sábado, 15 de enero de 2011

SORPRESIVA REVOLUCIÓN EN TÚNEZ

Por Eduardo García Aguilar
El ano 2011 empezó con una inesperada revolución en Túnez, donde la juventud se alzó contra el régimen y tras semanas de manifestaciones, enfrentamientos y disturbios obligó al dictador Ben Alí a huir la noche del viernes en un avión fuera del país que manejó con mano de hierro durante 23 años, con el apoyo tácito de Occidente.
Los países democráticos de Occidente y sus grandes empresas se hacen siempre los de la vista gorda para hacer sus negocios y explotar las riquezas del subsuelo en esos países sin ley donde la mano de obra no vale nada, como ocurre en la admirada China de hoy, cuyo régimen seudocomunista se ha convertido en potencia mundial gracias a salarios de miseria y a la militarización totalitaria de la producción.
El Maghreb es una zona mediterránea compuesta por Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, y Mauritania, que fue colonia romana hace miles de años como lo atestiguan las ruinas y hasta hace poco el patio trasero de Francia, cuyas atrocidades coloniales sin nombre a lo largo de los siglos y hasta los años 60 del siglo pasado aún generan polémica y vergüenza en la metrópoli cuna de la Declaración de los Derechos Humanos.
Marruecos es hoy una monarquía medieval manejada con mano de hierro por Mohamed VI y dominada por una casta de jóvenes magnates de cuento oriental que medran en la corte de los múltiples palacios de un rey tan autoritario y tenebroso como lo fue su padre Hasan II, el temido monarca de las mazmorras.
Alguna vez estuve un mes en ese país y pude ver horrorizado con mis propios ojos esa asfixia total de la población a manos de la policía secreta y las fuerzas del orden y el dominio total de esa casta de privilegiados que viven en palacios de cuentos de hadas, mientras la población recorre en Fes, Tanger, Rabat o Casablanca las calles en la miseria viviendo de la basura. En una inmensa justa literaria vi llegar al asesor intocable del régimen de Hassan II y preceptor de Mohamed VI, a quienes todos rendían pleitesía agachados.
Argelia, donde también ha habido recientemente disturbios y protestas, es gobernada por el ya declinante Buteflika y vive bajo la bota de unos millonarios corruptos que reptan en las esferas del poder mientras la población carece de empleo y las más mínimas oportunidades. Allí la democracia no funcionó cuando los imames islamistas ganaron electoralmente, por lo que en el transfondo hierve en los desiertos ese otro lado terrible de la moneda, la violencia y la intolerancia fanáticas de los jerarcas islámicos.
Ni qué decir de Libia, dominada por el rey de los tenebrosos Mohamed Kadhafi, ahora perdonado por Occidente después de haber cometido incontables crímenes, como el famoso avión derribado en Lockerbie, y cuyos hijos millonarios y desvergonzados, depredadores del erario, son objeto de escándalo frecuente cuando viajan a sus retiros de reyes Midas en Suiza o pasean con líderes ultraderechistas austríacos. Nadie puede levantar un dedo ahí ante el sátrapa que se ha operado su rostro decenas de veces para ganar los secretos de una imposible eterna juventud.
Cada vez que este individuo, ídolo de ciertas izquierdas totalitarias, sale de viaje con su corte de millonarios y amazonas, actúa con insolencia, instala sus carpas en lugares históricos de las capitales y recibe las venias de los avariciosos líderes democráticos occidentales, ávidos de firmar jugosos contratos para extraer las riquezas del subsuelo libio o venderle armas, aviones o tecnología.
Todos ellos, como el muy elegante Ben Alí, han logrado tener a raya hasta ahora a los fanáticos de Mahoma y de Al Qaida y por eso las potencias occidentales han sido tolerantes. Pero ahora la región es un polvorín, con una juventud urbana mayoritaria que a través de internet abirió los ojos a las libertades del mundo y decide reunirse para protestar, como ocurrió en Irán el año pasado con las manifestaciones contra el fraude electoral de Mahmud Admajinedad.
Después de la caída de la metrópoli colonial francesa, e italiana en el caso de Libia, estos países han vivido bajo la bota de regímenes oscuros y como ilotas, esclavos o siervos de gleba, sus habitantes han pasado de siglo sobre las ruinas de su pasado y las fosas comunes dejadas por los crueles ejércitos coloniales o por las policías secretas autóctonas.
No se sabe que pasará ahora porque si esos regímenes se derrumban no tardarán en salir de sus madrigueras a la ofensiva los soldados de Alá, que son incluso más oscurantistas y terribles. Nadie hubiera pensado que en pleno siglo XXI el mundo se encontraría sin alternativa dominado por dictaduras de todos los pelambres, como si regesarámos a los tiempos bíblicos de los grandes imperios milenarios teocráticos, donde nadie movía un pelo sin el permiso del faraón y reinaban las horcas, las piras, las lapidaciones y la ley del ojo por ojo y el diente por diente.