sábado, 17 de abril de 2010

EL VERDADERO ROSTRO DE RIMBAUD


Por Eduardo García Aguilar

Unos jóvenes cazadores de tesoros en los mercados de chucherías y bibelots de los pueblos de Francia, encontraron por casualidad una foto donde se aprecia el verdadero rostro del gran poeta Arthur Rimbaud, adulto, en su exilio aventurero por Africa oriental.

Hasta ahora conocíamos de él sólo la bella foto de Carjac, tomada en septiembre de 1871, cuando el poeta era un adolescente rebelde, así como la imagen realizada por el joven Courbet en un cuadro, donde aparece al lado de su novio Verlaine y otras figuras del arte parisino, en la apoteosis romántica y novelesca de una de sus fugas juveniles a París.

Pero del poeta adulto, que se dedicaba a turbios negocios de café, armas y pieles en los ambientes coloniales de Africa, frente al Océano Indico, sólo conocíamos fotos donde se le veía de lejos, vestido de blanco, como un fantasma, un espectro, bajo la canícula africana, en Adén y Harar, y su rostro nos parecía difuso, estancado en los limbos del pasado.

Los cazadores de sorpresas en los mercados de pueblo donde se venden chucherías, observaron entonces la foto de un grupo de franceses coloniales posando en la entrada de un hotel y se sorprendieron al encontrar escrito en el anverso del cliché sepia el nombre mágico del Hotel del Universo, en Adén (Yemen), lugar donde solía hospedarse el genial poeta autor de El barco ebrio, probablemente uno de los más grandes poemas de la humanidad.

Después de investigar con expertos y biógrafos que le han seguido la pista al aventurero, se llegó a la conclusión de que uno de quienes posaban sentado bajo el sol en la puerta del hotel era sin duda Rimbaud, lo que ha conmocionado el mundo literario francés y mundial, pues por primera vez tendremos ya una imagen nítida del poeta de leyenda en su edad adulta.

El el Salón del Libro Antiguo que se realiza en el Grand Palais se ha expuesto una reproducción enorme de la foto, así como un zoom de ese rostro que se volverá familiar con el tiempo para los amantes de la poesía y las leyendas literarias. El joven descubridor de la foto ha posado para la prensa ante la imagen que visitan este fin de semana de primavera bibliófilos, bibliópatas y bibliomaniacos europeos que acuden a su vez en busca de obras preciosas o manuscritos perdidos.

Rimbaud (1854-1891) representa un caso verdaderamente esencial de lo que es el ejercicio literario. En estos tiempos de marketing y vanidades vacuas, en que los escritores son más vedettes de la farándula y comerciantes que otra cosa, vale la pena recordar que Rimbaud fue un genial adolescente nacido en 1854 en la bella ciudad de Charleville, en el noreste de Francia, capital regional muy hermosa que tuvo su auge en los siglos XVII y XVIII y goza de una bella plaza que es casi la reproducción de la famosa Place de Vosges, construida en un estilo apto para las historias de los espadachines Tres Mosqueteros.

Charleville es además una ciudad pequeña cuyos edificios fueron construidos en su mayoría con una piedra de cantera color rosa que le da un tono peculiar a los barrios antiguos y a las callejuelas que nos retrotraen siglos atrás, cuando esta zona minera y rica era el centro de todos los comercios y ferias, en la ruta que llevaba de París a Bruselas y Amsterdam.

Ahí, en un casa frente al río y a un viejo molino, vivió el inquieto muchacho hijo de un militar y una burguesa provinciana, que desde muy temprano se destacó por su talento poético, sus buenos resultados en letras clásicas y el ritmo de su obras primeras, que causaban la admiración de sus maestros como Izambard. Pero como era de esperarse, el precoz muchacho muy pronto se fugó varias veces y comenzó a vivir las aventuras ya conocidas, como su probable participación en las jornadas revolucionarias de la Comuna de París en 1871 y en especial la de su tormentosa relación homosexual con el gran poeta Paul Verlaine, unos años mayor que él, con quien llega a Paris haciéndose conocer rápidamente en los medios culturales de la capital.

Después Rimbaud seguirá su aventura caótica, huirá con su amante a Londres y tras mucho alcohol, pasión y riñas con su esposa, Verlaine, locamente enamorado del efebo, le disparará hiriéndolo de gravedad en 1873, por lo que fue condenado a dos años de cárcel. En esos tiempos Rimbaud escribe lo más importante de su obra, que en gran parte permanece inédita y luego abandonará todo para siempre en 1878 y se irá de aventura por Chipre y Africa del Este, lejos de la feria de vanidades de la vida literaria parisina. Sólo siete años después de su trágica muerte en 1891, en un hospital de Marsella, a donde fue traído desde Africa gravemente enfermo y tras ser amputado, se publicará su corta obra compuesta por las colecciones Poesías, Una temporada en el infierno y Las iluminaciones, que le otorgarán la gloria literaria, de la que nada supo en vida.

Lo importante de esta foto de Rimbaud adulto es la estremecedora metáfora que nos transmite lo que puede ser una verdadera vida literaria, esencial. Vivir la literatura para nada y para nadie como un delirio adolescente y luego dejar todo y partir hacia el olvido en la aventura de la vida. Por eso Rimbaud se ha vuelto una de las principales figuras auténticas de la literatura contemporánea de estos dos últimos siglos, si por ella entendemos la de la era industrial y moderna, en ámbitos de racionalidad y reino del dinero y el pragmatismo económico que terminó por fagocitarla a inicios del siglo XXI.

Al partir, al dejar todo, al negarse a vivir la vida literaria de las capitales cargada de vanidades y ambición, competencia y espurios objetivos comerciales, medallas, academias, grados honoris causa, estatuas, Rimbaud nos enseña que lo más importante es vivir en la nave cautiva del relámpago del viaje ineluctable hacia la muerte y el olvido. Renunciar e irse, viajar anónimo como el barco ebrio de su poema, sin piloto, entre los torbellinos de la tempestad, sería el verdadero objetivo de la auténtica pasión literaria de todos los tiempos.

domingo, 11 de abril de 2010

DEFENSA DEL JUEZ GARZÓN ANTE ARREMETIDA DE LA DERECHA FRANQUISTA


Por Eduardo García Aguilar

Después de que el juez Baltazar Garzón abrió una causa contra el franquismo por "crímenes contra la humanidad", entre los cuales figura la desaparición de 114.266 personas que reposan en fosas comunes, algunos dirigentes del Partido Popular y portavoces de la nostalgia falangista se han desatado, lanza en ristre, contra el abogado, acusándolo de todos los males posibles y de ser un loco empecinado en hacer disparates.
Garzón atribuye a Francisco Franco y a otros 34 jefes militares rebeldes el delito de insurrección contra el régimen legalmente constituido y de haber aplicado un plan sistemático de exterminio de los opositores políticos durante la Guerra Civil y la posguerra. Asimismo considera que las familias de los fusilados masivamente por las hordas franquistas tienen derecho todavía a saber donde están los cadáveres de sus familiares desaparecidos y que los crímenes cometidos por órdenes del tenebroso generalote español durante la rebelión y la larga dictadura no deben prescribir nunca.
Se comprende que muchos quieran borrar las heridas del pasado y no tratar de levantar los espectros de la muerte que reinó sobre la gran tierra española, pero el genocidio y la intolerancia fueron imperdonables, como lo son también el exilio de cientos de miles de familias y hombres de bien que tuvieron que irse a todos los rincones del mundo, pues no eran aceptados en su propio país por la terquedad criminal de un dictador fanático. Los exiliados españoles de la República se fueron en diáspora por toda Europa y en ultramar hacia México, Estados Unidos, Argentina, Venezuela, Colombia, Perú, Chile y Centroamérica, donde nosotros tuvimos la fortuna de recibir sus enseñanzas. Esos hombres de bien nos ayudaron a los latinoamericanos fortalecer la industria editorial, la prensa, la ciencia, las escuelas y las universidades.
Por eso a esa generación de sobrevivientes y a todos los republicanos españoles les debemos mucho, y podemos imaginar entonces a través de los salvados de la muerte a los otros valores extraordinarios españoles fusilados jóvenes por Franco y sus bárbaros, que reposan en el olvido en las fosas comunes que busca destapar Garzón para que no queden impunes.
Después de la súbita derrota de la derecha en las elecciones y su reemplazo por el gobierno socialista de Zapatero tras el horrible atentado del 11 de marzo de 2004 cometido por los fanáticos islamistas, proliferan en España muchas voces sectarias de una derecha post-franquista atrasadísima y fundamentalista que desea resucitar las ideas de Adolf Hitler, Benito Mussolini e incluso las de la Inquisición y ve tras la acción judicial de Garzón a las fuerzas del terror comunista o del diablo, así como ve en los gobiernos democráticos latinoamericanos de izquierda la fuerza del demonio, encarnado en los indígenas de Evo Morales o en los mulatos de Hugo Chávez, a quienes quisieran callar.
A veces al leer la prensa española uno no da crédito al odio y el veneno que circula actualmente entre las fuerzas políticas, ideológicas o regionalistas. En Cataluña los fanáticos catalanistas quieren prohibir el español y en las escuelas los niños que hablan esa lengua son discriminados y vejados y los que defienden el derecho humano de educar a sus hijos en el idioma de Cervantes son estigmatizados. En el País vasco la violencia de ETA sigue vigente y el diálogo es imposible entre separatistas y gobierno. Ahora los gallegos han protestado por unas declaraciones leves del gran escritor George Steiner, que discrepaba del nacionalismo creciente gallego y fue obligado a dar excusas. Pero más allá de estas tensiones folclóricas regionales que uno puede comprender como frutos precisamente de la intolerancia franquista, que oprimió a las minorías, planea sobre España un enfrentamiento autista entre derecha e izquierda, de donde está excluido el diálogo y el debate, lo que nos hace recordar los peores tiempos de la intolerancia.
Hay que apoyar la acción de Garzón para que las nuevas generaciones no olviden lo que pasó en su país. Y ojalá que la probable salida de los restos del poeta García Lorca conduzcan a leerlo de nuevo y a restablecer los lazos con la España creativa del Medioevo, el Siglo de Oro y la Ilustración decimonónica, con la España donde vivían cristianos, musulmanes y judíos conviviendo juntos en paz.
Porque del triunfo de la tolerancia depende que los descendientes de millones de migrantes latinoamericanos indios y mestizos que han llegado en la última década a ese país puedan vivir allí en paz y que nunca se despierten los fantasmas del racismo y el deseo de exterminar al otro, al extranjero, al distinto en campos de concentración, crematorios o fosas comunes.

domingo, 4 de abril de 2010

LA GLORIA EN LA ERA INTERNET




Por Eduardo García Aguilar
La era internet ha terminado por modificar de manera profunda el estatuto del escritor al despojarlo del aura mítica que lo nimbó durante tanto tiempo, al hacer parte de una élite especializada casi inalcanzable para el resto de los mortales. Al acercar el teclado a toda la población y darle los medios electrónicos para que se exprese libremente sin redir cuentas a ningún dios o grupo de poder editorial o mediático, la red ha liberado las fuerzas de la palabra, democratizándola, desacralizándola como en su tiempo ocurrió con la Reforma protestante, que comunicó a los hombres con los dioses de manera directa, sin pasar por los tradicionales intermediarios.
La función de las editoriales se ha desacralizado a su vez al convertirse ellas claramente y sin tapujos en empresas cuyo objetivo único es la rentabilidad, lo que resta desde el punto de vista estético credibilidad a sus productos. Las editoriales no pueden publicar a todo el mundo y si escogen a uno o dos productos se ven obligadas a inflarlos por medio de comunicados de prensa y bombardeos de ruidos mediáticos. De ahí que cada nuevo autor de las editoriales comerciales sea rutinariamente presentado siempre como el nuevo genio y cada nuevo libro la gran nueva obra maestra. Ya pocos creen en la infalibilidad de esos lanzamientos, pues hacen parte de las leyes del marketing.
Quien haya publicado libros se ha visto confrontado a esa impostura, pues como en los famosos quince minutos de fama a los que todos por igual tenemos derecho, según la teoría de Andy Warhol, en las fajillas se habrá visto caracterizado como la nueva revelación, el salvador de la literatura nacional, la reencarnación contemporánea de algún crepuscular Premio Nobel patriótico. Las literaturas nacionales de hoy son grandes cementerios de geniales escritores jóvenes perecidos en el intento. Pero todo eso hace parte de la quimera, pues el gran escritor nacional decimonónico o el gran patriarca continental ha muerto como en los funerales de la mama grande.
En América Latina la era de Pablo Neruda o Miguel Angel Asturias, la era de Paz o García Márquez como patriarcas nacionales o continenales ha concluido gracias a la red internet, que terminó por hacer efímera toda gloria, diluyendo la genialidad en moléculas intercambiables y colectivas. Los grandes patriarcas literarios latinoamericanos eran gordos como batracios y lentos en sus movimientos cargados de colesterol, vanidad y soberbia. De capital en capital giraban llevando el mensaje sagrado de la latinoamericaneidad o el patriotismo, hinchando de orgullo las almas nacionales o continentales, cuando la región cargaba un aura de novedad en la repartición geopolítica de la humanidad a través de la figura crística del Che Guevara.
Incluso Jorge Luis Borges, que era el menos nacionalista y el más cosmopolita de todos los patriarcas literarios latinoamericanos, se convirtió a su vez en una deidad, una imagen de marca, especie de profeta que hacía milagros a su paso, en sus giras de capital en capital y de universidad en universidad, guiado por sus lazarillos como un Homero contemporáneo. Pero ahora un lector avisado podrá encontrar las grietas de su obra, cierta impostura en la afectación universal algo caricatural, influida por las posturas de los simbolistas franceses o los decadentes y exquisitos ingleses hijos de Oscar Wilde, con sus ocurrencias aforísticas y sus manías de dandy aristocrático.
En la primera década del siglo XX se ha querido repetir la fórmula con el invento del chileno Roberto Bolaño, un puro producto editorial español inventado por el astuto Jorge Herralde, que tiene el mérito de llevar el joven neopatriarca embalsamado después de su muerte, como un Mio Cid que gana batallas desde ultratumba. Bolaño, que era el más escéptico y marginal de la generación de los nacidos en los años 5O, y un rebelde auténtico, impresentable en las fiestas y los cocteles, al lado de sus hermanos infrarrealistas, se reiría si viera hoy el marketing organizado en torno suyo por el agente literario norteamericano apodado El Chacal, que ahora cada año se saca un nuevo libro suyo de la manga, sin duda dictado por el muerto desde el más allá, aumentando así de manera fenomenal una obra extraída desde su tumba o escrita por mediums en trance que reciben sus instrucciones desde el hades de los increíbles escritores muertos.
En la era de la red mundial cualquiera puede ser escritor, llegar a amplios públicos o reinar en el general anonimato. Los ejércitos literarios de hoy son vastas muchedumbres de anónimos, latentes todos ellos en la infinita red de la blogosfera, convertida en un limbo literario. Por eso es probable que el texto conquiste por fin su gratuidad como fruto máximo y más exquisito del ocio para ociosos y así, en su gratuidad, el lector anónimo, el lector rey, a su vez omnipresente y omnisciente, accederá al texto sin intermediarios editoriales, libre por fin de descubrir al azar lo sorprendente.
Y por ese camino es probable que sea necesario entonces revisar la concepción y la naturaleza de la gloria literaria, que fue en general un producto de la era romántica decimonónica nostálgica de Grecia y las gestas olímpicas, y se resiste a morir, pero cuya interminable agonía llega ya de manera ineluctable a su fin. Adiós a Lord Byron, adiós a Victor Hugo, de quienes somos hijos espirituales los latinoamericanos. Nuestros anonimatos alimentarán por fin el gran texto infinito y anónimo de la telaraña virtual. La gloria literaria radicará en decir todo y nada para nada y para nadie sin esperar mausoleos ni estatuas de mármol.