viernes, 15 de mayo de 2009

EVELIO ROSERO Y EL PREMIO THE INDEPENDENT


Por Eduardo García Aguilar

El escritor colombiano Evelio Rosero acaba de obtener en Inglaterra el Premio The Independent a la mejor traducción al ingles en ese pais de una obra de ficción. Con motivo del Premio Tusquets 2006 a la misma obra, escribí desde la Feria de Guadalajara el siguiente artículo difundido en la prensa latinoamericana:

El Premio Tusquets que acaba de obtener Evelio Rosero -el más prestigioso para novela en el ámbito iberoamericano por la calidad de sus jurados y su lejanía de la corrupción editorial ambiente- puede ser una sorpresa para muchos, mas no para quienes hemos seguido su camino desde el inicio con admiración y alegría.

Da la casualidad que me encuentro hoy en las calles llenas de libros de esta entrañable Feria del libro de Guadalajara y en medio de la decepción que provoca la mediocridad del estrellato narrativo actual latinoamericano y en especial colombiano, la coronación de Rosero entre medio centenar de novelas por un jurado probo, es un gran acontecimiento para la narrativa colombiana y sin duda un giro sorpresivo que obligará a reposicionar la obra de varios autores de su generación.

Rosero comenzó desde muy temprano una obra literaria de méritos extraordinarios con una narrativa nerviosa, ágil, que nunca cedió a la facilidad y exploró los más inquietantes caminos de la locura y el horror de la vida. Con novelas como Mateo Solo (1984), Juliana los mira (1986), El incendiado (1988) y la para mí espectacular Las muertes de fiesta (1995), entre otras muchas obras, Rosero forjó un cuerpo narrativo de primer orden.Un día antes de conocerse la noticia, conversando con Jorge Herralde al término de una conferencia del argentino Ricardo Piglia, el editor español recordaba la publicación hace dos décadas de Juliana los mira, obra que ya auguraba el aliento del narrador colombiano, quien como tantos otros de su generación ha sido rebelde y ha preferido cierta marginalidad, al lado de sus compañeros de generación, que deben estar celebrando este premio logrado con toda transparencia.

Han pasado los años y Rosero ha seguido ahí fiel a su estilo y a sus fantasmas sin ceder un solo instante a la feria de vanidades y corrupciones de la narrativa colombiana reciente, con sus ídolos falsos. Ya los adalides abusivos de cierta paraliteratura cantaban victoria haciendo tabla rasa de generaciones recientes y actuales y se pavoneaban como salvadores de pacotilla de la narrativa colombiana, acríticos y lambones ante el infame régimen paramilitar que nos gobierna. Con las motosierras de su arribismo ya habían enterrado a los excelentes escritores de la generación de la Buchholz, nacidos alrededor de los años 40.

En la fiesta convocada en el Centro de Industriales de Guadalajara, en ausencia de Rosero, se reunió el mundo editorial y literario iberoamericano. Las copas iban de un lado a otro y yo trataba de apurar algunas de más a nombre de Rosero, que debería estar aquí celebrando. Gracias a él y por la alegría que siento de que sea coronado este rebelde colombiano, he saboreado y alzado al aire deliciosos cócteles de tequila.

Beatriz de Moura estaba muy contenta en medio del inmenso salón y preguntaba sobre la posición de Rosero en la literatura colombiana y el significado de este premio. Hablamos sobre quien es Rosero: un hombre libre, un autor de novelas espléndidas, un habitante de ese país en guerra gobernado por delincuentes asesinos, un ser humano que nuestra generación conoce porque es una antena eléctrica de los males y las muertes de fiesta nacionales. De Moura destacó que la novela premiada podría ser una alegoría de todas las guerras y su universalidad hace que esos ámbitos puedan situarse en los Balcanes u otros países encendidos por la conflagración bélica mundial, donde las fronteras se pierden en el horror y el dolor provocado por la codicia de los poderosos. Dice que es un texto claro, transparente, mientras Aurelio Major, el coordinador del premio expresa a su vez la alegría por este acontecimiento.

Viene a mi memoria ese Rosero siempre silencioso o felizmente ebrio, en quien se resumían las nocturnidades de Bogotá City, en aquella vieja cafetería de la Librería Nacional de la séptima o en las Residencias Tequendama repletas de poetas iberoamericanos o tomándonos unos whiskies en la Feria del Libro de Bogotá, cuando se celebraba a los escritores de la diáspora.

Seamos claros, con Evelio Rosero, Sonia Truque, Eugenia Sánchez, Juan Carlos Moyano, Pedro Badrán, Julio Olaciregui, Pablo Montoya, Julio Paredes, Consuelo Triviño Anzola, Octavio Escobar, y otros muchos, toda una generación de escritores emerge desde los márgenes de una Colombia que excluye y mata. Todos ellos han llevado al extremo su compromiso con la palabra y la libertad.

Ese ha sido su puesto de combate, el mismo iniciado hace tiempos por el legendario Jorge, el Gordo Valderrama en su suplemento de Vanguardia Liberal en Bucaramanga, y luego por los amplios espacios de la red de Cronopios de Ignacio Ramírez, los talleres de Isaías Peña Gutiérrez en la Universidad Central, la revista de Milciades Arévalo, entre otros, y mucho antes por el inolvidable Manuel Zapata Olivella en Letras Nacionales. Una literatura que surge desde todos los puntos cardinales del país y desde todos los estratos y que no es confiscada por el obtuso exclusivismo de los "gomelos" de Medellín y Bogotá, para quienes lo urbano colombiano sólo existe allí alrededor del Gimnasio Moderno y que decretaban ya el triunfo de una paraliteratura que extermina al reciente pasado y al presente de la Colombia profunda. Con este premio a Rosero podemos decirles, chao, chao, bye, bye, nos vemos en el ring.