sábado, 27 de octubre de 2012

MEMORIA DE UN POETA ASESINADO EN MÉXICO

Por Eduardo García Aguilar
En México, país que vive desde hace tiempos sumido en el casi total reino de la corrupción y la impunidad económica, politica, social, electoral, judicial y literaria, la muerte se ha convertido en diosa y señora todopoderosa, superando los atroces niveles de las guerras decimonónicas y los tiempos de la Revolución contra la dictadura porfiriana, cuando durante décadas la parca tuvo absoluto permiso para actuar.
Bajo el reino de las fuerzas del narcotráfico, aliadas al poder político, económico y judicial, amplias regiones del país son dominadas por las manos oscuras y negras que ejecutan inmigrantes, periodistas, estudiantes, sindicalistas, abogados, médicos, campesinos, obreros, mendigos, mujeres, niños, simples transeúntes o poetas inocentes.
Esas fuerzas reinan en el campo, las capitales y en las ciudades medianas y pequeñas, donde el asesinato es el arte más difundido y el sicariato la profesión más próspera. Son ya incontables los relatos de personas que en cualquier momento se cruzan por azar con elementos de esos ejércitos privados o públicos del crimen y atestiguan absurdos asesinatos, como si la vida se jugara siempre con un lance de dados.
Centenares de cabezas han aparecido guardadas en hielo, hombres colgados bajo los puentes o camiones repletos de cadáveres vertidos en autopistas y suburbios. Se incendian discotecas llenas de jóvenes, los asesinos irrumpen en fiestas de adolescentes, los trenes son asaltados y los armados visitan las casas de los ciudadanos comunes y abusan, golpean y roban sin que se sepa si son miembros del ejército o del crimen por separado, o si pertenecen al mismo mal coaligado, tal y como le ocurrió al poeta Efraín Bartolomé.
Durante el último gobierno de seis años, que concluye en diciembre, se calcula que los asesinados en la guerra narcoparamilitar superan ya las 70.000 personas, lo que condujo a la cruzada por la paz del poeta católico Javier Sicilia, cuyo hijo y sus amigos fueron muertos por asfixia en Cuernavaca tras encontrarse con los matones en el mal momento, una noche de fiesta. Millones de personas han seguido sus manifestaciones pacíficas, que no han tenido ningún efecto contra los poderes.
Digo esto porque todos en un momento dado tenemos noticias de que las garras de la delincuencia narcoparamilitar impune atacan a personas conocidas y a veces a los ángeles de la poesía, que como mi amigo el poeta y traductor italianista Guillermo Fernández (1932-2012) se había retirado a la fría Toluca, capital del poderoso Estado de México, junto a los volcanes, a seguir su labor rodeado de libros, lejos de los ajetreos de la inmensa y ruidosa capital mexicana y cuyo cuerpo amordazado y estrangulado apareció en la sala de su casa-biblioteca hace unos meses.
Centenares de escritores de todo el mundo, encabezados por Günter Grass y Michel Buttor, y convocados por el poeta y novelista francés Fréderic-Yves Jeannet, firmamos esta semana una misiva dirigida al nuevo mandatario del Estado de México, gobernado hasta hace poco por quien será ahora el presidente del país, para que se acelere la investigación que conduzca a hallar a los asesinos del poeta Fernández, originario del estado de Jalisco y quien era una de las figuras de la brillante generación de escritores eruditos y cosmopolitas a la que pertenecen o pertenecían José Emilio Pacheco, Francisco Cervantes, Sergio Pitol y Salvador Elizondo, entre otros.
Visité por última vez a Guillermo en su casa de Toluca hace unos cuatro años, antes de ir a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En una bella cafetería-librería del centro de la ciudad nos reunimos toda una tarde de domingo con él varios amigos, entre ellos las escritoras Cristina Rivera-Garza y Adriana González Mateos y después nos dirigimos a su casa para seguir la conversación literaria en su magnífico, modesto y caluroso hábitat, entre un océano de libros de literatura italiana. Dante, Aretino, Maquiavelo, Leopardi, D'Annunzio, Svevo, Pavese, Moravia, Saba, Calvino, parecían estar presentes.
Lo volvía a ver después de años de ausencia de México con la alegría de reencontrar al amigo y maestro gracias al cual los primeros años de extranjero en tierras aztecas fueron mucho más vivibles, porque todo en él era poesía y generosidad. A comienzos de los años 80 fuimos vecinos y habitantes de la legendaria Casa de las Brujas, en la colonia Roma, un castillo de cuento de terror construido durante el porfiriato para albergar diplomáticos y donde también vivían Sergio Pitol, Vicente Quirarte, Mario del Valle y Eduardo Vázquez, entre otros autores mexicanos.
Yo vivía en un apartamento art-deco del segundo piso frente a la plaza Río de Janeiro, en cuyo centro había una reproducción del David de Miguel Angel. Guillermo, un hombre afable, delgado y nervioso de gafas semiquevedianas, en un bello habitáculo del cuarto piso dotado de piano, lleno de macetas de flores, cuadros, esculturas y estanterías de madera caoba y las reuniones allí eran frecuentes e interminables. Los sábados nos encontrábamos no lejos del edificio con otros poetas, entre ellos Francisco Hernández, Vicente Quirarte y Sandro Cohen, en la antigua cafetería La Bella Italia, en la Avenida Alvaro Obregón, para leer las obras en marcha de todos e intercambiar libros.
Pero esos años de felicidad literaria en plena Colonia Roma, un barrio de estilo parisino construido en tiempos del dictador Porfirio Díaz, y que es una zona llena de joyas arquitectónicas restauradas, terminó con el terremoto del 19 septiembre de 1985, cuando muchos edificios cercanos se derrumbaron en la zona de desastre, pero donde por milagro sobrevivió la Casa de las Brujas. El saldo del terremoto fue de más de 30.000 muertos. Todos nosotros nos salvamos.
Guillermo y yo volvimos a ser vecinos en la colonia Vértiz, más al sur, y después él se dirigió a Toluca, cuyo clima frío le recordaba los inviernos en Florencia, Italia, ciudad donde él vivió varios años en la década de los 60 y en la que pervivía de manera imaginaria.
Su vasta labor como traductor de literatura italiana es impresionante y su obra poética breve, pero intensa, una de las más notables de su generación. Ahora pedimos con Günter Grass y Michel Buttor que se aclare el crimen de un poeta anciano a quien la parca se le atravesó en el crepúsculo y se lo llevó al lado de sus adorados autores italianos, personajes todos de un círculo del Infierno, el Paraíso, o el Purgatorio de la Divina Comedia de Dante, que él se sabía de memoria y recitaba en las veladas, cuando bebía a cántaros el vino de Toscana.



martes, 23 de octubre de 2012

MANGO, COCO Y PLÁTANO EN BARBÈS

Por Eduardo García Aguilar
Mangos africanos, plátanos, las verduras más bellas y variadas del mundo se ven en el mercado afroasiático y afrodisíaco de Barbès, alrededor del metro Château Rouge o en español Castillo Rojo, situado al norte de París. Allí vive la más nutrida concentración de habitantes del sudeste asiático, Maghreb y África subsahariana, cuya vida multicolor inunda calles y rincones como si estuviésemos en los tiempos del Ladrón de Bagdad.
Peluquerías a bajísimo precio en la calle Poulet, tiendas de pelucas trenzadas o encrespadas en la calle Poissonière, y boutiques de manicure para bellezas negras en la calle Coustine, mendigos junto al metro, paralíticos, prostitutas, traficantes de droga y celulares robados, pueblan este rincón muchas veces contado, a un costado de Montmartre.
De repente, la fuerza pública aparece y la muchedumbre de vendedores ilegales, comerciantes de productos exóticos que preparan tamales en fogones de carbón o gas en las sucias aceras, huye entre el griterío y se esconde con sus objetos de pacotilla.
Los cuerpos de élite de esta Zona de Seguridad Prioritaria recién creada por el gobierno, irrumpen en momentos de tensión mientras se habla del creciente impulso de los movimientos fanáticos islamistas, en especial de los salafistas o de Al Qaida que acechan y preparan atentados suicidas en ese Occidente infiel, satánico, que se burla de Mahoma y Alá en caricaturas y artículos de la prensa.
La policía esgrime sus fusiles, ronda en la esquina del metro, pide documentos a extranjeros sospechosos y va de un lado para otro sembrando el pánico generalizado, pero una vez la redada concluida, desde todos los rincones, como hormigas, reaparece la muchedumbre de comerciantes ilegales y llena las calles.
Por estos barrios pululan restaurantes de todos los sabores: humea el cuscús, se siente el aroma de las especias indo-paquistaníes con su inconfundible curry, huele a mazorca asada, a pescado fresco, y una tras otras se suceden las tiendas de trajes y telas africanas de colores chillones con estampas de cocoteros o las chilabas o chalecos que acaban de llegar de Pakistán, Sri Lanka, Indonesia, India, el Maghreb árabe o kabyl o del oeste africano.
En tiempos de fiesta, decenas de miles desfilan detrás de sus ídolos como el dios Ganesha, elefante bonachón a cuyo paso los peregrinos indo-paquistaníes quiebran miles de cocos que se explayan en las calles entre el griterío de los niños que cuelgan de las espaldas de las bellas negras, perfumadas y engalanadas con prendas de todos los matices del espectro lumínico.
No es necesario tomar el avión y viajar miles de kilómetros hacia el oriente para entrar a este mundo cosmopolita de Barbès, lleno de vida, donde conviven hinduístas y budistas, judíos y coptos, católicos y protestantes, musulmanes y miembros de otras sectas milenarias.
Barbès sería un mundo soñado donde convive cada quien con su delirio, cruzando pacíficamente por las calles sin extrañarse, conscientes de los derechos otorgados por la República fundada desde la Revolución francesa. Ellos, todos los miembros de esta tierra de Babel están aquí porque cuando el país que los acoge era potencia, sus fuerzas los colonizaron con crueldad y arrogancia sin límites.
En Indochina y el Extremo Oriente franceses, en el Levante y el Medio Oriente, en el mar Rojo y el cuerno africano, Egipto, Siria, Sudán, Yemen, Etiopía, Sudáfrica, Nigeria, Congo, Malí, Benín, Costa de Marfil, Senegal, Argelia, Marruecos, Túnez y Libia, alemanes, italianos, franceses, holandeses e ingleses se peleaban por las riquezas y esclavizaban con ayuda de reyezuelos, jeques, emires, marajáes, príncipes y otros valedores, a millones de humanos.
Los esclavizaron y los llevaron a las guerras más atroces, fueron carne de cañón, como los expertos en machete o cuchillo que eran la vanguardia de los cuerpos represivos de esos ejércitos coloniales que hicieron reinar el terror en todo el Sur y despojaron a los autóctonos de sus tierras para talar bosques y abrir minas.
Durante siglos todas esas riquezas innombrables que ya habían descubierto Marco Polo y los viajeros portugueses, holandeses, ingleses, germanos, galos o españoles fueron chupadas por los vampiros que hicieron de Europa y sus diversos países la potencia invencible que fue con sus flotas de crueles filibusteros y aventureros.
En la Isla Mauricio, la Reunión, el sur de India, Madrás, Shangái y Hong Kong, Agra, Estambul, Ankara, Damasco, Bagdad, Teherán, El Cairo, Addis Abeba, y todas las capitales del Altántico africano, desde Senegal hasta Mogador, y desde Tánger hasta Alejandría y Trípoli, las fuerzas coloniales estuvieron presentes listas al despojo y por eso los descendientes de los humillados y ofendidos están aquí y pululan en el barrio de Barbès, que lleva el nombre de un héroe de la Revolución de 1848.
En este territorio, más arriba de las Estaciones férreas del Este y del Norte, en el famoso distrito dieciocho descrito por Juan Goytisolo en su novela Paisajes después de la batalla, en estas calles de hermosos edificios intactos desde el siglo XIX, entre el bullicio y la alegría, la miseria y el dolor, maleantes y policías juegan al gato y al ratón y los dioses de todas las religiones aparecen en medio de las plegarias y la propaganda de hechiceros, marabúes, lectores de la suerte y deshacedores de maleficios.
Todo esto ocurre en pleno siglo XXI, en 2012, al norte de París, mientras llegan noticias de atentados suicidas y explosiones, desde Pakistán, Irak y Siria hasta la llamada Tierra Santa o el Malí sahariano, entre amenazas atómicas y propaganda armamentista. Pero la fiesta continúa mientras bebo una cerveza entre los bares Titanic y Constelation, cuyas letras de neón titilantes se hunden en la noche de lobos.
---------------------------------
*Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 21 de octubre de 2012.

domingo, 14 de octubre de 2012

ENCUENTRO EN MÉXICO CON EDGAR NEGRET

Por Eduardo García Aguilar
Cuando lo vi por primera y última vez en México, Edgar Negret tenía cerca de 72 años, pero parecía mucho más joven. Delgado, piel morena, tal vez reminiscencia genealógica de su origen incaico y movimientos ágiles, Negret (1920-2012) fue fiel a la tradición de los artistas plásticos que desafían el tiempo con una escalofriante juventud eterna: Picasso, Miró, Rufino Tamayo, Monet, Chagall, para solo mencionar a unos cuantos.
"Necesitaría cien años para hacer todo lo que veo", me dijo en 1993 el creador de los aparatos mágicos y coloridas piezas metálicas influidas por su reencuentro con los incas, Quipus, eclipses, homenajes a Machu Pichu, el sol y a Huayna Capac, que exponía entonces en el Museo Tamayo de México, situado en el bosque de Chapultepec.
Vestía con un saco color verde y por el resfrío se cubría con suéter y bufanda color tierra. Como desde hacía décadas, su cabeza rapada y bronceada lo hacía semejar a uno de los extraterrestres que estuvieron en la fundación del imperio matemático de los incas, que tanto admiraba, y podría haber sido uno de los arquitectos misteriosos de las Líneas de Nazca, reencarnado en pleno siglo XX.
Colombiano, de la ciudad colonial sureña de Popayán, era considerado desde los años cincuenta una gloria nacional y muchos críticos lo incluían entre los más originales y revolucionarios escultores de latinoamericanos y del mundo.
Negret me contó su agradecimiento con la ciudad de Popayán, donde el arte era bien visto, y con su padre, militar viajero que lo apoyó en su carrera como artista. E incluso me relató intimidades, pues me dijo que conoció al poeta Guillermo Valencia e incluso fue novio de una hija suya, Luz, con quien tuvo una gran amistad a lo largo de la vida.
Guillermo Valencia, que "era como un dios para todos", le decía, "¡mi querido Edgar, sé que sigues los pasos de Fidias!".
Obras como Kachina, Eclipse, Puente, Escalera, Acoplamiento, Gran metamorfosis, Gran templo de Sol, Sol, Machu Pichu, Eclipse, Terrazas, Quipu, Cóndor, Reloj andino, Tejido, Eclipse sobre el Cuzco, Cascada, Deidad, Laguna mística, fueron algunos de los poemas de metal y color, que llegaron a las salas ultramodernas del Museo Tamayo en Chapultepec y que el día de inauguración apreciamos al calor de los vinos cientos de asistentes invitados por la agregada cultural Linda Berg.
De Negret, la novelista y crítica argentina Marta Traba dijo en 1973 que la suya es una "obra enteramente solitaria, que ha ido haciendo de sí misma su propio referente, que ha convertido sus contradicciones internas en dinámica. Su obra no se puede tocar ni penetrar, ni movilizar, ni trasladar, no es móvil ni múltiple. Está ahí, perfecta y entera, recordándonos que la función olvidada del arte es reemplazar lo real por la estructura imaginaria capaz de reconducirnos al sentido profundo y a la medida de las fórmulas".
Dijo que siempre cayó "en los mejores grupos de artistas donde estuve" y que en Nueva York compartió con Ellswoth Kelly, Robert Indiana, Luoise Nevelson, Agnes Martine y Jacques Joungerman, quien estaba casado con la actriz Delphine Seyring. "Eramos un grupo extraordinario que nos encontrábamos todos los días y el fin de semana hacíamos reuniones en los estudios de cada uno de nosotros". Allí en Manhattan, donde dominaba el abstraccionismo de De Kooning y otros, él y sus amigos fueron mirados con "malos ojos" al principio y considerados traidores porque venían del "abstraccionismo europeo".
"En Madrid viví en casa de Juan Oteyza y su señora y conocí a los Saura, Carlos, que era fotógrafo, y terminábamos con él y su hermano Antonio en fiestas en el sótano de la librería Buchholz. En París estuve con los latinoamericanos Soto, Otero, Cruz Díez, del grupo venezolano, y con los colombianos Ramírez Villamizar y Alejandro Obregón".
Los orígenes de su obra, que se desplegaría luego en Nueva York, se remontan a su estadía en Mallorca, donde trabajó con hierro al lado de artesanos locales. Luego se trasladó a las afueras de París, en Saint Germain en Laye, donde a falta de espacio y material hizo bocetos con cartón que pintaba, pero de los cuales, me dijo, no quedó rastro.
"Cuando llegué a Nueva York tuve un estudio en Park Avenue South y allí quise montar un taller. Pero el departamento de incendios exigía unas cosas que no podía comprar. Había que forrar con materiales anti inflamables todas las paredes. Empecé entonces a trabajar con láminas delgadas de aluminio. Ponía los remaches y vi que no podía ocultarlos totalmente y usé el tornillo. Y gustó muchísimo", relató con emoción por el fortuito hallazgo neoyorquino.
"Al principio los tornillos iban en sitios necesarios, pero poco a poco se convirtieron en parte total de la obra, en algo especial y estético. Me interesó mucho que se quedara un poco a la vista el proceso de la obra. Se podía desarmar. Se podía quitar las tuercas y volver al estado primigenio. Allí hubo una definición total por los colores y formas que utilizaría después", agregó.
Desde los años cincuenta Negret hacía piezas verticales, horizontales, geométricas, coloridas, imágenes de poesía cósmica. Mucho antes de que estuviesen de moda Derrida y el desconstruccionismo, ya se había anticipado, al abandonar los remaches y dejar a la vista las tuercas y los tornillos de sus esculturas, para revelar el proceso creativo como tal en un importante gesto precursor de modernidad.

domingo, 7 de octubre de 2012

INTRIGA EN EL VATICANO

Por Eduardo García Aguilar*
Lo que hasta ahora era solo tema de best sellers de baja calidad y novelas de intriga palaciega, terminó por convertirse en realidad y una pesadilla a la vista del mundo en el Vaticano, que vive bajo el mando de un erudito y frágil pontífice que ama la música y las exquisiteces más abstrusas del espíritu.
Lejos están los tiempos de Juan Pablo II, el poderoso y enérgico polaco que marcó la historia en un cuarto de siglo de actividades incesantes por el mundo y quien enfermo, casi a punto de expirar y lacerado por intervenciones quirúrgicas sucesivas, encontraba energía para saberlo todo y salir a los balcones del palacio para arengar a las muchedumbres.
El polaco fue un portento de estadista que acompañó la transición del mundo cuando se derrumbaban la Unión Soviética, las dictaduras en los países del Este, entre ellas la de su natal Polonia, la caída del Muro de Berlín y la redefinición geopolítica del planeta hacia una nueva era de incertidumbres anunciadas por el ataque de las Torres Gemelas, en pleno corazón del imperio estadounidense.
Cuando cubrí la más extensa visita de Karol Wojtila a México, tuve la oportunidad de viajar por avión durante diez días de una ciudad a otra tras los pasos del papa, en companía de los vaticanistas y periodistas del mundo entero que lo seguíamos y pernoctábamos en las ciudaddes a donde llegaría en medio el entusiasmo de la muchedumbre.
Veracruz, Zacatecas, Durango, Monterrey, Aguascalientes, son algunas de las ciudades a donde llegó y quienes estábamos cerca de la comitiva quedábamos asombrados por ese carisma de Jefe de Esyado, la energía politica y la inagotable agilidad atlética de ese hombre que parecía poseído por una fuerza y una misión inagotables.
En Zacatecas millones de campesinos abarrotaron las montañas para escucharlo en una ceremonia impresionante que llegó a su culmen cuando dijo que llegó ahí a cumplir el sueño del poeta Ramón López Velarde, quien seis décadas antes escribió que las campanas de su ciudad estaban hechas para que algún día las escuchara el papa.
Nada de tal esplendor terrenal se ha visto durante el pontificado de Joseph Ratzinger, teólogo, filósofo, erudito de gabinete que durante décadas fue eminencia secreta, pero que en el poder se ha mostrado frágil y errático, cometiendo errores políticos en una época que parece un polvorin de incertidumbres sin nombre que requiere decisiones claras y rápidas y una gran flexibilidad ante las emergencias provocadas por países incendiados en Asia, Medio Oriente y Africa con los fuegos del fanatismo.
Al contrario, esta semana el Vaticano vivió una de las jornadas más lamentables cuando un pequeño y oscuro mayordomo laico de la familia cerrada del papa Benedicto XVI enfrentó el juicio por robar miles de documentos que filtró a la prensa, encendiendo escándalos que le han dado un golpe certero al pontífice.
El juicio reveló el verdadero mundo de intriga reinante en ese nido de víboras de poderosos prelados que luchan ya por la sucesión antes de que se extinga el frágil pastor alemán, encerrado en sus habitáculos como un dulce pajarillo en medio de cóndores, águilas y buitres.
Paolo Gabriele, o Paoletto, desayunaba con el papa, iba con él a la primera misa, lo acompañaba por todas partes y pasaba el día al lado del secretario particular de Su Eminencia, el apuesto y sexy monseñor Georg Gäsnwein, admirado como uno de los símbolos del glamour varonil del orbe, al lado de George Clonney, Robert de Niro y Brad Pitt.
De esa pequeña oficina que compartían Paoletto y Gänswein fueron extraídos los documentos secretos donde se lavaba el agua sucia de las intrigas, se revelaban las luchas entre cierta jerarquía italiana y otras fuerzas emergentes, y se daban a conocer oscuras historias de lavado de dinero en el banco Vaticano, que llevaron a renuncias, exilios y condenas.
Gänswein, de 57 años y Paoletto compartieron todo desde 2006, al lado de las laicas Carmela, Loredana, Cristina y Rosella, la asesora sor Birgit Wansing y el secretario maltés Alfred Xuereb, en lo que se consideraba una estrecha y unida familia pontificia cuyo patriarca era el mismísimo Santo Padre.
Toda esa confianza se fue al suelo en un Vaticano poblado de obras inmortales y testigo de una historia milenaria también cargada de intrigas, algunas de las cuales sangrientas. E incluso en el juicio apareció un cheque sin cobrar de 100.000 euros extraviado entre los papeles y una vieja edición incunable de la Eneida, para dar un toque aun más surrealista a la tragedia y al triste fin de reino.
¿Para cuáles intereses secretos jugaba Paolo Gabriele ? ¿Quiénes habrán sido sus cómplices ? ¿Cuáles son las otras historias secretas de esta riña palaciega que apenas comienza y salpicará a otros altos dignatarios ?
Paoletto dijo que actuó así porque se dio cuenta de que el papa no sabía nada de lo que pasaba en el gobierno Vaticano y que por lo tanto es una figura decorativa entre intrigas de poder que lo sobrepasan.
Solo difundiendo las cartas secretas contrarrestaba las patrañas. Golpeado por la traición de uno de los suyos, que se consideraba un hijo, el papa Benedicto XIV vive un fin caótico frente al cual sabiduría intelectual, su poco sentido de lo práctico y su pasión musical lo hacen inerme, como si fuese solo una mansa paloma en medio de los más feroces chacales.
----
* Publicado en La Patria. Manizales. Octubre 7 de 2012.

lunes, 1 de octubre de 2012

LA NUEVA AVENTURA DEL MARQUÉS DE SADE

Por Eduardo García Aguilar
Después de dos siglos, el manuscrito de Los 120 días de Sodoma, terrible obra del marqués de Sade, es objeto de un litigio judicial entre Suiza y Francia y podría ser adquirido por cuatro o cinco millones de euros por la Biblioteca Nacional de Fracia (BNF), con la ayuda de algún secreto mecenas, revela una reciente investigación del diario Le Monde.
     Hace unos años la BNF adquirió el manuscrito de la Historia de mi vida de Giacomo Casanova, en torno al cual realizó una espléndida exposición en su moderna sede del sur de París, en la que se desplegó el enorme manuscrito en medio de escenografías sobre la vida y la época del libertino veneciano.
     Como muestra del cambio del espíritu de las épocas, ahora los más perseguidos y prohibidos autores de otros tiempos se están convirtiendo en clásicos que concitan la admiración de críticos y expertos, maravillados por la prosa de estos hombres que vivieron huyendo de la justicia, o como en el caso de Sade, pasaron la mayor parte de su existencia en prisiones.
     Casanova, que fue un gran vividor, estafador, donjuan, jugador, mentiroso, mitómano, perverso, aventurero, recorrió toda Europa cometiendo sus fechorías sexuales y económicas y al final de su vida terminó en un castillo lejano de Bohemia como humilde bibliotecario de un príncipe, convertido en un amargado y reumático cascarrabias que rumiaba con tristeza su fracaso.
     Pero en sus últimos años fue invitado a contar su vida, lo que hizo en un manuscrito de miles de páginas, donde con letra diminuta y preciosa relató unas aventuras que se convirtieron en el fresco de la Europa del Siglo de las Luces.
     El manuscrito de Casanova pasó de mano en mano de coleccionistas a lo largo de los siglos y al final recaló en la gran biblioteca francesa, que lo adquirió en 2010 por más de 7 millones de euros, suministrados por un mecenas anónimo.
     Guardado en cajas de cuero elaboradas para el efecto, estos ojos admirados pudieron ver y recorrer el manuscrito y disfrutar de la excelente caligrafía de quien se considera uno de los grandes prosistas de la lengua francesa, al lado de Saint Simon, Voltaire, Chateaubriand y Proust.
     Ahora el director de la BNF, Bruno Racine, quien desde hace seis años se ha aplicado a obtener para el Estado francés manuscritos de autores del pasado y el presente, encabeza la estrategia para hacerse del sulfuroso manuscrito de Sade, donde cuenta las peripecias sexuales de cuatro viejos que abusan y obtienen todos los favores posibles de 42 jóvenes de ambos sexos, encerrados en pleno invierno en un castillo del Bosque Negro, en la frontera franco-alemana.
     Sade pasó la mayor parte de su vida en las cárceles de Vincennes y Bastille, donde purgaba penas por el supuesto abuso de jovencitas, aunque otros consideran que también se trató de razones políticas y personales, dado el conflictivo carácter del pervertido noble, en los agitados tiempos de la decadencia y fin del Antiguo Régimen aristocrático.
     Se encontraba pues el personaje en la cárcel de la Bastilla cuando ocurrieron los acontecimientos de su toma y, según se cuenta, desde las ventanas de alguna celda Sade arengaba a la turbamulta que luego incendió el lugar, convertido en el emblema de la Revolución Francesa.
     Sade escondía el rollo del manuscrito de 12 metros, redactado con preciosa caligrafia en octubre de 1785, entre unas piedras, para que no le fuera decomisado por las autoridades, pero en medio del ajetreo de la toma de la Bastille en julio de 1789 fue trasladado casi desnudo a otra cárcel, mientras su objetos personales y la obra quedaron en la celda.
     El inspirador del sadismo murió en 1814 convencido de que había perdido el manuscrito de la que consideraba su mejor y más preciosa de sus obras, pero la verdad fue otra : un tal Arnoux de Saint-Maximin lo rescató y lo vendió posteriormente al marques de Villeneuve-Trans, cuya familia lo poseyó durante tres generaciones, cuentan los investigadores del diario Le Monde.
     En 1900 el manuscrito fue comprado por el psiquiatra inventor de la sexología, el alemán Ian Bloch, quien lo editó muy mal en 1904. En 1929 lo compró el vizconde Charles de Noailles, cuyos herederos lo conservaron hasta que fue robado a una de sus descendientes en 1982 y comprado después, al parecer de buena fe, por el coleccionista suizo Gerard Nordmann.
     Desde hace años el heredero de la familia Noailles, Carlo Perrone, reclama el manuscrito, que puede circular en Suiza, pero sería decomisado en Francia en caso de que llegase a pasar la frontera. Sin embargo, esta larga historia puede estar llegando a su fin, ya que de ser comprado por la BNF, ya solo restaría definir las cantidades que corresponderían a cada una de las partes en litigio.
     Desde el fondo de su tumba el marqués de Sade ignora que su manuscrito se salvó de las llamas de la Bastilla, cruzó los siglos intacto y que pronto obtendrá los honores oficiales y tal vez una exposición que atraerá al público, como ocurrió con las colecciones eróticas secretas de la BNF, expuestas bajo el título de El Infierno, y la de Casanova, que fue todo un éxito en 2011.
     El marqués de Sade fue un gran narrador y prosista de genio y su extensa obra es considerada un fresco social de la vida revolucionada de su tiempo, una cruel comedia humana que está a punto de obtener por fin la consagración oficial de una patria nativa que lo miró de reojo durante siglos.