viernes, 26 de marzo de 2010

EL VIAJE TRIUNFAL, DE EDUARDO GARCÍA AGUILAR


POR JOSÉ RICARDO CHAVES*

EL Viaje triunfal. Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1993. Publicada en inglés por Aliform. USA. 2009 y en bengalí en 2005. Finalista para mejor traduccion en inglés del Book Award 2010, otorgado en la Book Fair de New York.

Esta novela del colombiano Eduardo García Aguilar, El viaje triunfal (título de clara estirpe rubendariana) fue escrita teniendo como telón de fondo aautores y textos de fin del siglo XIX (como Huysmans, Villiers de L’Isle Adam, Silva, Gómez Carrillo) y un poquito más, pues en su ensamble ideológico y estético el autor abarcó no sólo a decadentes, simbolistas y modernistas, sino también a representantes de las vanguardias.

No es extraño, entonces, que en la novela abunde la imaginería fin-de-siècle, todo un despliegue de elementos tales como uso de drogas de variopinta procedencia, viajes a los confines del mundo, acoplamientos sexuales para todos los gustos, referencias literarias de huysmaniano refinamiento, magia y espiritismo, en fin, tantos y tantos rasgos normalmente asociados a los escritores malditos.

Pero no nos limitemos. García Aguilar no busca la reconstrucción minuciosa de dichas atmósferas, por lo menos, no como lo haría quien se lanzara a escribir una novela históricamente “exacta” (en la medida en que pueda existir exactitud en el campo de la historia). No se trata de una lopezvelardiana “íntima tristeza reaccionaria” lo que lo impulsa a hurgar en nuestros orígenes literarios (y digo “nuestros” porque involucra a todos los escritores latinoamericanos).

Como devoto de una religióndel crepúsculo, García Aguilar quiere rendir culto a los fines de siglo, el nuestro incluido, y en este sentido su exploración del fin del siglo XIX no es ajena a una reflexión crítica de nuestro tiempo.

Ya en su anterior novela, Bulevar delos héroes, el autor había transitado por escabrosos paraísos ideológicos que desembocaban en muerte, violencia y locura. Ahora, en El viaje triunfal, también es posible detectar esa vertiente de crítica de la realidad socio-política latinoamericana y específicamente colombiana, una mirada azorada que registra cómo una “república gramática” se transforma en una dramática república donde la muerte cultiva su jardín. No en balde la novela comienza en tiempos en que La Violencia se ha enseñoreado en la patria de Faría Utrillo, el personaje central, y concluye con la imagen de un lector absorto en sus volúmenes incunables mientras “afuera el mundo se destruye”.

En este sentido puede hablarse de un inocultable sentimiento apocalíptico en la narrativa de García Aguilar que hace que uno de sus personajes exclame: “Vuelve el terror y hay que estar alerta. Los tiempos de la República Gramática quedaron clausurados y una oscura modernidad comienza a dominarlo todo. Los políticos poetas como yo comenzamos a ser cosa del pasado. Muebles viejos y ridículos. Y lo peor, se inicia la persecución del pensamiento.

Faría, el último modernista, murió también devorado por una extrañeza zozobra (...) Sabía que todo estaba terminado, que la edad de las guerras gloriosas se cambiaría por una sucesión de deslealtades y asesinatos impunes, maquinados sin grandes motivos, ni apadrinados por ideales dignos”.

No son, pues, la evasión y la nostalgia las que llevan al autor a la reconstrucción literaria del pasado modernista, sino un impulso crítico de su propio tiempo, de su propio fin de siglo, lo que lo hace indagar en los orígenes de esta “oscura modernidad” en la que los dioses no es que se hayan retirado -como diría Heidegger- sino tan sólo se disolvieron. Aquí cabe mencionar un ensayo de Walter Benjamin titulado “Experiencia y pobreza”, en el que el crítico alemán buscó explicar cómo en nuestra época -marcada por la continuaaparición de “lo nuevo”- lo que va creciendo es la pobreza, entendida como retiro de lo espiritual: “una pobreza del todo nueva ha caído sobre el hombre al tiempo que ese enorme desarrollo de la técnica. Y el reverso de esa pobreza es la sofocante riqueza de ideas que se dio entre la gente -o más bien que les cayó encima- al reanimarse la astrología y la sabiduría yoga, la Christian Science y la quiromancia, el vegetarianismo y la gnosis, la escolástica y el espiritismo. Porque además no es un reanimarse auténtico sino una galvanización lo que tuvo lugar”.

No, no es de nuestro fin del siglo XX del que habla Benjamin, de éste que ya acaba, aunque lo parezca, sino de una centuria que apenas comenzaba, aún empapada de la imaginería finisecular, y sin embargo, parece que se refiere al tiempo de ahora, a nuestro hoy aún más pobre y más galvanizado que el que vieron los ojos de Benjamin. Es el repudio a esta paradójica pobreza civilizatoria la que lleva a García Aguilar a indagar en los origenes literarios de la modernidad.

Como ocurre en cierta manera con el propio Benjamin, encontramos en nuestro novelista un pesimismo melancólico que lo lleva a abrazar una religión crepuscular, decadente, en la que se unen místicos, nostálgicos y poetas: “La fe en el crepúsculo -nos dice- es la certeza de que ninguna partícula sobrevivirá para atestiguar las supuestas glorias del género humano”. Pero, a diferencia de Benjamin, no hay en García Aguilar ningún contrapeso mesiánico que le permita vislumbrar alguna esperanza. Antes que anochezca, sólo queda el bálsamo envenenado de la escritura.

Por otra parte, esta visión crítica dela realidad lleva al escritor crepuscular a un estatuto de permanente extranjería, que no tiene que ver necesariamente con el simple hecho de vivir en su país de origen o estar ausente de él.

Más que de un desplazamiento exterior, más que de un cambio de lugar, se trata de un desplazamiento interior, o, como dice uno de los personajes “a cambio de la patria es necesario buscar la nación literaria”. Nación literaria que resquebraja las artificiales barreras del estado nacional que nos vio nacer y que más bien hunde sus raíces en el humus de la lengua, en el incesante laberinto del lenguaje. Igual que el judío, para el escritor moderno el exilio (real o imaginario) ha tenido un papel fundamental.

El exilio es la visión laica y moderna de la caída. Ante la pesadez de lo real, ante su imposición, al artista crepuscular no le queda otra que moverse, desplazarse judaicamente, hacia adentro, al principio ingenuamente, en busca de un yo de fantasía, luego contentándose conseguir el rastro de un perfume que huele a nada, que a nada huele.

“El viaje triunfal”, título paradójico. De linaje rubendariaco, como diría José Asunción Silva, tal vez en alguna de sus “gotas amargas”. Paradójico porque nada más alejado del triunfo que la vidaen clave de fracaso de Faría Utrillo, el poeta de la novela. Viajes, amores, libros, drogas: finalmente todo esto poco vale ante alguien que, como él, tiene una exacerbada conciencia de mortalidad, de finitud. Triunfal, eso sí, si se trata del viaje literario concluido por García Aguilar en esta novela y que tiene como antecedentes Tierra de leones y Bulevar de los héroes. Periplo concluido -quién sabe si agotado-. Trilogía que arranca en Manizales, ciudad cargada de mirada infantil, que continúa en el bulevar del exilio y la utopía, y que concluye, por ahora, en este viaje a los orígenes literarios que representa El viaje triunfal.

* Jose Ricardo Chavez. Novelista, ensayista y académico costarricense, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de Mexico. Este ensayo fue publicado inicialmente en Vuelta, octubre 1994.

sábado, 20 de marzo de 2010

THE TRIUMPHANT VOYAGE BOOK AWARD FINALIST

ALIFORM PUBLISHING www.aliformgroup.com aliformgroup@gmail.com
Aliform Publishing is pleased to announce that The Triumphant Voyage, by Colombian novelist Eduardo García Aguilar and translated from the Spanish by Jay Miskowiec, has been named a finalist in the translation category of ForeWord Magazine’s Book of the Year Awards. The winner will be announced at Book Expo America in New York on May 25. The Triumphant Voyage was the recipient of the Premio Nacional de Traducción Literaria awarded by the Ministry of Culture of Colombia.
The Triumphant Voyage relates the adventures of the fictional poet Arnaldo Farilla Utrillo as he journeys around the world during the first half of the twentieth century, coming in contact with many of the great writers and artists of the age.
As the esteemed translator Gregory Rabassa writes, “The best way to get into literature is to live it. This is precisely what Eduardo García Aguilar lets us do with this peripatetic novel, so much in the spirit of Cortázar, Bolaño and Eça de Queirós, as he leads us through the ways and means of what we have come to call modernism.”
Miskowiec is the translation editor of Aliform Publishing, which specializes in Latin American and world literature. His other translations of García Aguilar include the collection of short stories Luminous Cities, the critical examination of globalism Mexico Madness: Manifesto for a Disenchanted Generation, and the novel Boulevard of Heroes, with an introduction by Gregory Rabassa.
Yankee Invasion (Scarletta Press, 2009), by Mexican author Ignacio Solares and translated by Timothy G. Compton, was edited by Miskowiec and is also a finalist for ForeWord Magazine’s translation award this year.



miércoles, 10 de marzo de 2010

CANONIZACIÓN DE BRIGITTE BARDOT


Por Eduardo García Aguilar

Boulogne Billancourt dedicó una amplia exposición al mito erótico de Brigitte Bardot, uno de los símbolos sexuales de la segunda mitad del siglo XX al lado de Marylin Monroe y fenómeno social que contribuyó al cambio de las costumbres y a la liberación de la mujer.

Bardot fue la belleza encarnada que con cuerpo perfecto y rostro seductor conquistó a los hombres del planeta y fue ejemplo para las mujeres del mundo entero. Las grandes actrices del mundo a partir de los años 50 y 60 la imitaron y nada fue igual después de ella, al convertirse en la versión femenina del Don Juan y coleccionar uno tras otro esposos y amantes ante las cámaras y los noticieros del mundo que la seguían paso a paso. El Vaticano llegó a exponerla como ejemplo de las astucias del demonio y enumeró los peligros que significaba para el mundo su desbordada sexualidad de mantis religiosa.

El estallido mundial de su fama vino con la película « Y dios creó la mujer » donde desempeñaba el papel de una joven huérfana, cuyo sex appeal complicaba la vida de una familia y un pueblo de provincia en las costas mediterráneas del sur de Francia. Luego de conquistar con esa película el éxito en Estados Unidos y lograr la fama mundial en 1956, una tras otra sus películas se dedicaron a mostrar su cuerpo largo y delicioso, sus besos apasionados e insinuar el movimiento de sus caderas bajo lás sábanas. Frente al viejo y gran actor macho Jean Gabin la bella se exhibe recostada en un pupitre y muestra al público sus nalgas perfectas, creando el escándalo nacional y dejando para la historia cinematográfica una escena inolvidable.


Hija de un industrial y una bella ama de casa que amaba la moda, Brigitte nació en 1934 en el más elegante barrio de París y desde los cinco años estudió danza en las escuelas más reputadas de la ciudad. A los 14 años su belleza empezó a aparecer en las revistas de moda de París y pronto atrajo a los directores de cine que convencieron con bastante dificultad a su familia para que la dejase actuar. El director Roger Vadim, quien fue su primer esposo, dijo que con el personaje de Juliette en « Y dios creó la mujer », busco representar a una « muchacha de su tiempo, libre de todo sentimiento de culpa, de todo tabú impuesto por la sociedad y cuya sexualidad es totalmente libre. En la literatura y en las películas de antes de la guerra, se le hubiera considerado una prostituta ».

En la amplia exposición en Boulogne Billancourt, al lado de París, asistimos paso a paso a la creación y solidificación del mito. En el vestíbulo de la entrada vemos un ejemplar blanco del cabriolet Peugeot, modelo Florida, con el que se paseaba por las carreteras de la Costa Azul, tal y como lo hacía el otro mito de su época, esta vez literario, Françoise Sagan, autora de la novela Bonjour Tristesse. Ambos mitos vivientes expresaban a una juventud despreocupada, entregada al placer, el glamour y la felicidad, lejos del culto al trabajo y a la mujer emancipada por fin.

Luego vemos sus zapatillas y trajes de danza, fotos familiares, portadas de las revistas que la muestran desde la virginal modelo adolescente hasta la bomba sexual de la era psicodélica de los años 60, al lado de actores como Jean Louis Trintignant, Jean Paul Belmondo, Anthony Perkins y de sus numerosos esposos o amantes como Roger Vadim, Jean Louis Trintignant, Jean Claude Carriere, Günter Sachs, Sacha Distel, Warren Beaty y Serge Gainsbourg.

Gracias a que prestó muchos elementos relacionados con su vida privada, asistimos a la reconstrucción de su cuarto de adolescente en París, así como la famosa casa de Saint-Tropez, en la Costa Azul, llamada La Mandrágora, donde reside desde hace medio siglo. También vemos las mejores escenas de sus películas, como una larga sucesión de besos proyectados, o fotos donde aparece desnuda para las cámaras de los mejores fotógrafos de su época, para quienes posó con total libertad haciendo familiar su cuerpo para sus admiradores, que sabían donde estaban sus lunares o su pequeñas cicatrices y la textura de su vello púbico. Fue así la amante demoníaca de todos los hombres del mundo, la infiel mujer de todos los esposos y terror de todas las esposas.


A los 40 años dejó todo y en vez de dedicarse a pulir el mito se dedicó a la causa de los animales y a dejar que los estragos del tiempo marcaran su rostro y su cuerpo, evitando operaciones, y maquillajes. Al mando de su asociación contra el maltrato a los animales se ha vuelto una militante insobornable, por lo que al final de la exposación se muestran los horrores que hace el hombre a esas criaturas que devora y tortura sin límites. Se ven las vacas degolladas, imágenes del sacrificio de los corderos, la tortura de la vivisección y los experimentos que se hacen a nombre de la ciencia en los cuerpos de esos seres vivientes.

El objetivo de la exposición se cumple. Uno sale reconciliado con esta mujer que vivió cuatro felices meses en México para filmar la película "Viva María", sobre los tiempos de la revolución mexicana. Recorriendo las salas, palpando sus prendas, sintiendo sus perfumes y comprendiendo el desespero de su fama planetaria se entiende un poco más nuestra época mediática.

La metáfora de su vida se resume en las imágenes del desmayo que sufrió al retornar a Cannes y verse asfixiada entre la muchedumbre hasta enloquecer y gritar antes de rodar y ser llevada en andas por los servicios de seguridad, inánime, como una especie de mártir de la época. Expresa el pánico de la gloria y de la fama y la terrible soledad de las estrellas que llegan a la cima sin saber cómo y por qué. Con esa proyección escalofriante se inicia y concluye la exposición de una vida emblemática del siglo XX, que todavía nos fascina. Brigitte Bardot está viva entre nosotros y todavía podemos desearla. Desde un pasado que es presente ella se nos revela entre el perfume de sus discípulas de hoy que deambulan en 2010 con nosotros, en estas salas llenas de glamour, deseo y tentación.

sábado, 6 de marzo de 2010

EL TRASTEO A BOGOTÁ

Por Eduardo García Aguilar
El ruido de Bogotá se oía a lo lejos, mientras seguíamos en un auto al camión del trasteo que, veinte metros adelante, expelía nubes de contaminación. El viaje había sido larguísimo. Desde antes el chofer y papá habían coordinado el acomodo de todas las cosas, por lo que al amanecer tras desayunar por última vez en la casa de la carrera 19 en la vieja Manizales, subimos raudos por la carretera hacia el páramo de Letras en medio de la niebla y la llovizna y poco a poco, fuimos llegando hasta la cima, donde nos paramos a comer chorizos con arepa y a tomar chocolate con queso fresco del páramo.
Papá Alvaro estaba contento y decía por fin adiós a esa ciudad donde se refugió de la Violencia en 1946 y que ahora dejaba para siempre. Era un día muy especial, el comienzo de una aventura y el fin de una historia larguísima iniciada en 1913, cuando nació en Marquetalia, en el oriente de Caldas, en tiempos que parecían lejanos como de otro siglo profundo, metido en los aires de la colonia española. Yo lo vi sonreir, con esa extraña satisfacción un poco delirante de quien da un paso definitivo y deja atrás la ciudad sin convertirse en estatua de sal.
No es fácil dar un giro en la vida a los 58 años, cuando por lo regular la gente se acomoda donde está y ya no tiene energía para dar un salto al vacío. Yo estaba orgulloso de él, pues había osado el cambio en cierta forma para seguirme a mí --o al menos ese era el pretexto de una decisión que siempre tuvo pendiente en su vida--, pues empezaba mis estudios de sociología en la Universidad Nacional de Colombia y para reencontrarse en familia con mi hermano Humberto, que estudiaba derecho desde hacía unos años en la Gran Colombia.
Había comprado casa en Bogotá cerca a la Universidad, una casa grande, moderna, de dos pisos, amplia sala, vivero, cuartos, y luz por todos los lados. Hacia allí íbamos ahora todos, mamá, papá, mi hermana, la perra collie, yo. Nos esperaba allá mi hermano mayor a quien escuchábamos en Manizales por radio Santa Fe, donde también trabajaba como joven locutor y periodista, y ahora todo parecía comenzar de nuevo en este viaje peligroso y emocionante a la vez, signado por el éxodo en el sentido más exacto de la palabra.
La verdad es que Manizales era mi ciudad y la de mi hermana, pues ahí habíamos nacido y crecido, pero no para ellos, que la consideraron una ciudad de paso, una escala en el camino hacia Bogotá. Manizales era una ciudad muy católica dominada por la Catedral enorme y negra como un animal antediluviano, con curas de negras y largas sotanas y arzobispos locos que lanzaban diatribas y trataban de controlar la vida de su habitantes cuidándolos del demonio del sexo, el liberalismo y el comunismo. Pero también una ciudad agradable para vivir donde educaron a sus hijos y los vieron crecer bien en medio de ese aire fresco de la cordillera.
Papá era un liberal ateo con amigos de izquierda e irse a Bogotá, a donde iba desde siempre varias veces al año, era mejor que seguir allí en esa ciudad que a veces asfixiaba y donde había concluido una etapa de su vida. La capital era su ciudad, con el gentío por la carreras séptima y décima y la Avenida Caracas, agitada siempre, entre el bullicio del pueblo y los carteristas y los vendedores ambulantes y la humareda interior en los cafés El Pasaje, El Automático y Saint Moritz, donde solía charlar de política con sus amigos liberales, ateos, poetas arruinados y comunistas.
Después nos adelantamos al camión y empezamos a bajar hacia la tierra caliente, pasamos por Padua y llegamos a Mariquita, donde compramos el delicioso pan que hacían allí, oloroso a mantequilla, y hacia el mediodía ya estábamos a orillas del Magdalena, en un restaurante de Honda al aire libre, almorzando en familia viudo de pescado. Subimos hacia la capital, lentamente, por esa carretera de la cordillera y llegamos hacia el crepúsculo a instalarnos en la casa donde los trabajadores ya subían los corotos.
Bogotá era una urbe caótica, llena de inmigrantes de todo el país, el crisol de un país centralista donde pasaban todas las cosas. Había dos grandes periódicos que funcionaban y era una delicia leer sus columnistas cultos y los suplementos literarios para enterarse de un país que parecía tener rumbo antes de que apareciera el monumental narcotráfico. El Congreso de la República estaba compuesto por técnicos, oradores, políticos profesionales, hombres de letras, viejos caciques autodidactas de la vieja guardia y para estar allí se exigía un mínimo nivel y algunos principios políticos coherentes. Los presidentes eran hombres cultos, estadistas, guiados por ideas y no sólo por emociones primarias. En el centro se vivía la agitación diaria de las urbes en la séptima, la décima, la Caracas y había grandes librerías como la Buchholz, Lerner o la Nacional.
Ya habían emergido el Planetario Distrital, la biblioteca Luis Angel Arango y el Museo del Oro y los Museos eran joyas imprescindibles. En la Avenida 19 reinaba la agitación en la Alianza Francesa y en los cafés de esa cuadra se daban cita los periodistas de radio que después se convirtieron en leyendas. La Universidad Nacional, a donde ingresé poco después, vivía aires de libertad y en las carreras de Ciencias Humanas el nivel era alto en esos tiempos de reflexión política continental y nacional, bajo el reino del naciente boom de la literatura latinoamericana cuando Pablo Neruda, Miguel Angel Asturias y Juan Rulfo estaban todavía vivos. León de Greiff y Luis Vidales todavía caminaban por la séptima y en la noche nos reuníamos siempre en las librerías, como esa inolvidable Torre de Babel, no lejos del Parque Santander. Colombia estaba mal como siempre lo ha estado, pero nunca imaginó que le iba a ir mucho peor.
Todas estás imágenes de una Colombia lejana color sepia me asaltan ahora cuando pienso en la pobreza del debate nacional que reinó estos ocho años interminables de macartismo, centrado en un patriarca abusivo que la Corte obliga a irse aunque no quisiera, animado por sus indignos y corruptos áulicos que son la vergüenza de una Colombia más grande y digna que su infamia. Por fortuna reinan nuevos aires democráticos y las palabras Constitución y Ley tienen sentido como nos enseñaron los maestros de escuela hace tanto tiempo. Recordar a los viejos y a esa Colombia en trasteo permanente, es un pequeño homenaje a este nuevo rumbo que inicia el país si no se lo impiden los
tramposos.