sábado, 28 de julio de 2012

LOS JUEGOS OLÍMPICOS, BATMAN Y LA GUERRA

Por Eduardo García Aguilar



El mundo se paraliza desde esta esta semana con los Juegos Olímpicos, cuya horrenda inauguración acaparó todas las pantallas, haciendo pasar a segundo plano las crisis económicas, las guerras, la pobreza, la contaminación mundial y el deterioro del planeta, dominado como nunca por los poderes de la plutocracia más depredadora y asesina.


A diferencia de otros tiempos cuando las noticias tardaban y se digerían a través de los diarios y las ondas radiales, el mundo globalizado de hoy en una inmensa e intercomunicada red miltimedia, un videojuego que nos matiene enterados al instante de todo lo que pasa, como si viviéramos en una telenovela de horror permanente.


Los Juegos Olímpicos taparán por un mes los graves conflictos y el polvorín en que está convirtiéndose el planeta, pero en menos de un mes volveremos a enterarnos que vivimos uno de los instantes geopolíticos más decisivos de la historia reciente y que Colombia y Suramérica en general hacen parte del mapa de la codicia de las fuerzas financieras mundiales y tal vez ya figuren en la agenda de las guerras futuras azuzadas por los agentes locales de esos intereses.


El asesino loco de la ciudad estadounidense de Aurora, que se creía el Joker de la nueva versión de Batman, con su cabello pintado de rojo y su mirada de payaso de juguete, es la metáfora perfecta del mundo en que vivimos y de la hipocresía de los grandes industriales del armamento y sus grupos de influencia, que hacen todo lo posible para que las armas sigan vendiéndose libremente y las guerras regionales se reproduzcan como champiñones.


Sectores retardatarios del sistema norteamericano, como los puritanos hipócritas o los ultraconservadores, generan sin escrúpulos el mal que dicen combatir en todas las partes del mundo, consumiendo la mitad de la cocaína que se produce en América Latina y por otro lado facilitando la reproducción de las masacres delirantes de tipo Columbine y Aurora, al permitir que cualquier pelagatos compre las armas como si se tratara de juguetes o bombones.


Y además, ese mismo sistema financiero y político mundial encabezado por Tío Sam y en el que desempeñan gran papel Europa, los países emergentes como China, Brasil, India, o las ricas monarquías árabes, así como la plutocracia rusa, entre otros, alienta cada año el surgimiento de nuevas guerras y conflictos en el mundo para participar en el próspero negocio millonario del armamento, del que viven Estados Unidos, Alemania, Francia y otros países europeos, por un lado, y por otro lado, China, India y otros países emergentes que ganan millones vendiendo tanques, aviones, fusiles, lanzacohetes, municiones, barcos de guerra, minas y todo tipo de instrumentos bélicos y de represión.


A esas potencias les conviene que cíclicamente los países del mundo se trencen en guerras y cuando en una región suenan los vítores de la paz, se precipitan a crear otras en zonas donde no existían o había cierta estabilidad.


América Latina fue durante mucho tiempo centro de guerras locales y conflictos y ahora, salvo en Colombia, México y Guatemala, reina cierta calma, pero los gérmenes de nuevos conflictos azuzados por el odio tenebroso de ignaros líderes fanáticos siguen latentes para cuando los imperios decidan abrir un nuevo campo para sus rentables negocios.


Las guerras de Libia y Siria no son desde ningún punto de vista la irrupción de rebeliones auténticas, sino la cínica estrategia de crear conflictos para poner a funcionar la industria armamentista imperial que destruye todo para que después los gigantes grupos se enriquezcan con la reconstrucción o la explotación del subsuelo. Todo eso sobre un mar infinito de cadáveres, familias destrozadas, niños traumatizados y masacrados, de ingenuos militantes y soldados desaparecidos por miles mientras los líderes mundiales brindan champán en sus encuentros interminables y hablan a favor de una democracia falsa y corrupta.


Las guerras de Irak provocadas por los Bush padre e hijo -famosos magnates petroleros-, las guerras de Oriente Medio y los conflictos en Africa y el sudeste asiático y las regiones fronterizas del sur de Rusia, en torno al mar Negro y el Bósforo, solo son conflictos para definir la repartición de los recursos petroleros y gasíferos del siglo XXI y establecer las rutas futuras del producto. Las potencias mundiales occidentales y ahora Rusia, China e India están creando nuevos bloques para definir como se repartirán las riquezas del susbsuelo de la parte sur del planeta, de las que depende su sobrevivencia y su poderío.


Y por supuesto los Juegos Olímpicos, el fútbol, Batman, las noticias de la farándula mundial, las telenovelas reales e imaginarias que nos cuentan la radio, la TV y la cinematografía hollywoodense, son instrumentos para mantener a la población alienada y ciega, como niños eternos, anestesiada frente a la pantalla chica o grande mientras se fraguan frente a sus casas los horrores del futuro en que estarán involucrados.


Todos aquellos que vivimos en zonas ahora relativamente pacíficas del planeta, no debemos estar muy seguros ni confiados de la permanencia de ese idílico momento. En cualquier instante la guerra puede tocar a nuestra puerta y ponernos en una deriva de horror como la han vivido Irak, Afganistán, Libia, Siria, Chechenia, Georgia, Pakistán, Costa de Marfil, Mali, Chile, México, El Salvador, Guatemala, los Balcanes, y decenas de países que son y serán la carne de cañón de las nuevas guerras por el botín planetario del subsuelo.





miércoles, 25 de julio de 2012

LIBROS ERÓTICOS Y LIBERTINOS

Por Eduardo García Aguilar




Hay una larga tradición de libros libertinos que se remonta a los tiempos de la Roma Imperial y al despunte de la modernidad en el Renacimiento, obras donde fluye el cuerpo con total libertad, bajo improntas paganas primero y luego demarcándose de la represión inquisitorial y la rigidez religiosa imperante a lo largo del medioevo.


Solo basta ver las ruinas de Pompeya, sus frescos y objetos cotidianos para comprender que el arte del amor hacía parte esencial de la vida cotidiana de patricios y plebe : imágenes desbordadas de erotismo en paredes, vasijas y superficies diversas, cuando no representaciones en pequeñas esculturas, muebles, camafeos e instrumentos de la vida diaria.


En los miles y miles de vasos griegos expuestos en el Louvre y otros museos se reproducen las crudas escenas del coito en todas las posiciones posibles entre personas de ambos o del mismo sexo. Obras de una perfección fascinante que nos maravillan hoy porque representan un culto al cuerpo atlético, radiante en todo su vigor juvenil, a través de ninfas, efebos, venus, gigantes, héroes hercúleos, guerreros o madonnas.


En Grecia la filosofía se practicaba en bacanales libertinas que vemos bien descritas en los diálogos de Platon, donde el ebrio Sócrates va de puerta en puerta libando y llega al destino para seguir la fiesta y discutir y pensar al calor del vino y la orgía sexual.


En la Roma Imperial se superaron todos los límites y en el Coliseo Romano el erotismo llegó al máximo sadomasoquista con gladiadores sudorosos que combatían y morían descuartizados en la arena ante el público expectante, con sus pieles sudorosas que brillaban bajo el sol veraniego.


Y en el Renacimiento, en Venecia y otras ciudades, los libertinos estaban al acecho enmascarados y disfrazados practicando la aventura de la seducción y la fiebre de buscar a toda costa el placer desbordado.


De esa era datan ya grandes textos como el Decameron o los poemas de Aretino, así como las Memorias secretas donde se cuenta en detalle la deriva sexual de los amantes en la lujuria y la fornicación.


La era de la Ilustración, o sea el Siglo de las Luces, refinaría ya al máximo el arte del libertinaje a través de cientos de novelas anónimas o firmadas, donde se cuentan las aventuras eróticas de todas las clases, practicadas al escondido de las leyes y las reglas morales en vigor. El gran Giacomo Casanova sería una de las máximas leyendas de esa práctica aventurera, a la que se une luego la más excesiva de todas bajo el nombre del gran Marqués de Sade, quien imaginó todos sus atrocidades en las cárceles a donde fue confinado por sus abusos.


La biblioteca de la Pleiade de la editorial Gallimard publicó en dos volúmenes una muestra de las principales novelas libertinas de la Ilustración dieciochesca, escritas a veces por grandes autores que prefirieron ocultar su nombre tras un vistoso seudónimo.


Algunos se destacan allí como el gran novelista libertino Retif de la Bretonne, y otros como Dorat, Nerciat, Godard de Beauchamps, Meusnier de Querlon, Boyer d’Argens y Gervaise de Latouche, entre otros, que publicaron libros prohibidos como Teresa Filósofa, El pie de Fanchette, el Nieto de Hércules o El niño del burdel, La Mesalina framcesa y La costurera Margot, que aparecían en ediciones clandestinas ilustradas con detalle por grabadores de talento y fueron conservados secretamente en el famoso « Infierno » de la Biblioteca Nacional de Francia.


Esas novelas libertinas del siglo XVIII son además estudios sociológicos de la sociedad de su tiempo, que presagiaba ya la Revolución y el fin del viejo e injusto régimen aristocrático bajo la Monarquía, agotado ya desde hace tiempo.


Luego vinieron los escritores decadentes de fines del siglo XIX y a comienzos del XX grandes maestros del erotismo y las literaturas prohibidas como Oscar Wilde y Marcel Proust, cuyo En busca del tiempo perdido es un amplio fresco de la pasión erótica prohibida.


En nuestra época Roger Vadim y Klaus Kinski son herederos contemporáneos de Casanova y Sade. El realizador Vadim es muy claro en sus Memorias, pues desnuda sus amores con hermosísimas mujeres, íconos máximos del siglo XX como son Brigitte Bardot, Annette, Chatherine Deneuve y Jane Fonda, entre otras, todas absolutamente espectaculares, mitos deseados de la pantalla moderna.


Vadim se dio el lujo de poseer y tener hijos con los tres más bellos símbolos sexuales de su tiempo, Bardot, Deneuve y Jane Fonda, actriz que a sus 75 años de edad declara tener una activa vida sexual, con lo cual anima a los ancianos y a los miembros de la tercera edad a no dejarse morir en la inactividad y reclamar su derecho a una vida sexual libre y feliz.


El actor Klaus Kinski, en su libro Yo Necesito amor, publicado por Tusquets en la colección La Sonrisa Vertical, nos muestra la desesperación de un hombre que pasa su vida día a día buscando hacer el amor a toda costa con todas las mujeres que se cruzan por su vida, desde mucamas a princesas.


Su obra, como la de todos los libertinos, es el relato de una búsqueda de cuerpos, de las ansias locas de amor, de los amores que nacen y mueren, el dolor de amar, separarse, vivir solo, y sobre todo de la impronta genética del deseo que signa a los humanos con su tinta indeleble. Su consigna es dejarse llevar por Eros, porque la vida se acaba rápido y nadie podrá lamentarse ya de lo no hecho cuando ingrese a la nada.

jueves, 19 de julio de 2012

EN LA CASA MOSCOVITA DE LEON TOLSTOI



Por Eduardo García Aguilar

A sus 86 años de edad la señora Valentina Ievguenievna respira con dificultad, sentada en un banco junto a la mesa del comedor de la planta alta, en la casa moscovita de León Tolstoi. Uno diría que el viejo maestro acaba de salir a cortar leña en el amplio patio y está a punto de regresar de un momento para otro. La anciana guía que trabaja en esta casa desde hace 30 años y gana un salario modestísimo de 3.000 rublos se levanta y arrastrándose sobre sus babuchas se acerca al piano donde se apoyaba Chaliapin para cantar.
Comienza a explicar cómo se salvó a los treinta años el autor de Resurrección de ser devorado por una osa cuya bella piel café yace al lado del instrumento con su rostro agresivo, el hocico abierto y una mirada de animal malherido.Tolstoi se enfrentó a la bestia pero falló el primer tiro y cayó en sus garras, de las que pudo liberarse al dispararle por segunda vez. Días después unos cazadores dieron muerte al animal y al descubrir la bala comprobaron que era la osa que casi lo mata y le regalaron esa piel que ahora sigue intacta en el salón de recepciones de la planta alta donde solían recibir a los invitados y hacer fiestas y veladas aristócratas y gitanos, bohemios, revolucionarios y señoras de la alta sociedad.
Todo eso lo cuenta doña Valentina con lujo de detalles: que la vajilla era de Limoges, que a Sonia la mujer le gustaba la gente rica y a Tolstoi los pobres y los marginales, que cuando Chaliapin cantaba se apagaban las velas y temblaban los vidrios, que el maestro se enfurecía cuando perdía una partida de ajedrez, que sus hijas lo apoyaban en sus generosos propósitos y su esposa y sus hijos hombres cuidaban el patrimonio que él quería regalar a los pobres. El salón de arriba tiene los cuadros, muebles y adornos originales que pudieron conservarse dado que el museo en honor del gran novelista fue creado poco después de su muerte por iniciativa de su mujer y los hijos.
Uno se imagina las fiestas y las tertulias celebradas allí, en uno de los lugares donde por décadas alrededor del patriarca se reunía el mundo artístico e intelectual de Moscú. Más allá está la elegante sala alfombrada y llena de cuadros y muebles lujosos de la matrona Sonia y al fondo el cuarto de huéspedes. Y tras seguir por un corredor uno se topa con los cuartos de la hijas, la ropa antigua de las mujeres de la casa, la bicicleta Rover que el maestro conducía por Moscú, las amplias columnatas cubiertas de azulejos de la calefacción de madera, las habitaciones de los domésticos, mientras afuera caen poco a poco las hojas ocres del otoño.
Y en una esquina de la casa aparece de repente el delicioso estudio de techo bajo donde escribió sin cesar el escritor entre candelabros y mullidos sofás de cuero negro, lugar en que pasaba la mayor parte de su tiempo la conciencia nacional y el autor más sagrado, querido y admirado por los rusos. En un armario se ven las amplias camisas de algodón, las botas negras y los instrumentos de zapatería que usaba el aristócrata rebelde para jugar a ser zapatero remendón.
Al bajar las escalinatas hacia la planta baja, otra anciana salida de una novela de comienzos de siglo XX con un viejo gorro de astrakán reemplaza a Valentina Ievguenievna y explica con lujo de detalles la enfermedad de Vania, el último adorado hijo de Tolstoi, muerto niño a causa de la escarlatina y cuyos cuadernos, lápices, dibujos, juguetes y otros objetos están muy bien conservados en una habitación dedicada especialmente al que según la leyenda parecía llamado a ser el heredero espiritual de su anciano progenitor. También se ve el comedor familiar, un oso embalsamado en cuyas manos luce una pequeña tabla redonda donde los invitados dejaban sus cartas de visita, y, colgado como si hubiera llegado ya el maestro, el enorme e inconfundible abrigo negro de piel.
Tolstoi nació en Yasnaia Poliana en 1828 y murió en Astapovo en 1910 a causa de una neumonía que contrajo al escapar de casa y caminar solo entre la lluvia y el hielo. De él nos ha quedado esa imagen de abuelo eterno de luengas barbas blancas y ojos de cegatona opacidad. Es el arquetipo decimonónico del escritor nacional que todo prospecto de literato trata de emular desde la adolescencia y el ejemplo más nítido de lo que es la gloria literaria, cuando un hombre encarna a una gran nación y en este caso a Rusia, la patria de Iván el Terrible y Pedro el Grande, del fabuloso Kremlin de rojas murallas y doradas cúpulas ortodoxas.
Ahora que por primera vez en la vida y después de muchos sueños piso por fin la casa moscovita del admirado genio, una sensación de gran familiaridad nos invade. Es como si toda esa historia tantas veces leída se hubiera concretado y él fuera un viejo abuelo cascarrabias y tierno que recibe a un lejano nieto y lo invita a recorrer por el patio cubierto de hojas otoñales. Tolstoi está ahí y palpita entre nosotros casi cien años después de su muerte. Se pueden escuchar sus risas, sus palabras roncas, la tos seca de invierno, el crepitar de las chimeneas, mientras las abuelas que reinan en esta casa y cuidan los floreros y limpian los muebles, nos cuentan con minucia su vida cotidiana y el largo crepúsculo que lo fue envolviendo hasta la eternidad de la gloria.
Ya pronto la nieve cubrirá esta tosca y enorme casona de madera y el patio donde él jugaba con los nietos y los perros y partía con hacha la madera para las calderas de la calefacción. No lejos de ahí, por la calle Nueva Arbat o la imponente Treviskaia despunta la nueva Rusia de avisos y pantallas luminosas y tiendas de lujo, mientras las limusinas y los autos de lujo de mafiosos y nuevos oligarcas se pavonean orondos con sus chicas de oropel y los rascacielos rompen el nuevo paisaje futurista de la capital de un rico imperio dispuesto a seguir siendo protagónico en el mundo.

sábado, 7 de julio de 2012

EL MAGNÍFICO ESPLENDOR DE ESTRASBURGO

Por Eduardo García Aguilar


Hay ciudades que nos maravillan desde el principìo y que en cada visita nos provocan aún más emoción por la variedad de sus joyas arquitectónicas, la situación geográfica y el entorno paisajístico y humano. Tal es el caso de Estrasburgo, donde el visitante comprende lo que ha significado Europa en su larga historia llena de avances y retrocesos, descubrimientos y oscurantismos, guerras y fiestas, y cuya principal característica es una rica cultura popular inagotable que se iza desde los oficios más humildes y simples a las fastuosas catedrales góticas construidas a lo largo de los siglos.

Una romería incesante de visitantes recorre día a día el esplendor de esta capital legislativa europea, ciudad principal de la región de Alsacia y Lorena, que a lo largo de los siglos fue disputada por alemanes y franceses en guerras atroces que causaron cientos de miles o tal vez millones de muertos.

La gente de todas las regiones del planeta queda fascinada ante la belleza de la enorme Catedral gótica de piedra rosada, cuya fachada está llena de gárgolas, imágenes, representaciones esculturales de las historias bíblicas que pueblan cada uno de sus recovecos, vericuetos, ángulos, pasajes, convirtiéndose en un sueño o una pesadilla de la imaginación.

Adentro es aún más impresionante la experiencia a medida que se filtra la luz de los vitrales bajo los grandes arquitrabes o se visita el inmenso reloj donde las horas son representadas por mecanos fantasmagóricos que parecen moverse por fuerzas misteriosas o se observan las antiquísimas obras escultóricas o las columnatas flamígeras.

En torno a la catedral se suceden unos tras otros los palacios de los reyes y de grandes familias, como Rohan y Broglie, que dominaron a lo largo de los siglos esta zona cubierta de una vegetación viva que se nutre de múltiples canales y de una red fluvial dominada por el famoso Rhin, cantado por tantos poetas y escritores y que es una de las venas principales del continente.

Visitada por cinco Emperadores, el último de los cuales Carlos V, esta rica encrucijada europea situada a un lado del Rhin ha vivido desde su fundación en tiempos romanos un auge permanente de creatividad y comercio, reflejado en la variedad de huellas arquitectónicas y artísticas que la signan. Junto a las torres y fortalezas que defendían a Estrasburgo, bañadas por las aguas del río Ill, que al llegar ahí se divide en cinco brazos, se ven las bellas casas de la Petite France, que representan la típica arquitectura de vigas aparentes, como si surgieran del cuento de Hansel y Graetel o de otras historias fraguadas por los contadores de cuentos infantiles de tradición germánica.

Son casas parecidas a adornos de chocolate o tajadas de un delicioso pastel de fiesta infantil que fascinan por su originalidad y están ahí desde hace siglos, desde los tiempos del medioevo. A veces parecen escenografías para una película de Tim Robbins.

La riqueza de esta ciudad, a donde cada semana llegan medio millar de diputados y miles de asesores a debatir en largas sesiones los destinos del continente, se ve también en la vida de los inmigrantes que enriquecen el sincretismo cultural. Arabes, paquistaníes, rusos, españoles, latinoamericanos llenan bares y restaurantes, escuelas y calles, plazas y bulevares, convirtiendo la ciudad en una torre de babel de turistas y aventureros.

Pero lo que más impresiona es la danza cultural que se refleja en sus diversas zonas, la tensión cultural que se ve en los grandes espacios donde están situados los palacios construidos durante la dominación germana o donde se ve la impronta de la Revolución francesa, ya que fue aquí, en Estrasburgo, donde se cantó por primera vez La Marsellesa.

En un abrir y cerrar de ojos se pasa del medioevo a la época clásica, del Imperio romano germánico a la era francesa de Luis XIV y de ahí a los tiempos de la Primera Guerra Mundial o los de la nefasta ocupación nazi. Razones estas suficientes para que albergue uno de los tres poderes de la Comunidad Europea, que pese a la crisis, sigue construyéndose con esperanza.