sábado, 13 de junio de 2009

UNA NOVELA SEMIÓTICA SOBRE BARRANQUILLA


Por Eduardo García Aguilar

Entre las obras colombianas de la generación Sin Cuenta que acaba de ser coronada en 2009 con premios literarios para William Ospina y Evelio Rosero, se destaca Los domingos de Charito de Julio Olaciregui (1951), una novela básica colombiana al lado de clásicos como Respirando el verano de Héctor Rojas Herazo, Deborah Kruel de Ramón Illán Bacca y El patio de los vientos perdidos de Roberto Burgos Cantor, finalista y casi ganador del último Rómulo Gallegos.
Rescato de mis apuntes para el libro imaginario Atenas Express, sobre un siglo de literatura colombiana, estas notas sobre la obra de unos de los más originales y exóticos exponentes de esta generación, que debería ser reeditada y estudiada en las universidades del país si realmente nos preocupáramos por los autores no comerciales ni escandalosos tan en boga.
Situada en Barranquilla, enorme ciudad industrial y comercial de la costa atlantica, la novela cuenta la historia de una serie de personajes anónimos y jóvenes de la clase media. Charito huye de su hogar conyugal, anbandonando a su esposo e hijos porque este le es infiel con otra. Para sobrevivir labora como sirvienta en la casa de Narciso, otro clasemediero que trabaja para un senador.
Como puede verse, la historia es sólo el pretexto para desplegar la pulsión de escribir sin « retórica » . Los lugares por donde recorren los personajes son las calles húmedas de esa ciudad, situada a pocos kilómetros de la costa y en las riberas del río más importante del país, el Magdalena. Los sitios de sus amores y desdichas son casas o apartamentos modestos y lugares de trabajo como talleres tipográficos o tristes oficinas.
Nada aquí se sale de la normalidad : no hay grandes casonas macondianas ni palacios relustrosos. Por el contrario, Olaciregui nos lleva hasta la cotidianidad de los seres anodinos y a través de ellos crea el fresco de una ciudad y dibuja el mapa interior de una generación desencantada, que reproduce la rutina de los viejos con vestimentas novedosas y en urbes metálicas y asfixiantes.
La obra está dividida en seis partes : Norte Azul, Rojo Sur, Este Blanco, Oeste Negro, Cenit y Nadir, a través de las cuales se resume la aventura de Charito ; esos ires y venires mediante los cuales se revelan rostros, calles, mundos, músicas, fiestas y soledades de la existencia contemporánea. Desde su huída hasta su retorno en busca de Augusto, Charito ha creado un mundo telenovelesco que se esconde detrás de cada vida y de cada portón.
Entre las historias que se intercalan como vidas, el autor se detiene y reflexiona sobre su oficio ; llama la atencion del lector ensimismado para mostrarle la mentira de sus personajes, que son sólo creaciones suyas. Asimismo, Olaciregui expone sus emociones y su dudas, como si escribiera una bitácora del viaje literario. Son « pequeños prólogos » donde habla del « instrumento », o sea la escritura. El primero se llama Un dia en la primavera, otro Dia en casa y así sucesivamente Dia sin amor, Días escritos, Día de hierro, Día de luna, Un día bajo otro cielo, Día blanco, Día hermético, Luz del día, Día sin reposo, Día de plata, Dias robados, Día de plomo, Día enamorado, La injerencia del día, Día otonal y Día de estaño.
Por ejemplo : « Anhelo la prosa : construcción paciente de un edificio con entrañas templadas y sólidas que poseen algo de postes metálicos, de columnas de estadio, de montañas que se hunden en las nubes, de esqueleto inacabable, de armazón de insecto oscuro ».
En otro dice : « ¿Y cuál es la materia de la escritura ? Tal vez la espera, las huellas que deja la búsqueda del conocimiento (…) Por eso a lo mejor no había que desperdiciar nada, la narración de algunos hechos –narración casi periodística – venía a ser un desperdicio necesario pues de todo aquel montón de descripciones podía surgir inesperadamente una revelación, un sentido en blanco y negro. Por eso el apetito nos llevaba a la anotación, al numeraje, a la progresión, al encuentro consonántico, a las ideas plasmadas, encuadernadas y al alcance de los sentidos, miren lo que dice aquí, oigan, miren, vengan acá que les voy a contar la historia de un beso ».
Estos prólogos están escritos con la misma actitud antirretórica de toda la novela. Tanto en estas zonas « teóricas » como en las narraciones el autor busca esa revelación y de paso crea una historia o cien historias que a su vez fundan una ciudad y una época. En los domingos de Charito no sólo nos enfrentamos a la cotidainidad de las criaturas de la ficción, sino también frente a la soledad de quien escribe. Los dos planos están siempre actuando e interactuando : la ficción crea al novelista y el novelista a la ficción.
Pero más allá de esta autorreflexión literaria, Los domingos de Charito se caracteriza por abrir las puertas a la más descarnada cotidianidad : las secreciones del cuerpo, la mugre de los rincones, la suciedad de la ropa, la estrechez de los espacios vitales, etcétera. Desde el fondo de esa clase media baja que sobrevive en medio de la tragedia, sin caer al arroyo aunque inmersa en el fango de sus bordes, surge el grito de la vida de las mayorías. Entre la penuria florece el amor y el odio y los seres se adaptan a ese infierno alegre que se nutre de tristeza y escepticismo. El lector se enfrenta en estas páginas a supropia miseria, a su nada y Olaciregui se divierte.
Tal experimento –inédito en la literatura reciente de ese país sudamericano – no podía realizarse a través de una prosa maquillada. No porque el uso de esta sea censurable o ilegítima, sino porque la desnudez del mundo narrado no no podía percibirse tras los adornos y las florituras. Por otro lado, el aspecto intimista o « minimalista » de esta literatura surge de una tal vez no deliberada pero si real necesidad de apartarse del realismo mágico del boom.
Los escritores rebeldes del post-boom se sacudieron de la grandilocuencia barroca de Lezama, Carpentier y otros caribeños de su estilo, con la búsqueda y la develación de aquellos rincones secretos y poco vistosos de la vida que fueron desdeñados en las últimas décadas.
Por estas y otras razonez Los domingos de Charito, que obtuvo la beca Ernesto Sábato de Proartes y fue publicada en 1986 por Planeta, muestra otro modo rebelde de enfrentar el oficio narrativo durante el largo « interregno » posterior al auge de la novela del "boom" en América Latina. Sin pretender ser « una obra maestra », grandilocuente y megalómana, pero sí tratando de contar la vida y lo deseado, Olaciregui abre su propio camino y el de una corriente de la que mucho puede esperarse todavia entre los narradores colombianos.