domingo, 13 de noviembre de 2011

EUROPA, FIESTA, CRISIS, NOCHE



Por Eduardo García Aguilar

Mientras en las pantallas de televisión se ve al primer ministro griego Georges Papandreou en medio de la crisis financiera y política mundial que amenaza al viejo continente como si fuera un país del Tercer Mundo, la fiesta continúa en las calles céntricas de Bruselas, capital de la Unión Europea y sede de las principales instituciones de esa zona.
En la Gran Plaza jóvenes y adolescentes liban y cantan sentados en círculo y poco a poco llegan ebrios de todos los pelambres a celebrar y tomar cerveza Leff o Grinberguen, mientras a lo lejos se escucha la incesante voz de la diva pelirroja Axelle Reed o la del inconfundible cantante nacional Adamo. No lejos de ahí centenares de gays inundan una calle y hacen la fiesta con sus banderas multicolores.
A una hora por avión de la capital belga, a la misma hora, en la famosa Cannes, los presidentes de los países más poderosos del planeta reunidos en la Cumbre del G-20 siguen estremecidos por la posibilidad, ya conjurada, de que se convoque al pueblo griego a un referéndum para decidir si continúa o no en la Unión Europea.
En la esquina de la plaza, en los bajos de una vieja casa antigua del siglo XVIII de estilo flamenco, en un amplio viejo antro, una joven familia popular latinoamericana anima una discoteca donde suenan bajo la penumbra rota por haces lumínicos el reggaeton y la bachata que bailan expertas muchachas provenientes de las barriadas del Caribe, Colombia o Perú.
Sin duda miles de peruanos, bolivianos, ecuatorianos y colombianos, desempleados después de la quiebra de España y el fin del sueño laboral de la Madre Patria han emigrado a esta capital en busca de trabajo y pululan por todas partes. El reggaeton, la bachata y otras músicas de ese tipo proliferan poco a poco en estas callejuelas y los bares están llenos de emigrantes populares. Los diplomáticos y la juventud burocrática dorada europea hace la fiesta en otros sitios de más glamour.
El español Zapatero, el portugués Sócrates, los líderes irlandés e islandés, ahora Papandreu y después Berlusconi han caído unos tras otros precipitados por la crisis de la deuda y la incertidumbre. Las fronteras se difuminan, los Estados desaparecen y las fuerzas oscuras de las finanzas instalan poco a poco el gobierno de magnates, grandes grupos y corredores de bolsa. Ni el francés Sarkozy ni la alemana Merkel están a salvo de caer al precipicio, chupados por el hueco negro del desastre.
Papandreou, tercero de una dinastía política social-demócrata, trata de salvar los últimos muebles, antes de ceder el poder y en espera de la llegada de los representantes de los acreedores internacionales con las órdenes de incautación de los enseres domésticos. Se llevarán hasta las vajillas y la licuadora.
El cómico presidente francés Sarkozy, que considera ridículamente a Papandreou su prefecto en una provincia lejana, salta como Luis de Funés en El Gendarme de Saint Tropez ante la sorpresiva idea de que el pueblo griego pueda decidir democráticamente su destino. Papandreou lo mira desde lo alto de su dinastía ateniense como se observa a un gañán impertinente que se cree más importante de lo que es y ni siquiera sabe quien fue Pericles.
En Bruselas uno trata de palpar ese malestar que sacude la región y los estremecimientos monetarios, las bajas y subidas de tobogán de las bolsas, la sucesión de las calificaciones de Standard's and Poors y Moody's, pero nada indica en la calle que un sueño se derrumba, que languidece una utopía creada por los viejos fundadores de la Unión Europea.
En Bélgica los flamencos y wallones se ignoran, hablan sus respectivas lenguas y se dan la espalda como catalanes y castellanos. Desde hace año y medio no hay consenso para formar gobierno en Bélgica y se desempeña como primer ministro interino el economista Yves Laterne. Por todas partes surgen nuevos nacionalismos. La extrema derecha progresa.
Después de medio siglo de minuciosa y conflictiva construcción, la Unión Europa tiembla y uno tras otro los países del continente caen de rodillas ante las oscuras instituciones financieras internacionales. La magnitud de las deudas nacionales es tal que Irlanda, Grecia, Italia, Islandia, España, Portugal y ahora Francia y en el futuro Inglaterra, Bélgica y otros países caen uno tras otro incapaces de pagar los intereses de la deuda, tras décadas de cuentas alegres y delirios de grandeza.
Grecia organizó los Juegos Olímpicos y tiró por la ventana más de 20.000 millones de dólares así como muchas familias pobres gastan a crédito en fiestas de bodas o cumpleaños de quinceañeras y quedan ahorcadas a expensas de los agiotistas. La corrupción chupó los miles de millones de euros de las subvenciones que han ido a dormir a las cuentas de los bancos suizos.
Pero la deuda de Grecia es poco comparada con las de Francia, Italia, Estados Unidos, que han gastado a crédito millones en guerras exteriores absurdas o tirado fortunas por la ventana dando canonjías a bancos y a grandes multinacionales. Las industrias nacionales han sido pulverizadas y deslocalizadas a China, donde la mano de obra no vale nada.
Los indignados de todo el continente acuden a Bruselas a protestar y expertos sindicales o humanitarios de todo el planeta, convocados por partidos de izquierda europeos, se reúnen en un amplio salón de la calle Washington para tratar de entender este nuevo Imperio del Big Bussines, gigantesco pulpo inteligente de capitales apátridas y crueles que asfixia al planeta con sus ocho brazos dúctiles llenos de ventosas. Pero no es tiempo de llorar. Después todos saldremos en busca de fiesta al ritmo caribeño de la bachata y el reggaetón.

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