viernes, 24 de febrero de 2012

LA AMADA SALVADOREÑA DE SAINT EXUPÉRY

Por Eduardo García Aguilar
Poco a poco crece el mito de la diva Consuelo Suncín, una pequeña salvadoreña que desde su humilde pueblo natal de El Salvador, en América Central, saltó de amante en amante y de esposo en esposo, hasta ser la tributaria de la obra de Antoine de Saint- Exupéry y la musa que lo llevó a crear El Principito, uno de los libros más famosos del siglo XX.
     Según la leyenda, Consuelo salió de su tierra natal, un pueblo llamado Armenia, hacia a México, a donde llegó en los albores del siglo XX en busca de fortuna. Allí, después de unas aventuras poco felices, encantó al entonces Ministro de Educación, el escritor José Vasconcelos, quien dedicó a la mujer páginas inflamadas de sus Memorias, iniciadas con el famoso volumen Ulises Criollo. La mujer quedó plasmada para siempre en esa obra, que es una de las más bellas escritas en el siglo XX por un mexicano, ya que es un himno a su patria, escrito con una prosa llena de efectos, deslumbrante y auténtica como pocas, gracias al talento y la emoción con que describe su tiempo y los paisajes de su extenso y variado país. Cualquier diva quedaría feliz con ser sólo la inspiración de estas páginas memorables, pero ella nos guardaría aún mayores e increíbles sorpresas amorosas.
     A lo largo de las páginas de Vasconcelos fluye la pasión secreta que suscitó en él esta diminuta mujer, que en apariencia no tenía gracia muy especial. Enloquecido de deseo por su nueva amada salvadoreña y lleno de culpas atroces por ser infiel a su esposa -una abnegada matrona de la bella tierra de Oaxaca-, la llevó de viaje a París, en un juego de laberintos, pues a su vez traicionaba a otra de sus amantes, la muy intelectual y muy aristocrática Antonieta Rivas Mercado, que despechada por la traición del tribuno, se suicidó lanzándose desde las alturas de la catedral de Notre Dame, en un melodrama de crónica roja que inundó los titulares de los periódicos amarillistas.
     Consuelo Suncín voló de los brazos del gran Vasconcelos y llegó a los del escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, considerado como el más exitoso escritor latinoamericano de su tiempo y para muchos el mejor prosista de la generación modernista. Vasconcelos, que era una verdadera leyenda del continente y un frustrado líder mexicano que mucho después moriría marcado por el fraude que le impidió llegar a la Presidencia de su país, recibió el golpe en silencio y sólo pudo exorcizarlo mucho después en las bellas páginas que le dedicó a la mujer, a quien puso el seudónimo de Amparo.
     Gómez Carrillo, autor de casi un centenar de libros de crónicas que eran editados en París por la viuda de Ch. Bouret y en Barcelona por Sopena, tuvo tal éxito, que gozó de gran fortuna y su prosa amena y llena de sorpresas, sus páginas de viaje y descripciones de la primera guerra o la vida de la belle-époque europea eran leídos en todo el mundo hispanoamericano. Vargas Vila lo odiaba y lo envidiaba por su éxito y porque a fin de cuentas tuvo mayor penetración en los medios literarios europeos de aquel tiempo, cuando él y Rubén Darío acudían a la mesa etílica del gran Verlaine y vivían con intensidad la vida mundana y cosmopolita de los tiempos de entreguerras, dominados por el art-déco, el surrealismo, el cubismo, las nuevas técnicas de comunicación inalámbrica, el cine y los raudos autos de lujo.
     Pero pese a su éxito y a estar con la salvadoreña, Gómez Carrillo sucumbió en pleno esplendor de la vida, a los 54 años, cuando a su alrededor cundían los elogios y la admiración de sus contemporáneos. La fortuna del malogrado escritor Gómez Carrillo, el best-seller desbordado de su tiempo de quien pocos se acuerdan hoy, pasó de inmediato a Consuelo Suncín, quien no tuvo más remedio que sufrir luego los avances de otro grande, Gabriel D'Annunzio, el autor de Gog y Magog, y de otros hombres de letras de su tiempo. ¿Qué tenía? ¿Cuál era su misterio? ¿Por qué los escritores morían de amor por ella y le daban todo?
     Pronto la conoció Antoine de Saint-Exupery, un piloto de leyenda y escritor aristócrata del sur de Francia, que hizo todo por seducirla, como invitarla a dar una vuelta en avión por las alturas argentinas y decirle que lo dejaba caer si no aceptaba estar con él y darle un beso en el instante. El bonachón Saint-Exupery la amó con locura, pese a la oposición de la familia francesa y se casó con ella, causando reacciones encontradas en la sociedad de su tiempo.
     Después viene el relato de este amor loco, los celos del autor de Piloto de Guerra y Tierra de Hombres, el exilio en Nueva York durante la guerra, la aparición de El Principito y el misterioso fin en un accidente de su avión en las costas mediterráneas, cerca de Marsella, tragedia en torno a la cual se tejen todo tipo de historias, como por ejemplo que el propio novelista cayó en el mar a propósito, desesperado por los celos.
     Muerto Saint-Exupéry, la Suncín, ya millonaria, afrancesada y heredera de los derechos y las propiedades del autor francés, pasó los últimos años de ancianidad en París convertida en centro de amistades y admiración, hasta que a su vez se enamoró de su jardinero y chofer, un español simple y joven que tras la muerte de la anciana heredó toda la fortuna del guatemalteco y los derechos editoriales del francés, cosa que jamás perdonaron ni la familia de este último ni los medios intelectuales de Francia.
     Hace unos años, en una fiesta en el bulevar Saint-Germain con motivo del centenario de Saint-Exupéry y la aparición de varios libros autorizados por el heredero español, las botellas de champán se quedaban sin abrir en ausencia de invitados. El mundo editorial francés, los diplomáticos y con mayor razón la familia no acudieron al cóctel. El inmenso patio dieciochesco estaba semivacío bajo el sol de mayo. Pero unos cuantos curiosos estábamos allí admirados, hablando con el último amor de la diva, ese español simple que nos decía con afabilidad crepuscular: "!Beban, beban champán, muchachos, que invita Consuelo Suncín!".
     Cosa que hicimos con alegría; pero era tanto el champán y tan pocos los asistentes, que no pudimos agotar aquellas botellas gigantes que se quedaron allí en ese jardín como prueba de que aún pocos en Francia comprenden la leyenda de esta salvadoreña inolvidable, que de cenicienta pasó a las glorias de la fama.

* Publicado en varios medios latinoamericanos.



                                                          Saint-Exupéry y Consuelo Suncín

martes, 21 de febrero de 2012

ALVARO MUTIS VUELVE A CIRCULAR

Por Eduardo García Aguilar


La editorial Grasset ha puesto a circular de nuevo varias obras de Alvaro Mutis, el gran escritor colombiano que a los 88 años de edad sigue presente como un faro desde su residencia en la ciudad de México, donde vive desde hace casi seis décadas. Son pequeños volúmenes de bolsillo, de color rojo, que hacen parte de una colección de clásicos extraídos del acervo editorial de la tradicional casa editora.
     
     Las historias de Maqroll el Gaviero y su cuerpo poético han tenido gran aceptación en algunos países europeos, donde se le considera un autor secreto, de culto, pues el personaje se identifica con las muchas diásporas del continente, donde desde hace milenios surgen personajes solitarios y lúcidos que recorren su existencia por el mundo sin mucha esperanza, pero sí con gran vitalismo y alegría de vivir.
   La obra de Mutis, compuesta por la Summa de Maqroll el Gaviero y una serie narrativa de sus andanzas y tribulaciones, en la que figuran La nieve del almirante, Un bel Morir, Ilona llega con la lluvia, Abdul Bashur y La última escala del Tramp Steamer, entre otras, establece un puente entre las brumas de los puertos europeos repletos de aventureros y prófugos y los del trópico, calcinados por el el sol y marcados por la impronta del deseo.
    Su factura se inició después de que Alvaro Mutis se jubiló y emprendió con pasión inagotable la escritura de obras donde quería decir todo lo que había acumulado en su larga vida aventurera de viajes y trabajos, caracterizada por el goce de la amistad y la lectura.
   Hasta antes de emprender esos libros narrativos donde haría existir a Maqroll el Gaviero, Mutis era sólo conocido por la Summa de Maqroll el Gaviero, publicada por la editorial Seix Barral en 1973 y que incluía su poesía de 1974 a 1970. En ese volumen figuraban colecciones ya clásicas como Los elementos del desastre, Los trabajos perdidos y Reseña de los hospitales de Ultramar. Era un autor secreto que sólo había obtenido el premio Cassius Clay, otorgado por los nadaístas.
   Después de su paso por la cárcel, de donde salió el libro Diario de Lecumberri, Mutis, como casi todos los poetas del continente, había agotado su horas de trabajo y lucha por la vida como locutor, publicista o empleado de empresas multinacionales de cine, dedicado a visitar una tras otra las capitales latinoamericanas para colocar películas y series de televisión. Incluso como locutor hizo la voz del narrador de Los intocables.
   En esos largos periplos cultivó la amistad de muchos poetas afines a él como el nicaragüense Carlos Martínez Rivas, autor de la Insurrección solitaria, o el argentino Enrique Molina, ex marinero autor de grandes libros como Las cosas y el delirio, Las pasiones terrestres y Amantes antípodas. Compartía con esos amigos y otros de su generación temáticas como el viaje, el deseo, la enfermedad, la fuga, la soledad, la fatiga, la desesperanza, la usura, la muerte, la podedumbre.
   En México Mutis estaba cerca de quien fue otra de sus influencias cuando jugaba billar y escribía poesía de joven en Bogotá, el gran poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, quien vivía por Coyoacán y cuya foto ocupa lugar privilegiado en la sala del poeta.
   En ese exilio mexicano Mutis ha vivido en una casa del barrio San Jerónimo repleta de libros, en compañía de varias generaciones de gatos y en su estudio figuran las fotos de Marcel Proust y Joseph Conrad, entre otros. Al lado, está su imprescindible bar con sus amados licores, vinos, cognacs y whizkys preferidos que adquiere o le envían sus amigos.
   Allí ha pasado décadas leyendo las Memorias de Ultratumba de Chateaubriand o de Giacono Casanova o los diarios de Saint Simon, y decenas de autores de lengua francesa, como Valéry Larbaud, sin olvidar su revisión permanente de Antonio Machado, quien fue el primero que se le reveló cuando cursaba bachillerato en el Colegio Mayor del Rosario, en Bogotá.
   Después de publicar su saga literaria de Maqroll el Gaviero y obtener importantes premios en España y Francia, Mutis volvió a su guarida de San Jerónimo y se ha mantenido alejado de la farándula literaria actual. Hubiese podido como otros autores latinoamericanos seguir alimentando la serie narrativa para figurar, pero ha preferido volver a sus libros y a la vida, porque cuando un autor ha dicho lo que debía decir desde lo más profundo de su ser es preferible callar y el silencio entonces es mucho más radiante y significativo.
   Ahora que circulan de nuevo sus libros publicados por Grasset en las librerías del mundo francófono, vuelvo a su obra y a la evocación de nuestras conversaciones publicadas bajo el título de Celebraciones y otros fantasmas, editadas en Colombia y España y traducidas y publicadas en francés por Folle Avoine.
   En estos tiempos de derivas literarias, donde a veces predomina la escoria, sólo queda recomendar a los lectores volver a esa poesía esencial de Mutis y a sus cortas historias estremecedoras porque van al fondo de lo que « nosotros somos sin saberlo » como diría otro autor preferido por Mutis, el paralítico de Carcasona, Joe Bousquet. Mutis es un faro y el haz de su luz literaria gira en medio de la tormenta nocturna.
  


  


sábado, 11 de febrero de 2012

CONVERSACIONES CON LORD BYRON

Por Eduardo García Aguilar
No estamos lejos de la era romántica, pese a que han pasado dos siglos. En estos días, en el antiquísimo Pasaje Vivienne, frente a la vieja Biblioteca Nacional y en el mismo lugar donde vivió Bolívar entre 1804 y 1806, un librero de cabello cano despeinado, especializado en mapas antiguos, ofrecía a precios irrisorios libros recién rescatados de los sótanos o las buhardillas de su tienda, mientras se realizaban trabajos en su negocio.
     Ofrecía para desembarazarse y abrir espacio ediciones de los siglos XVIII, XIX y comienzos del XX a sólo dos euros cada una a los curiosos que cruzamos por ahí hacia las librerías de viejo más antiguas de la ciudad sobrevivientes en manos de sus lejanos herederos.
     Entre los volúmenes encontré una bella edición ilustrada de Hojas de Hierba de Walt Withman con prólogo de Carl Sandburg y, para mi sorpresa, un pequeño volumen doble encuadernado de 1827 que incluye las Conversaciones de Lord Byron (1788-1924) con el capitán Thomas Medwin y parte de su correspondencia.
     El volumen pertenece a las obras completas publicadas por Ladvocat y Delangle Hermanos, en la traducción en boga de Amédée Pichot, quien contribuyó con esmero a la difusión del romántico inglés en Europa, donde la lengua francesa era la predominante.
     Adherida al libro hay una hoja escrita con aplicada letra caligráfica en pluma de ganso que dice « Byron Conversaciones 2 » y de repente me doy cuenta que en volúmenes idénticos, hermanos de esa edición canónica, los románticos franceses y europeos leyeron al mítico Lord. O sea que el libro que tengo en mis manos es uno de los que circularon en esa época y leyeron Nerval o Victor Hugo y ahora lo puedo llevar a casa por dos euros. El hombre me dice que puedo llevarme 7 libros por diez euros si quiero, pero no tengo tiempo en medio de la helada que cubre a la ciudad este febrero, para sentarme a revisar el túmulo de libros que yace en el suelo de la galería cartográfica.
     Muchas de las obras de los poetas románticos son hoy difícilmente accesibles a nuestro gusto e incluso la misma obra de Byron, Childe Harold o Don Juan, ha tomado ciertos golpes del tiempo, pero las Conversaciones con Medwin es un libro sincero que nos entrega una imagen real del héroe muerto en Missolonghi, Grecia.
     Como en el caso del famoso libro de Peru Lacroix sobre Bolívar, donde vemos a la leyenda en su vida cotidiana en Bucaramanga, con Medwin accedemos a un Byron de carne y hueso, descrito con lujo de detalles cuando disfrutaba de uno de esos momentos de errancia por Italia, en su aspecto físico, agradable trato, extremada inteligencia, memoria excepcional, rencores y fragilidad sentimental.
     Como tantos aristócratas románticos de la época se desplazaba por el continente con una caravana de carrozas cargadas con su biblioteca, muebles, objetos personales y cuando se detenía en algún lugar lo vemos en su cotidianidad atormentada, atraído por alguna bella, quejándose de la incomprensión de los suyos o doliéndose del fracaso de su vida matrimonial, sus líos financieros y la ausencia de su hija.
     Se trata, como casi todos los románticos, de seres rebeldes, maniaco-depresivos y megalómanos, imbuidos como era de rigor por la búsqueda de la gloria y la necesidad de hacer proezas militares y literarias capaces de subirlos al trono de mármol de la posteridad.
     Su vida de famoso transcurre de ciudad en ciudad y de país en país abierta a las costumbres y bellezas paisajísticas y arquitectónicas que pueden ser observadas con tiempo a diferencia de los impertinentes turistas que ya existían entonces y viajaban coleccionando instantes sin tener tiempo para digerirlos.
     Byron, Keats, Coleridge, Shelley, Nerval, Hugo, Novalis, Goethe, Holderlin, Von Kleist. La mayoría son letrados ricos de las tierras frías que bajan hacia los climas más benévolos del Mediterráneo en busca de ruinas romanas, vestigios renacentistas, sensualidad latina y el espiritu jugetón y hedonista de las poblaciones marcadas por el sol.
     En cada lugar encuentran interlocutores ilustrados y ricos con quienes realizan veladas inolvidables, en medio de las delicias culinarias y la degustación de vinos regionales, al calor de los cuales discuten sobre los rumbos políticos del continente y del mundo y hablan de las obras literarias del pasado y las intrigas de la literatura actual. Todos ellos son hipersensibles, se involucran en batallas perdidas y mueren en el campo de batalla como él, en duelos, o ahorcados como Nerval.
     Es difícil definir a ese movimiento que nace, muere y renace al vaivén de las generaciones. Robert Kanters dice que «parecido en toda Europa y sin embargo proteiforme, el romanticismo desanima la definición porque hay en él una mezcla de actitud literaria y espiritual». Es « la reacción y la revancha de la totalidad del hombre contra la tiranía de uno de sus componentes », o sea que sería la venganza del sentimiento frente al auge de la racionalidad o de la máquina. En ese sentido el movimiento pop de los 60, el rock, el arte moderno y mayo de 1968, serían un avatar moderno del romanticismo.
     De todos los temas discute Byron con su amigo el capitán y a través de esta versión deliciosa, carente de énfasis o adornos inútiles, tenemos la impresión de estar muy cerca de él y sentir que en estos tiempos de protestas mundiales contra los poderes globalizados se está alzando una nueva era romántica contra el poder del dinero, la técnica y las armas.



















lunes, 6 de febrero de 2012

¡QUE VIVA SHAKESPEARE & COMPANY

Por Eduardo García Aguilar*
La muerte del excéntrico George Whitman (1913-2011) a los 98 años de edad el pasado diciembre, causó gran duelo entre los bibliófilos del mundo entero, pues su librería anglófona Shakespeare and Company, la más famosa del planeta, se había convertido en emblema y bandera ondeante de la literatura, de la utopía de escribir y compartir, y era a su vez una mansión loca de varios pisos llena de libros viejos y nuevos, donde se quedaban a dormir y a vivir los jóvenes poetas y narradores errantes de paso por París.
     La librería existe desde hace seis décadas como centro literario en el número 37 de la calle de la Bûcherie, en uno de los muelles del Sena frente a la iglesia Notre Dame y al lado del Hotel Esmeralda, regentado por escritores latinoamericanos, en su mayoría peruanos herederos de César Vallejo y César Moro.
     Pasar por allí, mirar el vistoso aviso amarillo empotrado en la pared frontal, hurgar en los puestos exteriores en busca sorpresas de ocasión como el Frankenstein de Mary Wolsonecraft Shelley, ver las ventanas abiertas donde se asoman bellas escritoras australianas o suecas que fuman y toman café, es un ritual necesario para los infectados por el vicio de escribir.
     Desde hace más de tres décadas, desde mis tiempos de estudiante, suelo pasar por allí mínimo una vez cada mes y en muchas ocasiones tuve la fortuna de ver y cruzar unas palabras con George Withman, la leyenda que reinaba en el lugar con melena despeinada, barba de macho cabrío, vestido siempre con sacos amplísimos, camisas arugadas de colores chillones y suéteres y calcetines de color rojo o fucsia.
     El viejo era feliz ahí en su guarida rodeado por jóvenes dependientes que ayudaban a cambio de ser hospedados y tener derecho a una taza de café y croissants. Uno iba al fondo y se sentía en una casa de juguetes donde de repente brincaba un gato o saltaba un pájaro y se aventuraba luego por viejas escalinatas chirriantes hasta las habitaciones superiores, donde reposaban con frecuencia poetas enamoradas de Henry Miller y Anaís Nin, que a su vez se veían despeinadas y tan excéntricas como su protector.
     Shakespeare and Company es hermana de esa otra extraordiaria librería de San Francisco, City Lights Books, propiedad de su amigo el poeta beatnik Lawrence Ferlinghetti, quien se inspiró en esta casa para fundar a su vez una aventura similar al lado del Golden Gate, en el barrio italiano de la bella ciudad californiana.
     Whitman tenía fama de cascarrabias y son históricas sus rabietas, que pasaban rápido como el viento de invierno filtrado por los viejos ventanales de tarjeta postal. Todos los grandes diarios anglosajones dieron gran despliegue a la muerte de este idealista salido de un texto de Oscar Wilde o de Thomas de Quincey. El New York Times calificó su librería de « paraíso literario » y The Guardian convocó a James Campbell y a Jeannette Winterson para que nos contaran como se vivía allí en esa comuna anarquista de escritores hippies.
     George Whitman empezó vendiendo libros de ocasión en un puesto callejero en la famosa avenida Saint Michel y luego fundó la librería Mistral en el lugar actual, antes una tienda de árabes. Por allí pasaron escritores de su generación como la erotómana Anaís Nin, el pornópata Henry Miller, y otros desquiciados como el autor negro James Baldwin, Lawrence Durrel, Samuel Beckett, Jack Kerouac, William Bourroughs y Alen Ginsberg, que la convirtieron en cueva milagrosa de tertulia y proyectos literarios.
     La librería es heredera de la otra Shakespeare and Company, creada en la calle de Odeón en 1919 por la idealista Sylvia Beach, editora del Ulises de James Joyce y protectora de autores perdidos en París como Ezra Pound, Ernest Hemingway y Francis Scott Fitgzerald. La librería de Beach fue cerrada después de la Segunda guerra mundial, pero un día de 1958 la anciana editora pasó por la librería del excéntrico a una lectura de Lawrence Durrel y decidió heredarle públicamente el histórico nombre.
     Whitman, nacido en New Jersey y crecido en Salem, Massachusets, descubrió París en 1948, a los 34 años, cuando vino como ayudante médico en la posguerra. Había realizado estudios de periodismo y literatura y poco a poco se dedicó a vender ideas y volúmenes, pues creía que « el comercio de los libros es el comercio de la vida ».
     La buena noticia es que Shakespeare and Company sobrevivirá a la muerte de su extraño fundador, pues su única hija, nacida en 1981, y a quien bautizó con el nombre de su mentora Sylvia Beach, la dirige con éxito desde hace ya cinco años y como creció rodeada de libros y poetas en esa casa de locos, mantendrá sin duda la antorcha viva en el futuro, retando con valentía los vientos funestos que asedian a la industria editorial y a la bibliofilia.
     George Whitman, rey león de los libros, dejó una bella heredera con un corazón tan literario como el suyo, que no dejará desaparecer ese falansterio de escritores bañado por los aires del Sena, en pleno barrio Latino, junto a la calle Saint Jacques y el bar Polly Magoo.
     Tal vez era ella una de esas jóvenes que salían a fumar en alguno de los ventanales de la casona de la rue de la Bûcherie que conozco desde antes de que naciera. Como su padre, tal vez Sylvia Beach Whitman lucirá la melena despeinada y reinará cumpliendo su histórica misión con un libro de oro entre las manos sobre el trono más codiciable del mundo.
* Publicado en el diario Excélsior. Sección Expresiones. México D.F. Domingo 5 de febrero 2012










viernes, 3 de febrero de 2012

RUMBA Y GUERRA EN TUMACO

Por Eduardo García Aguilar
Con motivo del sangriento atentado en Tumaco de este miércoles reproduzco esta crónica mía publicada en Excélsior de México el 7 de noviembre de 2010.
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Los militares están por todas partes en Tumaco, puerto pesquero del Pacífico sur colombiano, cerca de la frontera con Ecuador, donde antes vivió la civilización prehispánica de los Tumacos (700... ac-1500 dc), que tendría probablemente sus orígenes lejanos en la cultura Olmeca mexicana. San Andrés Tumaco es habitado desde hace medio milenio por una mayoritaria población afrodescendiente que con serenidad y alegría se enfrenta a un conflicto entre guerrilleros, narcotraficantes, ejército, y paramilitares de las sanguinarias Aguilas Negras y Los Rastrojos.
     Un enérgico y musculado gorila colombiano ingresa a la cafetería del aeropuerto custodiado por tres soldados que esgrimen armas mirando a uno y otro lado, mientras el militar conversa con su novia y la mira maquillarse enamorado antes de subir al avión. Todos los militares y los mercenarios tienen bellas novias. Son atléticos, ágiles, seguros, corteses. Son los nuevos dioses de una sociedad en guerra permanente, en una zona marítima llena de esteros y manglares de donde salen los cargamentos de cocaína hacia otros lugares del mundo. Estamos en el reino de los Rambos. Dentro de una película de Hollywood. Palpamos la nueva fiebre del oro. Pululan los negocios de compra y venta de oro y joyas.
     Por todas partes hay avisos ofreciendo “magníficas recompensas” a quienes denuncien a “narcotraficantes y terroristas”. Pero la música del reguetón, el currulao, el merengue y la salsa sigue sonando desde los altavoces. En el mesón de don Chucho Ricaurte todo el día suena la salsa. Y a las múltiples escuelas acuden miles y miles de estudiantes orientados por los valerosos maestros, reyes del bien en Tumaco y guías de la sociedad en medio de esta guerra sin fin.
     Los militares colombianos y estadounidenses , que tienen una enorme base naval en la costa en el marco de la lucha contra “el narcotráfico y el terrorismo” del Plan Colombia son los reyes de la ciudad y las bellas muchachas los admiran y los sueñan mientras van y vienen los helicópteros y los aviones que fumigan para exterminar el cultivo de hoja de coca, devastando el campo y obligando a los campesinos a desplazarse en la miseria hacia otros lugares. Por los ríos que cruzan las veredas bajan con frecuencia cantidades de cadáveres.
     “No me explico cómo es que hay tantos muertos aquí si esto está lleno de militares. No sé lo que hacen. Donde está pues la labor de inteligencia para prevenir”, dice una mujer, sugiriendo extrañas complicidades entre militares y paramilitares. Desde hace quince días reina una calma que sorprende a los habitantes del lugar. Los arreglos de cuentas en la calle, la acción implacable de los sicarios en las tabernas se ha detenido por un instante, pero todos saben que tarde o temprano se reanudará. La parca esta tomándose un corto respiro después de tanta matanza.
     “Es impresionante la mirada de los asesinos cuando disparan sorpresivamente al lado de uno en un bar o en la calle”, dice un hombre. Una maestra cuenta cuando los guerrilleros llegaron a su pueblo de Barbacoas, no lejos de allí, en busca de supuestos “sapos” del ejército. Reunieron a toda la población en la plaza y mataron a cinco conocidas personas y a otras las conminaron a huir so pena de muerte. Alguien quiso ver a su amigo maestro recién fusilado, pero los guerrilleros se lo impidieron. “Váyase, es inútil, ya esta está muerto. Ahora el pueblo estará tranquilo. Ya han muerto los sapos”, dijo un dirigente guerrillero, relata la mujer.
     Las motocicletas de alto y bajo cilindraje se suceden las calles agitadas de esta isla ciudad rodeada de barrios llenos de palafitos. Las calles centrales están tupidas de prósperos comercios de ropa, electrodomésticos, supermercados, bares, restaurantes Pico Rico, sitios de Dunkin Donuts, siempre llenos de gente. Hay sitios de internet, locales telefónicos , venta de minutos en celular. Todos usan celulares. Pobres y ricos. Chicos y grandes.
     Hay abundancia, el dinero circula a manos llenas, la fiesta es permanente, pero a la vez reina la pobreza. Unos campesinos hacen cola en el Banco Agrario en espera que les den la ayuda mensual de unos de 25 dólares del programa Familias en Acción. Pero no ha llegado el dinero. Y gritan famélicos ante el paso de los forasteros: “¡Hay hambre en Tumaco!”.
     Las espigadas muchachas de cuerpos sanos bronceados y prendas ceñidas cruzan coquetamente devoradas por la lascivia masculina. La alegría de los escolares suena por todas partes. La guerra no impide que vayan a la escuela, aunque a muchos tratan de reclutarlos los “paracos” o la guerrilla y debe huir para siempre. En un parque de donde salió el gran futbolista Wellington Ortiz, los chicos hacen deporte emulándolo y las chicas practican el baile currulao.
     En la playa El Morro, cerca de la base naval, los retenes se suceden y en el Hotel Barranquilla soldados armados vigilan la tranquilidad de los enviados y asesores estadounidenses que se hospedan allí en ese pedazo de paraíso frente a la playa. El atardecer nublado deja entrever la rojizas franjas de sol crepuscular. Y el viento excepcionalmente frío a causa de los cambios climáticos provocados por el fenómeno de “la Niña” circula entre los bares playeros donde suena la estridente música tropical. Para llegar allí se pasa por un retén militar que vigila el este enorme complejo donde residen miles y miles de militares.
     Reinan los militares, van y vienen los vehículos de Naciones Unidas y en los hoteles trabajan los predicadores del comercio, la microempresa y la política local. Pero nada es igual al oasis salsero de don Chucho Ricaurte. Mientras unos temibles “paracos” beben con estridencia y arrogancia y piden vallenatos, el viejo rumbero dice firme: ”No señores. Aquí sólo ponemos salsa. Prohibido el merengue y el vallenato”. Pero los asesinos están de buen humor. Terminan sus cervezas y se van.
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Publicado en el diario Excélsior de México. Domingo 7 de noviembre de 2010.