lunes, 5 de diciembre de 2011

EL RETORNO DE CASANOVA

Por Eduardo García Aguilar
Recorrió toda Europa a lo largo del siglo XVIII cometiendo las más variadas picardías, seduciendo, estafando, engañando, jugando a las cartas, inventando loterías, disfrazándose de diplomático, creando fábricas de textiles o vasijas de vidrio.
Todo lo vio en su natal Venecia, de donde se escapó de la cárcel y aun más en Roma, Madrid, Constantinopla, París, Londres, Dresde, San Petersburgo, Varsovia y Praga y en las poblaciones y castillos intermedios. Era hijo de una actriz de bajo rango que deambulaba entre arlequines y bufones y con sus ojos abiertos el díscolo niño observó la poco recomendable vida de los artistas en la agitada Venecia, llena de forasteros, comerciantes, estafadores y mujeres de vida alegre.
Era el gran Giacomo Casanova (1725-1798), cuya leyenda recorrió tres siglos como emblema del seductor, libertino y pícaro, pero que sólo ahora adquiere con toda solidez su carácter de clásico de las letras, recibido con todos sus ajuares en la Biblioteca Nacional de Francia, que le dedica una vasta exposición alrededor del manuscrito original de sus inolvidables Memorias.
Casanova vivió la vida a toda velocidad con la lucidez de un lector de la época de las Luces, contemporáneo de Voltaire y los Enciclopedistas. Allto, delgado y hercúleo, plebeyo, con el rostro y el tono mediterráneo de los marginales venidos del Sur, Casanova penetró en las cortes y los salones de París, donde sedujo con su palabra y la inventividad incesante.
Bajo el reino de Luis XV se hizo pasar por aristócrata y disfrazó sus origenes con apelllidos y títulos falsos para poder estar allí a la hora de la danza, las fiestas de máscaras y las grandes comilonas rociadas de vino y champán al infinito, cuyas risas y gemidos se escuchaban kilómetros a la redonda.
Grandes damas aprendieron de sus aventuras y ocurrencias y con ellas asumió el papel de alquimista o rosacruz o vidente para darles gusto, aburridas como estaban mientras sus esposos los generales o los coroneles recorrían los campos de batalla o vegetaban en lejanas misiones diplomáticas.
Todo lo miraba en tercera dimensión, todo lo veía, todo lo seducía. Vio como descuartizaban con caballos al joven que intentó matar al rey Luis XV, en una esquina vio elevar inmensos globos, más allá presenció la entrega de cartas credenciales en ámbitos cardenalicios, en los secretos recodos de los monasterios ayudó a monjas a escaparse de sus madres superioras y a las ex amantes les consiguió buenos esposos y les adquirió dotes imaginarias.
Era el siglo XVIII encarnado con todas sus luces de inteligencia, ciencia, viaje, esplendor arquitectónico, elegancia, perfumería, danza, comedia y delirio. Participó en ceremonias de francmasonería y en los gabinetes mágicos de Cagliostro y el Conde Saint Germain. Solía transmutarse o viajar a través del tiempo, reproducir oro en alambiques o billetes con un prestidigitador movimiento de manos. Pero cuando ya no podía más de tantas mentiras y era perseguido por acreedores o engañados, escapaba hacia otra ciudad y otra corte donde repetía las proezas de timar amando, seducir queriendo y divertir huyendo.
En su retiro de Ferney el gran Voltaire reconoció que el payaso era un portento de inteligencia y de gracia y lo dejó dicho por escrito. Sus amadas le escribieron cartas encendidas desde todos los puntos cardinales, añorando al cómplice incluso cuando subían al altar con un viejo noble desdentado o un heredero disminuido.
Y en cada puerto o capital nuevos notables le otorgaban cartas de presentación para que fuese recibido en otros lugares sin fin, en una incesante fuga en carrozas y diligencias haladas por caballos o en naves fluviales y marítimas.
Pero ya viejo y pobre, triste de no suscitar emociones entre las mujeres, el cascarrabias consigue una beca para cuidar la Biblioteca en el castillo de Dux, en Bohemia, apoyado por un conde, y deambula ahí desesperado por salones y corredores, solitario en invierno, craneando planes imposible.
Escribió primero una novela de ciencia ficción que fue un horrible fracaso de ventas y derrotado, reumático, aquejado de tos y achaques múltiples, emprende a los 60 años la escritura de sus Memorias, las mismas que le darán finalmente la gloria. Y día a día, en francés, con una minuciosa e impecable escritura, llena páginas donde evoca una vida de emociones y sorpresas sin saber que se izaría a los niveles de los grandes memorialistas de la historia, Saint Simon, Rousseau, Chateaubriand y que en el siglo XXI se convertiría en la metáfora de Europa, el continente que busca unirse en medio de conflictos y tropiezos .
En 1798 muere Casanova y el manuscrito es vendido por los herederos a un editor que lo manda traducir al alemán en una versión expurgada y lo guarda en varias cajas cubiertas de tela negra. Se salva de la destruccion en 1945 durante los bombardeos de la guerra mundial, hasta que el orignal fue redescubierto y reeditado en 1960 por Brockhaus-Plon.
Un mecenas adquirió en 2010 el manuscrito de 3700 páginas guardado celosamente en una caja bancaria en Suiza y ahora es desplegado en varias salas, en una espléndida exposición de época que reproduce recodos de ciudades y todo tipo de elementos evocadores de ese tiempo. Trajes, pelucas, maletas, manuscritos, armas, paisajes, mapas, retratos, fragmentos de películas inspiradas en su vida, melodías, representaciones teatrales, rinden finalmente homenaje tardío a quien durante siglos fue sólo un pillo de opereta.
Y de repente surge otro Casanova, ya no el unívoco y omnipresente seductor de hembras sino el ilustrado que modernizó la lengua francesa y resumió en una obra genial el Siglo de las Luces, que todavía nos ilumina con sus revoluciones, circunvoluciones y explosiones.

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* Publicado en Excélsior el 4 de diciembre de 2011, en sección Expresiones. México D.F.