lunes, 19 de diciembre de 2011

MÚSICA CON VACA SACRA EN BASTILLA

Por Eduardo García Aguilar

Desde adentro del bar de Tony, sale la música flamenca experimental del grupo Vaca Sacra. Como siempre Bastilla arde todas las noches. Acuden ahí desde hace un siglo estudiantes y jóvenes fiesteros que se dan cita frente al monumento coronado por un ángel alado. En la amplia plaza donde circulan sin cesar los vehículos se encontraba hace más de 200 años la prisión de la Bastilla y estuvieron ahí recluidos todos los presos ilustres, como el Marqués de Sade e incluso Voltaire.
     La toma de la cárcel fue el acontecimiento histórico, la chispa, que desencadenó la revolución que tumbó el Antiguo Régimen aristocrático y creó la República tras un proceso sangriento en que la guillotina funcionó todos los días para cortar cabezas de rebeldes, líderes en desgracia, diputados, ideólogos equivocados, traidores, soplones, nobles, poetas, soldados, tenderos, prostitutas, curas, ladrones y terminó por decapitar al rey bonachón Luis XVI y a su esposa Maria Antonieta en una fecha memorable que todavía duele y nadie olvida. Pero ahora Bastille es sitio estatégico de la fiesta.
     De la histórica rotonda salen calles ilustres como el Faubourg Saint-Antoine, que era un suburbio popular famoso por las barricadas de la Comuna de París, y hoy es lugar de comercios de marca y grandes bares como el Barrio Latino. Hacia otro lado surge la rue de la Roquette, antigua callejuela estrecha y torcida llena de tiendas y cafés que siempre es un hormiguero de gente. Librerías, galerías, tiendas de todo tipo alternan con los bares de la calle de Lappe, que desde los años 20 de siglo pasado alberga el bailadero de tango Balajó y decenas de pequeños antros de fiesta y comida de todos los orígenes. Mas allá sale el Bulevard Beaumarchais, de edificaciones decimonónicas hermosas que aún perviven y donde alguna vez vivió el novelista Flaubert.
     Hacia otro lado sale hacia el río un canal, que es a la vez puerto citadino y arteria donde se estancionan los barquitos que salen luego a recorrer el Sena hasta su desembocadura. Y más allá está una arteria que va por la calle Rivoli hacia el centro de París. O sea que Bastille es uno de los corazones palpitantes de la ciudad, donde está la moderna Opera, que es el lugar donde la gente se sa cita para planear sus rumbas.
     He llegado por la noche a este bar de la esquina de la calle de la Roquette y el Faubourg Saint Antoine, cuyo patrón Tony es un simpático personaje que anima y bromea con los clientes imponiéndole al sitio un aire irreverente que recuerda los tiempos de la revolución de Mayo del 68 y los agites filosóficos y políticos de los años 70 y 80. Ahora ahí tocan Pierre y Frank, que acaban de crear el grupo Vaca Sacra y experimentan con la música flamenca española interpretando el primero la guitarra y el segundo el saxofón tenor y la flauta.
     Como siempre ha ocurrido en la ciudad desde los tiempos de la bohemia de Murguer, Baudelaire, Verlaine y Picasso, en los bares se han creado las más extraordinarias carreras de la música popular francesa. Edith Piaf cantó primero por unas monedas como lo hizo su joven amante Charles Aznavour, que todavía da conciertos en el Olympia al borde de los 90 años y es una institución nacional, tan importante como la Torre Eiffel o la propia Bastilla. En los bares comenzó también Georges Brassens, que fue pobrísimo hasta los 40 años y de repente se convirtió en una leyenda, mito sabio, asombrado que pasar de paria a estrella.
     La música como la poesía son artes que se practican por vocación. Son expersiones de lo más profundo del ser y exigen generosidad. Frank el saxofonista, cuando juega con las notas y entra al quite de Pierre el guitarrista flamenco, se agita y se mueve poseído al buscar las notas que saca mientras los parroquianos degustan la alegría de esa música andaluza. A veces con las manos extrae el sonido de las palmas. De repente Pierre cierra los ojos y se introduce a su vez por los meandros de una melodía gitana que eleva a los pocos clientes que acuden al bar esta noche de frío y lluvia, en plena navidad. Es la segunda vez que tocan aquí y los he encontrado por sorpresa.
     No ganaron mucho esta noche, pero han tocado en esta esquina desde donde se ve el monumento de la Bastilla y el cruce de miles de muchachas hermosas cuyo perfume ingresa con el viento de las nuevas tormentas. Algunos clientes les dieron unas cuantas monedas, pero ellos han recibido los aplausos, que es lo más importante. Así se crean los grupos y las aventuras musicales.
     Ocurre lo mismo en centenares de cafés citadinos, donde la música acompaña las noches de los solitarios o los enamorados. Vaca Sacra ha terminado su presentación y la medianoche llega con más llovizna. Tal vez se conviertan en grupo o no, acompañados con un percusionista. Pero por un instante han sido excelentes y con su entrega han dado vida al flamenco y al bar de Tony, y se han iluminado ellos mismos como lo hacen poetas, músicos, pintores, bailarinas y mimos como Pierrot, cuyo epitafio fue: « Aquí yace el que lo dijo todo sin hablar nunca ».







lunes, 5 de diciembre de 2011

EL RETORNO DE CASANOVA

Por Eduardo García Aguilar
Recorrió toda Europa a lo largo del siglo XVIII cometiendo las más variadas picardías, seduciendo, estafando, engañando, jugando a las cartas, inventando loterías, disfrazándose de diplomático, creando fábricas de textiles o vasijas de vidrio.
Todo lo vio en su natal Venecia, de donde se escapó de la cárcel y aun más en Roma, Madrid, Constantinopla, París, Londres, Dresde, San Petersburgo, Varsovia y Praga y en las poblaciones y castillos intermedios. Era hijo de una actriz de bajo rango que deambulaba entre arlequines y bufones y con sus ojos abiertos el díscolo niño observó la poco recomendable vida de los artistas en la agitada Venecia, llena de forasteros, comerciantes, estafadores y mujeres de vida alegre.
Era el gran Giacomo Casanova (1725-1798), cuya leyenda recorrió tres siglos como emblema del seductor, libertino y pícaro, pero que sólo ahora adquiere con toda solidez su carácter de clásico de las letras, recibido con todos sus ajuares en la Biblioteca Nacional de Francia, que le dedica una vasta exposición alrededor del manuscrito original de sus inolvidables Memorias.
Casanova vivió la vida a toda velocidad con la lucidez de un lector de la época de las Luces, contemporáneo de Voltaire y los Enciclopedistas. Allto, delgado y hercúleo, plebeyo, con el rostro y el tono mediterráneo de los marginales venidos del Sur, Casanova penetró en las cortes y los salones de París, donde sedujo con su palabra y la inventividad incesante.
Bajo el reino de Luis XV se hizo pasar por aristócrata y disfrazó sus origenes con apelllidos y títulos falsos para poder estar allí a la hora de la danza, las fiestas de máscaras y las grandes comilonas rociadas de vino y champán al infinito, cuyas risas y gemidos se escuchaban kilómetros a la redonda.
Grandes damas aprendieron de sus aventuras y ocurrencias y con ellas asumió el papel de alquimista o rosacruz o vidente para darles gusto, aburridas como estaban mientras sus esposos los generales o los coroneles recorrían los campos de batalla o vegetaban en lejanas misiones diplomáticas.
Todo lo miraba en tercera dimensión, todo lo veía, todo lo seducía. Vio como descuartizaban con caballos al joven que intentó matar al rey Luis XV, en una esquina vio elevar inmensos globos, más allá presenció la entrega de cartas credenciales en ámbitos cardenalicios, en los secretos recodos de los monasterios ayudó a monjas a escaparse de sus madres superioras y a las ex amantes les consiguió buenos esposos y les adquirió dotes imaginarias.
Era el siglo XVIII encarnado con todas sus luces de inteligencia, ciencia, viaje, esplendor arquitectónico, elegancia, perfumería, danza, comedia y delirio. Participó en ceremonias de francmasonería y en los gabinetes mágicos de Cagliostro y el Conde Saint Germain. Solía transmutarse o viajar a través del tiempo, reproducir oro en alambiques o billetes con un prestidigitador movimiento de manos. Pero cuando ya no podía más de tantas mentiras y era perseguido por acreedores o engañados, escapaba hacia otra ciudad y otra corte donde repetía las proezas de timar amando, seducir queriendo y divertir huyendo.
En su retiro de Ferney el gran Voltaire reconoció que el payaso era un portento de inteligencia y de gracia y lo dejó dicho por escrito. Sus amadas le escribieron cartas encendidas desde todos los puntos cardinales, añorando al cómplice incluso cuando subían al altar con un viejo noble desdentado o un heredero disminuido.
Y en cada puerto o capital nuevos notables le otorgaban cartas de presentación para que fuese recibido en otros lugares sin fin, en una incesante fuga en carrozas y diligencias haladas por caballos o en naves fluviales y marítimas.
Pero ya viejo y pobre, triste de no suscitar emociones entre las mujeres, el cascarrabias consigue una beca para cuidar la Biblioteca en el castillo de Dux, en Bohemia, apoyado por un conde, y deambula ahí desesperado por salones y corredores, solitario en invierno, craneando planes imposible.
Escribió primero una novela de ciencia ficción que fue un horrible fracaso de ventas y derrotado, reumático, aquejado de tos y achaques múltiples, emprende a los 60 años la escritura de sus Memorias, las mismas que le darán finalmente la gloria. Y día a día, en francés, con una minuciosa e impecable escritura, llena páginas donde evoca una vida de emociones y sorpresas sin saber que se izaría a los niveles de los grandes memorialistas de la historia, Saint Simon, Rousseau, Chateaubriand y que en el siglo XXI se convertiría en la metáfora de Europa, el continente que busca unirse en medio de conflictos y tropiezos .
En 1798 muere Casanova y el manuscrito es vendido por los herederos a un editor que lo manda traducir al alemán en una versión expurgada y lo guarda en varias cajas cubiertas de tela negra. Se salva de la destruccion en 1945 durante los bombardeos de la guerra mundial, hasta que el orignal fue redescubierto y reeditado en 1960 por Brockhaus-Plon.
Un mecenas adquirió en 2010 el manuscrito de 3700 páginas guardado celosamente en una caja bancaria en Suiza y ahora es desplegado en varias salas, en una espléndida exposición de época que reproduce recodos de ciudades y todo tipo de elementos evocadores de ese tiempo. Trajes, pelucas, maletas, manuscritos, armas, paisajes, mapas, retratos, fragmentos de películas inspiradas en su vida, melodías, representaciones teatrales, rinden finalmente homenaje tardío a quien durante siglos fue sólo un pillo de opereta.
Y de repente surge otro Casanova, ya no el unívoco y omnipresente seductor de hembras sino el ilustrado que modernizó la lengua francesa y resumió en una obra genial el Siglo de las Luces, que todavía nos ilumina con sus revoluciones, circunvoluciones y explosiones.

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* Publicado en Excélsior el 4 de diciembre de 2011, en sección Expresiones. México D.F.

sábado, 3 de diciembre de 2011

ELOGIO DE LA LIBRERÍA MADERO

Por Eduardo García Aguilar
En una época en que una tras otra desaparecen de las capitales del mundo las buenas librerías de viejo para ser reemplazadas por comercios de ropa o comida rápida, la Librería Madero sigue ahí llevando la antorcha de ser emblema mundial de la bibliofilia desde hace 60 años en la capital mexicana.
En un centro milenario cargado de historia, saber y sangre, donde todavía se escuchan los ecos imaginarios de viejas batallas y los pasos de sabios clérigos o sanguinarios guerreros, la Librería Madero fue fundada por el refugiado español Tomás Espresate en 1951 y luego retomada por Ana María Cama, antes de pasar al cuidado de Enrique Fuentes Castilla, viajero que la ha mantenido a flote en los tiempos más difíciles que haya vivido la era de los libros impresos iniciada por Gutemberg.
Tuve la oportunidad de entrar por primera vez a esa librería y frecuentarla en tiempos de Ana María Cama y sus socias, de mano del poeta y bibliópata Francisco Cervantes, quien vivía a unos pasos de allí, en el Hotel Cosmos, y solía pasar varias veces a la semana a hacerles conversación al calor de unos vinos a esas damas catalanas modernas e ilustradas que eran sus amigas y lo toleraban y se divertían con sus interminables ocurrencias y picardías de lisboeta-queretano.
Desde entonces, en la década de los 80, la Librería Madero se convirtió para mi en un sitio familiar y simbólico y cuando ingresé a la Agencia France Presse, situada al frente, en el piso 28 de la Torre Latinoamericana, solía cruzar la calle y pasar casí todos los días en los momentos de reposo, lejos del ajetreo noticioso, para iniciar desde ahí el lento recorrido de las librerías de viejo de la calle Donceles y otras esparcidas entonces en el centro histórico, en busca de libros inesperados y felices.
Enrique Fuentes Castilla salvó la librería en otra de esas crisis cíclicas que la han afectado cuando la codicia de los comerciantes ataca en busca de sus muros y le ha dado en estas dos décadas una existencia coherente, sólida y con brújula, al concentrarla en el tema histórico y literario mexicano, abierta al pasado y al presente.
Poco a poco sus estanterías fueron adquiriendo una nueva pátina similar a la de otra librería extraordinaria que recuerdo, la de Lello & Irmao, situada en la calle de las Carmelitas de Oporto, que es un templo inolvidable para el bibliómano, construido en 1906, y hoy monumento europeo reconocido, o de esas librerías que todavía por fortuna existen en el centro de París o en los viejos Pasajes decimonónicos estudiados por Walter Benjamin, como la cueva de libros situada en la calle Tournon, al lado del café donde murió ebrio el gran novelista Joseph Roth, el autor de La marcha de Radezky y las Memorias del Santo Bebedor.
Esa nueva índole cargada de historia y rigor se la infundió Enrique Fuentes Castilla con su pasión y seriedad, ya que sabe pasar de la concentración alerta en torno a los nuevos libros que aparecen por allí o los clientes que de México y el mundo entero acuden en busca de un incunable, a la alegría afectuosa de la tertulia, donde sabe con emoción entregar los secretos de una larga vida pasada en las aulas, el mar, el viaje y la excursión por las montañas de la memoria.
No es raro ver pasar por ahí a Adolfo Castañón y Vicente Quirarte, dos de los más grandes humanistas y polígrafos contemporáneos de México, herederos ambos de Don Alfonso Reyes y del librereo y poeta José Juan Tablada, escritores y lectores que lejos de la velocidad codiciosa de las letras comerciales de este tiempo, están anclados en el viejo saber de los monasterios y los colegios medievales donde se tradujeron los clásicos.
Ambos son la vanguardia que toma con valentía la antorcha del saber literario y la bibliofilia en México y tras ellos llegan los mexicanólogos y mexicanófilos de Dresde o Hamburgo, Trieste, Londres, París, Chicago o Nueva York, que viajan directo a la Librería Madero a rastrear con el guía del templo un nuevo detalle de la terrible y fascinante historia de este país de imperios prehispánicos, virreinatos y Repúblicas cojas, encrucijada de migraciones y tendencias, tensiones y diásporas de sabios judíos, españoles, sudamericanos y otros que como Trotsky, Tamara de Lempicka, Antonin Artaud, Luis Cernuda o Bruno Traven, han encontrado siempre refugio en las tierras hospitalarias del valle del Anáhuac.
Dentro de esos muros y esas maderas se escucha la voz del poeta León Felipe, cuya silla dicen anda todavía por ahí, y sin duda la de todos los trasterrados españoles y el grito de Pablo Neruda o Gonzalo Rojas, cuando no la palabra de Alvaro Mutis, o la sonrisa del humanista peruano Edgar Montiel acompañado por el editor José Mejía Baca y otros fieles que han hecho la romería sin fin.
La última vez que pisé la Librería Madero adquirí la edición original de Los días y las noches de París de José Juan Tablada, editada por la viuda de Ch.Bouret en 1918, donde cuenta las aventuras de los trasterrados mexicanos de la capital francesa, y cada vez que lo abro y lo huelo y lo toco y sus hojas se deshacen en mis manos me acuerdo de ese sitio esencial para México, que debe ser declarado monumento nacional.
Cuando van amigos a México yo les pido que vayan ritualmente a visitar la librería. La semana pasada la joven poeta Maria del Rosario Laverde cumplió y tuvo la felicidad de comprobar que don Enrique Fuentes es un librero « maravilloso ». De ahí salió con un libro raro sobre el poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, quien vivió y murió no lejos del lugar y cuyo fantasma sin duda suele flotar en los aires de ese refugio.

* Publicado en el diario Excélsior de México. Martes 29 de noviembre de 2011. Sección Expresiones.