS MUERTES

Por Eduardo García Aguilar
La desaparición esta semana de la legendaria revista estadounidense Newsweek en papel, a la que antecedieron las extinciones de numerosos periódicos y revistas en ricos países democráticos de Occidente que mueren día a día como moscas, muestra la tendencia ineluctable al predominio de la virtualidad y a la llegada de una nueva era donde cada ciudadano será un periodista móvil y multimedia del instante.
La deliciosa costumbre de leer el diario en el café entre el bullicio de los comensales o la espera del periódico en casa antes de iniciar el desayuno para enterarse de las noticias del día y guiarse para opinar en la jornada, quedará ya como un ritual arcaico de abuelos y bisabuleos, mientras las nuevas generaciones pasan directo al auge de los teléfonos portátiles inteligentes y las tabletas, cada día más accesibles y baratas.
Es cierto que todavía diarios y revistas son muy vigorosos en muchos países asiáticos, africanos y latinoamericanos, donde todavía se resisten a desaparecer y por el contrario crecen en medio de la corrupción política y engrosan su cartera en tiempos de la cíclica y multimillonaria temporada electoral que aporta maná caído de los cielos.
En países emergentes y corruptos como Brasil, México, India, China, Indonesia o Sudáfrica, o en los países del Este europeo, los diarios siguen compartiendo el poder hegemónico con la radio, la televisión y la publicidad callejera, e incluso suelen tener un enorme paginaje como en los buenos tiempos en que Los Angeles Times o The New York Times pesaban dos kilos en su edición dominical. Pero ese auge tiene la apariencia de la artificialidad.
Tal vez esa buena salud de los diarios en papel en países emergentes como México o Brasil se deba también a la inyección desbordada de dineros públicos o sucios por medio de la publicidad de ministerios, alcaldías y gobernaturas o empresas oficiales o privadas, que nutren sin control las arcas de esos medios a cambio de control ideológico y propaganda y muchas veces en espera de retrocomisiones.
En esos países donde reina la corrupción, los periódicos y revistas prósperos, las televisiones y las radios, pertenecen a veces a unas cuantas familias o grupos de poder que ejercen a su vez el poder político y económico y controlan así todas las arcas del Estado, por lo que la vida y la prosperidad de esos medios son en la mayoría de los casos artificiales y una feliz fiesta endogámica.
En México, país muy rico donde la danza de los millones y el derroche es impresionante, diarios y revistas cumplen todavía al lado de radio y televisión una función decisiva en el rumbo político del país y hay un aceitado sistema donde los generadores de opinión pueden hacerse ricos en un abrir y cerrar de ojos con solo seguir la línea del gobierno nacional o local de turno y participar en las campañas de desprestigio o elogio del caso, según las pautas marcadas por los asesores de comunicación.
El día en que llegue la transparencia y se ejerza el control estricto de los dineros públicos en esos países, como ocurre en muchas democracias occidentales, todos esos imperios mediáticos se derrumbarán como castillos de naipes, pues solo son hábiles entramados de lavado de dinero ilegal y público.
El asunto es obvio cuando se ve el tamaño cada vez más raquítico de diarios y revistas en países democráticos ricos, cuando no se anuncia la desaparición pura y simple de los mismos, mientras engordan algunos medios de los países del llamado Tercer Mundo, donde en la capital y sus regiones pueden convivir a veces decenas de grandes y prósperos periódicos y revistas.
Cuando se lee en la última portada de Newsweek, que ya de por sí era una publicación raquítica en papel, la invitación a lectores y suscriptores para que se den de alta rápidamente para recibir la edición virtual por Internet, se comprende con toda claridad que la nueva era del periodismo sigue su rumbo incierto hacia el precipicio, guiada por los cantos del flautista de Hamelin.
Y vale la pena preguntarse con estupor qué harán entonces los centenares de miles de jóvenes graduados en costosas escuelas de periodismo en el mundo entero, porque esa profesión se había vuelto la carrera de moda para alumnos indecisos que no encontraban vocación alguna y soñaban con aparecer algún día en televisión o hacer de reporteros internacionales en países lejanos, cuando cada vez hay menos enviados oficiales, desbancados por aficionados o stringers que reportan casi gratis y al instante desde cualquier lugar del planeta.
La proliferación de sitios, blogs, medios virtuales de grupos o asociaciones no gubernamentales, el hecho de que cada individuo tiene en su teléfono portátil o su tableta un eficaz instrumento multimedia, y es ya de facto un periodista en potencia, convierte en grandes elefantes blancos a las facultades de periodismo, a las agencias internacionales y a los grandes medios tradicionales, que como Newsweek y tantos otros grandes diarios y revistas mueren mientras concluye la larga era de la imprenta de Gutemberg.

sábado, 22 de diciembre de 2012

LOS REYES DECAPITADOS

*
Por Eduardo García Aguilar
Leí por primera el miércoles el poema « La revolución francesa » del poeta y dibujante romántico inglés William Blake (1757-1827) mientras la ciudad estaba cubierta por una pesada capa de bruma y humedad invernal. Descubrí así un extraño texto estremecedor donde se atisba el espanto total de un poder que ha dominado todo durante milenios y de repente ve derrumbarse y hundirse sus cimientos, que parecían inamovibles.
Nobles, clérigos, familia real, pajes, ayudantes, ministros, corte, alguaciles reciben en palacio las inquietantes noticias que vienen de la Bastilla, donde la fuerza popular iracunda e incontenible se dispone a derrumbar sin piedad el viejo régimen de príncipes y favoritos.
El largo fragmento escrito en 1790 por encargo del librero progresista Joseph Johnson hacía parte de un gran conjunto, a la usanza romántica, que Blake nunca concluyó y no fue publicado en vida del autor. Blake era conocido en vida por sus imágenes y solo después sus manuscritos perdidos y recuperados poco a poco, entre otros por Dante Gabriel Rossetti, fueron revelando la magnitud póstuma del escritor, posicionado desde hace mucho tiempo como uno de los clásiscos de la literatura universal e incluido en un volumen de la Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, que tengo en mis manos.
Este fragmento es conmovedor, pues con voz precisa y certera, metáforas, alegorías y figuras magistrales, nos comunica el sismo que significó una revolución, el fin de un mundo y una época cimentada durante miles de años en la creencia de la estirpe divina de los príncipes.
Y los personajes descritos por Blake, representantes del linaje real, los poderes ejecutivo, eclesiástico, militar, se encuentran en el imagiario palacio del Louvre petrificados de miedo ante el cataclismo de la Revolución Francesa de 1789 contra el Antiguo Régimen.
Un verso lo dice todo, cuando expresa que « El rey, envuelto en púrpura y fruncido el regio entrecejo, yacerá junto al oscuro labriego y los gusanos de ambos fraternizarán ».
Se me ocurrió entonces brincar e ir a la Basílica de Saint Denis, donde están sepultados todos los reyes de Francia, cuyos cadáveres fueron desenterrados por la turba y después, durante la Restauración recuperados poco a poco y vueltos a enterrar en esta antigua Catedral situada al norte de París.
En este templo Juana de Arco entregó sus armas en el siglo XV antes de ser supliciada bajo fuego y fue erigido en homenaje a Saint Denis, predicador cristiano que según la leyenda fue decapitado por los romanos en el siglo III y caminó solo llevando su cabeza en sus propias manos hasta el sitio final.
Nunca había venido a este lugar aunque a lo largo de las décadas la tuve a mano, ya que solo basta tomar el metro para llegar hasta sus puertas. La Catedral de Saint Denis sería el equivalente de Westminster, donde están sepultados los monarcas británicos aún no derrocados en tierra de Blake y Byron.
Pero Westminster pervive todavía en un país de monarcas y la Basílica de Saint Denis sobrevive apenas con sus muertos y criptas húmedas y musgosas en los suburbios republicanos de la inmigración y la pobreza, 230 años después la Revolución Francesa.
Cuando descendientes de los reyes franceses como el actual borbón Luis XX, quien es además bisnieto de Francisco Franco, han venido al sitio, se han quejado del deterioro ostensible del lugar, lo que salta a la vista cuando el visitante sale de la boca del metro y se encuentra en un laberinto de nuevos edificios de cemento y plástico construidos en la década de los 70.
En medio de comercios de baratijas y calles sucias este visitante observa una torre y se dirige bajo la lluvia a la antigua construcción gótica, cubierta por la pátina del tiempo, una capa de mugre negra adosada a cada una de sus arcadas, estautas, agujas góticas, rosetas y muros esculpidos.
Lugo entra y ve los mausoleos detrás de rejas visitados por unos cuantos turistas ancianos y comprende con toda claridad gracias al poema de Blake y a la realidad histórica palpable lo que fue de verdad en su momento la Revolución Francesa surgida de la Ilustración, el apocalipsis deflagrante que significó el hecho para los nobles derrocados y pueblo incrédulo que durante milenos se inclinaba ante ellos.
Blake escribió el poema tres años de que Luis XVI fuera decapitado en la plaza de la Concordia, pero ya en este fragmento contaba el estremecimiento del fin de una época histórica, de un sistema de creencias y privilegios, con la voz y la fuerza de la generación romántica.
Ahora, al salir de ese templo y caminar por las calles populares de uno de los suburbios mas pobres de París, recorro la arteria central y veo el ajetreo de los habitantes de hoy, franceses pobres, arabes, africanos, asiáticos más pobres aún, todos ellos ajenos a ese cementerio de reyes decapitados simbólicamente hace dos siglos.
Dos siglos en historia no son nada, por lo que es claro adivinar que la era de los monarcas terminó apenas ayer y que quienes caminamos por estas ruinas hoy somos casi contemporáneos de Danton, Marat y Robespierre, de la Ilustración y el Culto a la Razón.
Bajo la lluvia y la humedad hablo con el humilde policía de guardia y camino luego sobre la misma tierra que vio rendirse a Juana de Arco, hacia la boca de un metro anónimo, sucio, caótico.
Quedo lleno de cavilaciones, pero maravillado por el poder del texto de un gran poeta romántico que murió anónimo y sin fama para mostrar que los grandes monarcas se esfuman y los poetas como Dante y Blake quedan para siempre sin necesidad de coronas.


* En la imagen, el poeta William Blake






viernes, 21 de diciembre de 2012

LOS 30 AÑOS DEL NOBEL MILAGROSO

Por Eduardo García Aguilar
Cuando el 8 de diciembre de 1982, hace 30 años ya, Gabriel García Márquez, vestido de blanco liqui-liqui, recibió a los 54 años de edad de manos del rey Carlos Gustavo XVI de Suecia el Nobel de Literatura, se cerraba un ciclo milagroso del destino que marcó para siempre a un hombre, un país y un continente en plena efervescencia.
Nada al comienzo presagiaba que este hijo de un telegrafista pobre y calavera, nacido en un remotísimo villorio de la Costa Atlántica y que fue criado por sus abuelos, llegaría un día a ser recibido en todas partes como un jefe de Estado por presidentes, dictadores, reyes, gobernadores, alcaldes y reinas de belleza y que sus libros, por una magia especial, generarían el consenso absoluto de la crítica y de los lectores y fuera leído con pasión en todos los puntos del orbe.
El niño, el adolescente y el joven, perteneciente a una familia de costeños numerosa y modesta, a quienes muchos consideraban un "caso perdido", tendría que franquear todos los obstáculos y dificultades posibles para surgir en un país arcaico dominado por una casta política y económica endogámica, bunkerizada como los virreyes españoles en la fría capital colonial Bogotá, y donde a lo largo de los siglos siempre fueron los mismos quienes gozaron de los honores y las venias, mientras provincianos, indios, negros y miserables de todos los orígenes eran discriminados en las periferias.
A los 14 años, el destino se le atravesó y obtuvo gracias a los contactos y a la suerte una beca nacional para realizar los estudios de bachillerato en un frío pueblo de la sabana bogotana, Zipaquirá, región donde habitaron los indígenas autóctonos Chibchas, y que albergaba un yacimiento de sal en cuyo hueco se instaló una subterránea catedral que atrae desde siempre a los turistas.
Allí vivió en un internado que fue clave en su vida, porque lejos de las tierras cálidas y alegres de la costa tuvo que dedicarse de lleno a la lectura y al estudio para paliar la soledad, guiado por una pléyade de excelentes maestros normalistas, algunos de los cuales, como Carlos Martín, eran miembros de la generación poética llamada de Piedra y Cielo y que abría nuevas ventanas a la literatura costumbrista o engolada de Colombia.
Durante esos años adolescentes, lejos de casa, García Márquez tuvo la fortuna de leer todos los libros posibles y ejercer sus primeros pasos literarios escribiendo poemas de amor con el tono intimista de esa poesía inspirada por el español Juan Ramón Jiménez, quien obtendría el Premio Nobel en 1956, un cuarto de siglo antes que el propio estudiante provinciano perdido en las alturas de los Andes. Allí en ese colegio se encontró, por ejemplo con Thomas Mann, otro Premio Nobel autor de La montaña mágica y José y sus hermanos, libros que lo marcarían para siempre.
Mientras millones y millones de colombianos de su generación tenían que abandonar rápido los estudios primarios para trabajar o ni siquiera hacerlos, porque desde la infancia cargaban ladrillos en los tugurios, hacían la guerra como soldados o recogían cosechas como jornaleros, bajo la intemperie, el modesto muchacho al menos tuvo la oportunidad de pertenecer a esa pequeña élite de los estrictos colegios públicos nacionales, donde unos cuantos escogidos que resistían la dura prueba madrugaban para devanarse los sesos estudiando latín y aprendiendo las leyes de la gramática, en un país donde presidentes, ministros, prelados y legisladores eran obligatoriamente letrados a la usanza española.
El destino de casi todos ellos era la docencia, la burocracia, alguna profesión liberal o por supuesto la abogacía, profesión nacional por excelencia y sueño de quienes buscaban escalar para sacar a sus familias de la pobreza. Con mucha mayor razón si se era el varón primogénito de una enorme familia, llamado por tradición a salvarla.
García Márquez ingresó entonces a estudiar derecho en la Universidad Nacional, donde fue discípulo del hijo del expresidente liberal Alfonso López, de mismo nombre, quien también llegaría al llamado solio de Bolívar y sería uno de sus amigos recurrentes en los años de gloria y en las fiestas animadas por la típica música vallenata.
En esos primeros años de Bogotá el costeño alegre e informal conocería muchos secretos del país y aprendería a escrutarlo y comprenderlo desde el centro, pero la tragedia se le atravesó rápido cuando el 9 de abril mataron al líder liberal Jorge Eliécer Gaitán y el país entró en la nueva era de la Violencia que aún no concluye, después de que parte de la capital fuera incendiada y destrozada por la revuelta en medio de una terrible matanza.
La deflagración estalló durante la reunión de la Conferencia Panamericana, a la que por casualidad asistió el joven líder estudiantil cubano Fidel Castro, quien una década después tomaría el poder por medio de una Revolución y no lo dejaría durante el siguiente medio siglo y quien también sería uno de sus grandes amigos personales.
De retorno a casa, García Márquez volvió de nuevo a la deriva y ejerció todos los oficios posibles según cuenta la leyenda, como vendedor de enciclopedias, guardián de burdel, cantante de vallenatos y boleros, hasta que se le atravesó el periodismo, el oficio que ha salvado y perdido a todos los poetas del continente.
Al lado de un grupo de sabios amigos bohemios, intelectuales y escritores de Barranquilla, apadrinados por el sabio catalán Ramón Vinyes, García Márquez desarrolló sus armas como escribidor incesante frente a las viejas máquinas Underwood o Remington que sonaban como ametralladoras en las redacciones de los periódicos.
Treinta años después, en octubre de 1982, cuando la noticia del anuncio del Nobel salió de los teletipos de las agencias internacionales y apareció en primera plana en los vespertinos de la Ciudad de México, donde vivía desde hacía apenas dos décadas, todos supieron que se había producido un milagro que nunca volvería a repetirse. García Márquez acababa de elevarse a los cielos como Remedios la Bella, uno de los personajes inolvidables de Cien años de soledad, la obra que le dio gloria y fortuna gracias al poder inescrutable de la palabra.

* Publicado en el diario La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 16 de diciembre de 2012.

domingo, 9 de diciembre de 2012

PEQUEÑA GUÍA ECOLÓGICA DE MÜNICH


Por Eduardo García Aguilar*
Un río libre y natural, el Isar, la cruza en una serie de meandros selváticos que desde los tiempos de los bárbaros y los reyes siempre se han conservado para delicia de los amantes de la naturaleza. A su alrededor abundan lagos como el Ammersee y el Starnberger See que surgieron de los deshielos de las glaciaciones y hoy son deliciosos balnearios alpinos.
Además, las montañas de los Alpes, las inmensas cumbres nevadas que inspiraron a los románticos bucólicos Hölderlin, Von Kleist, Novalis, Heine y Goethe, le otorgan a la región un clima cambiante de lluvias desatadas y soles potentes que se mezclan con el viento y la nieve en invierno o la canícula y el aroma vegetal en verano.
Para quien ignore la historia contemporánea, sería una verdadera sorpresa enterarse de que en esta ciudad se originó en los años 20 del siglo pasado el nazismo de Adolfo Hitler y su amigo Heinrich Himmler, quienes crearon el partido y las ominosas SS en algunas de las cervecerías repletas de gente que hoy todavía pueden vistarse con cierta inquietud macabra.
Aquí dio sus primeros pasos el pintorzuelo austriaco Hitler, pues en una tienda fotográfica conoció a su gran amor Eva Braun y con sus lugartenientes creó las primeras células de un partido que llegó en 1933 al poder, después de la ominosa Noche de los cuchillos largos, presagio de futuros horrores como la Jornada de los cristales rotos y los campos de concentración.
Es cierto que estos hechos históricos persiguen al visitante enterado cuando entra a la céntrica cervecería donde se reunían los nazis a celebrar sus avances al calor de la música, las salchichas y la cerveza bávaras o cuando recorre las avenidas que aparecen en las viejas tarjetas postales, por donde recorrían antes las hordas agresivas del Nacional-Socialismo con sus uniformes estrictos.
Pero el contraste es extraordinario al percibir que una nueva sociedad ha emergido y que Münich es hoy gobernada por una coalición de socialdemócratas y ecologistas, ejemplo de gobierno para otras ciudades del mundo que rinden culto al cemento, los edificios enormes, al ruido, el esmog, las autopistas y los automóviles.
Estoy hablando de Münich, la ciudad alemana del sur, capital del Estado Federado de Baviera, que en los viejos tiempos perteneció o estuvo aliada a otras esferas geopolíticas como el Imperio Sacro Germánico y el Imperio Austrohúngaro.
La ciudad nutre sus raíces culturales en las montañas nevadas, las grandes cascadas, los bosques llenos de luciérnagas, enanos, brujas, elfos y gnomos de cuento romántico escrito por los hermanos Grimm o por Hoffmann, entre otros autores de relatos fantásticos.
Rodeada de campos boscosos donde las costumbres de otros siglos se conservan, como los enormes árboles adornados que dieron origen al tradicional de navidad que invadió el planeta, las vestimentas excéntricas que se guardan y se usan con orgullo, los sombreros tiroleses, las calzonarias de cuero con tirantes para los hombres y las faldas y las cofias campesinas coloridas para las mujeres, la ciudad está llena de sorpresas barrocas.
Los campos huelen a abono natural, ya que los pesticidas han sido reducidos por los gobernantes ecologistas y ya es natural el paisaje de los paneles solares sobre los techos de las viejas casas de campo, que adoptaroncon entusiasmo una energía natural que genera lo necesario para la vivienda e ingresos extras al venderse los excedentes para la comunidad.
Y eso sin contar el uso del agua fluvial que baja de los Alpes para crear energía hidráulica ecológica en todos los meandros de sus ríos y lagos, por lo que no es estraño encontrarse con represas naturales que arrullan con el sonido insistente de las aguas retenidas y liberadas. Igual ocurre con el viento alpino que en un abrir y cerrar de ojos despeja las nubes y deja el azul firmamento libre.
Münich es el paraíso de la cerveza y durante todo el año se rinde culto a la deliciosa bebida, servida en recipientes de todas las formas en las múltiples fiestas paganas que celebran con cualquier motivo los habitantes de este lugar y cuyo punto climático es la famosa Oktoberfest.
Hay un aire pagano en todas las celebraciones ruidosas que practican, ya sea con motivo del verano, la primavera, el otoño o el invierno, o usando como pretexto el triunfo del Bayern de Münich, su equipo de fútbol. Por las amplias avenidas la gente sale a celebrar esgrimiendo sus cervezas, en medio de la alagarabía de los músicos y la alegría de una juventud cada vez más mestiza y abierta a los aires del mundo. Abundan turcos, árabes, asiáticos, latinoamericanos, españoles.
En verano se suceden las celebraciones y en las boscosas islas o riberas del río inmemorial se practica el nudismo, que en otros lugares es más discreto o incluso prohibido. Los gobernantes socioecologistas han decidido dar rienda suelta a esa práctica pagana que da contacto con el sol y la naturaleza y genera paz y bienestar, y que otras ciudades del mundo deberían propiciar.
Las ciudades modernas suelen canalizar sus ríos o rodearlos de muros de piedra y cemento y sobre sus riberas se construyen autopistas como ocurre en París, pero en Münich las autoridades decidieron dejar
via libre a esa naturaleza que ya conservaba el rey Ludwig, cuando cuidó el Jardín inglés, un inmeso bosque del palacio que hoy sigue allí a salvo de construcciones citadinas, urbanizaciones venales y la voracidad de los agentes inmobiliarios.
En las amplias avenidas del centro, junto a iglesias y palacios decimonónicos, en el barrio francés, en la antigua Marienplatz, junto a sus construcciones barrocas o modernas, se siente ese aire original de una Baviera convencida seguidora de la naturaleza, los vientos, la fiesta pagana y la hirsuta rebeldía campesina que escribió jornadas históricas hace siglos.
Münich dio la espalda para siempre a su pasado más negro de Hitler. Es una ciudad poderosa y rica y sin duda falta mucho por hacer, pero los gobernantes contemporáneos hacen esfuerzos a favor de las energías alternativas como muestra de que puede estar pasando la era de la industrialziación depredadora y contaminante que en otros países emergentes se considera la única vía de un equivocado progreso. 
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* Publicado por La Patria. Manizales. Domingo 9 de diciembre de 2012.

jueves, 6 de diciembre de 2012

EL PODER DE LOS ROTHSCHILD

Por Eduardo García Aguilar
En una antigua sala de la sede histórica de la Biblioteca Nacional de Francia, y mientras se realizan enormes trabajos de restauración, se acaba de inaugurar la exposición Los Rotschild en Francia en el siglo XIX, una inmersión en el poder económico, social y político de esta familia de banqueros judíos provientes de Frankfurt, que tuvo a sus pies a toda Europa y se convirtió en verdadera dinastía todavía reinante.
El muy inteligente James Rothschild llegó muy joven a Francia en 1812, en la parte final del imperio de Napoleón, para desempeñarse como Cónsul de Austria y con rapidez tejió una red de relaciones con las que fraguó una fortuna colosal entre las múltiples guerras y vicisitudes políticas provocadas por restauraciones monárquicas y revoluciones, quiebras, asonadas y guerras sin fin que contribuyeron a inflar día a día su fortuna.
A lo largo de más de medio siglo James de Rorhschild tuvo a su pies al declinante Napoleón Bonaparte, a los frágiles monarcas de la Restauración y al Emperador Luis Napoleón Bonaparte III, bajo cuyo régimen se dio un auge industrial, colonial, cultural y urbanístico sin precedentes.
Como un rey Midas, James financió las obras monumentales de Haussman que transformaron a París, la construcción de los ferrocarriles y múltiples operaciones financieras mundiales para construir canales, puertos, puentes, industrias y minas. Comerció a nivel mundial con madera, tabaco de Cuba, algodón, oro, bronce, mercurio. Y fue así el triunfador y el sobreviviente de los banqueros, pues otros poderosos como Camondo y Pereire, también instalados en París, cayeron en el camino como pobres leones derrotados.
En su mansión de la calle Laffitte, en su castillo de La Ferrière o en su balneario de Arcachon, él y su esposa Betty realizaban fastuosas fiestas a las que acudían los grandes de su tiempo, amenizadas por Berlioz o Chopin y donde se cruzaban reyes, reinas, príncipes, diplomáticos, industriales, militares, diputados, senadores, artistas, cortesanas y arribistas de todo pelambre, bien descritos en las obras de Stendhal, Balzac, Maupassant, Dumas y Zola, entre otros.
James de Rothschild trabajaba en relación con sus poderosos hermanos, instalados cada uno estratégicamente en las grandes plazas de Londres, Frankfurt, Viena y Nápoles, por lo que casi todo el dinero de nobleza, industria, agro, gobiernos, políticos y sociedad en general era administrada por él en esas oficinas que eran como el corazón palpitante del que pendía la vida de todos. Hipotecas, ruinas, herencias, obligaciones, empréstitos, inversiones, préstamos, confiscaciones, quiebras, eran palabras que sonaban de manera cotidina en esas oficinas famosas rodeadas de notarios, abogadillos y funcionarios de pompas fúnebres.
La exposición nos hace viajar hacia esos tiempos para sentir elescalofrío del poder omnímodo del dinero. El enorme y magniífico retrato de James en 1864, pintado por Flandrin, nos comunica esa seguridad devastadora también descrita por Balzac en su famoso personaje del baron Nucingen. El rico James, que derrotó a su rivales Pereire y Camondo y que recibía besamanos de emperadores y reinas, nos mira a los ojos y sentimos a la vez fascinación y miedo.
La exposición de la BNF no lo dice por supuesto, porque la familia ha sido y es todavía una de sus más grandes mecenas desde el siglo XIX, pero detrás de tal esplendor y riqueza y tanta magnificencia, lujo, arte, música, exquisitez, refinamiento, uno atisba cuánto habrá sido el dolor de los arruinados, los despojados, el sudor de los obreros en las factorías metalúrgicas y los campesinos en los plantaciones, la enfermedad, el hambre y la muerte en los cultivos coloniales de ultramar o la sangre derramada en las guerras financiadas con su dinero. Tanta fortuna reposa sobre la ruina de millones y tal vez de ahí surge la necesidad del mecenazgo artístico y la caridad a través de fundaciones.
La vieja sede la BNF se encuentra en el corazón del barrio finnaciero, político y periodístico que dominó Francia desde el siglo XIX. Situada hacia el norte del Louvre y la Plaza Real, la Biblioteca ocupa una cuadra entre las calles Richelieu y Viviene, a unos pasos del edificio neoclásico de la Bolsa, alrededor del cual giró la historia del siglo burgués por excelencia, marcado por la impronta del capital y las transacciones finacieras que sustentaron el auge económico del imperio colonial.
Al frente de la BNF vivió Bolívar en 1804 y 1806 y cada una de las calles de la zona está llena de placas que nos muestran que al lado de la Biblioteca y la Bolsa vivieron el viajero Bouganville, el novelista Stendhal, el cocinero Brillat-Savarin, y centenares de figuras de la farándula, la política, las letras y el dinero. Emile Zola, publicó su famoso Yo acuso en el diario La Aurora, no lejos de aquí, y el socialista Jaurès, fue asesinado en un café cercano mientras sus émulos luchaban ilusamente contra el omnímodo poder financiero.
En la muy bien curada exposición hemos palpado documentos claves de grandes negocios, cuadros, fotografías color sepia, testamentos y actas de bodas, libros antiguos y objetos diversos que adornaban los salones del rico y sus herederos.
Vimos a la familia en pleno de paseo y de fiesta, a la reina Victoria y al Emperador Luis Napoleón inclinados ante el magnate. Sonaba la música de Chopin y de Berlioz. Y al salir en la tarde invernal y brumosa, inmerso del todo en aquel mundo ido, uno cree cruzarse de repente con el fantasmas de James de Rotshild, que acaba de subir enguantado y ensombrerado a la carroza y cuya mirada nos persigue como la de un Big brother mientras se dirige raudo al edificio de la Bolsa.

* Publicado el domingo 2 de diciembre en Excélsior. México.