sábado, 15 de noviembre de 2008

UN AFGANO EN LA CORTE DEL REY GONCOURT


Por Eduardo Garcia Aguilar

Los periodistas e invitados atacan con voracidad el buffet situado a la entrada del tradicional restaurante Druot, donde desde hace más de un siglo se entrega el premio literario más prestigioso de Francia, instituido por Edmond de Goncourt en 1896 y que consagra cada año una novela de autores francófonos, entre quienes sobresalen Henri Barbusse, Marcel Proust, Andre Malraux, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras y Michel Tournier.

El vino corre a raudales mientras los famélicos escritores y enviados de prensa, radio y televisón devoran las deliciosas carnes y los panes que untan con una inmejorable mayonesa de la casa que hace perder la razón a los degustadores. En el pequeño espacio rectangular de la entrada, rodeado por materos de árboles pequeños, todos discuten sobre las distintas probabilidades y comentan en torno a las intrigas y rumores que siempre preceden a la decisión, considerada como un golpe financiero milagroso y salvador para la editorial ganadora.

Los muros del restaurante situado en la plaza Gaillon están adornados con las firmas de los ganadores del galardón. Al frente está situado otro famoso restaurante propiedad del adorado actor Gerard Depardieu. En esta pequeña plaza cercana a La Opera, el Louvre y la Bolsa acuden a divertirse algunos potentados y estrellas de la farándula o la mundanidad literarias. El famoso comentarista gastronómico Jean Luc Petitrenaud llega y de inmediato las cámaras se activan; después aparecen directores de programas televisivos literarios como los famosos Bernard Pivot y Franz Olivier Giesbert, entre otros. Y entre ellos mujeres muy perfumadas, con sus caras estiradas de manera despiadada por los cirujanos estéticos.

Por lo regular los premios Goncourt son criticados por su insignificancia, pues muchas veces los jurados no logran un acuerdo y se deciden por un libro de compromiso que será totalmente olvidado unos meses después. Por tal razón son más las grandes obras ignoradas por los jurados, muchas veces coludidos con las poderosas casas editoriales, que las premiadas, y mucho más la vanidad y el capricho los triunfantes. Cada año alrededor del 10 de noviembre se anuncian en el mismo lugar y el mismo sitio los premios Goncourt y su hermano menor de consolación el Renaudot, con lo que se termina antes de navidad la temporada literaria, iniciada en septiembre con la publicacion anual de unas 700 novelas.

Adentro, en el bar Yann Queffellec, que lleva el nombre de un ex Goncourt bretón vivo que está ahí tomando vino junto a todos nosotros, la prensa agolpada espera que bajen por las escaleras rodeadas de espejos del restaurante los miembros del jurado, para anunciar al fin el nuevo elegido tras deliberaciones llevadas a cabo en un estrecho salón de la parte alta. En esta ocasión actúan dos nuevos jurados recién nombrados para airear los criterios del premio, el magrebino Tahar ben Jeloum y el francés Patrick Rambaud, también ganadores del premio. Entre los jurados figura su presidenta Edmonde Charles-Roux, Jorge Semprum, Michel Tournier y el portavoz Didier Decoin, que aparece de repente y anuncia a quemarropa que el laureado este 2008 es un extranjero: el guionista afgano Atiq Rahimi, de 46 años, por su novela Syngué Sabour, piedra de paciencia.

Descontrol total. El afgano ha ganado por 7 votos contra tres al francés Michel Le Bris, un bretón barbudo y corpulento que organiza en Saint Malo cada año el Festival Impresionantes Viajeros. ¿Cuántos escritores franceses que han trabajado toda la vida para crear una vasta obra se ven así descabezados en la recta final por un apuesto cineasta afgano, hijo de gobernador, que llegó a Francia en los años 80 y luego de publicar dos novelas traducidas del farsi, decide publicar este casi guión de 150 páginas para llevarse la gloria?, pregunta un hombre agitado que ya va por su tercera copa de vino. Antes, el premio fue ganado por extranjeros como el ruso Andrei Makine y el marroquí Tahar Ben Jelloum. Alguna vez un modesto y joven vendedor de periódicos en un kiosko, Jean Rouaud, lo obtuvo, pero después se convirtió en uno de los valores mas firmes y respetados de las letras actuales francesas, recuerda otro.

La presidenta Edmonde Charles-Roux dice que la novela del afgano no es un "bazar oriental" y está escrita con una "prosa quirúrgica". Syngué Sabour es una piedra mágica a la que se le cuentan las penas. La novela publicada por la editorial POL relata la historia de una mujer que cuida a su marido agonizante y en coma por heridas de guerra en un lugar que "puede también ser Afganistán" y en ese "huis clos" ella se libera mentalmente de la horrible opresión religiosa y social islamista a la que las mujeres están condenadas allí. Muchos críticos coinciden en que es un guión cinematográfico adaptado con rapidez a novela corta. Pero ahora las editoriales deben jugar a que la novela traiga en el paquete la posibilidad de una película y por ende ganancias suplementarias. El afgano ya fue premiado en Cannes por una de sus películas y sin duda llevará al cine esta historia que brincó de inmediato a la lista de los best-sellers.
Afuera todos vuelven a caer sobre las viandas, vinos y quesos ofrecidos por la casa. Hay que esperar la llegada de la nueva estrella y mientras eso ocurre las copas van y vienen y las discusiones de los impertinentes y los colados a la recepción. Otros ya hacen la digestión recostados contra las paredes. Nadie pide nada en el bar: para qué, pues hay vino gratis afuera. Y de repente llega en taxi a la plaza Atiq Rahimi con sombrero de explorador, bufanda de cachemir, chaleco afgano, gafas rectangulares de marca, ojos verdes y una serenidad de cineasta a toda prueba frente a mil cámaras y micrófonos. Dice que "habla de todas las mujeres afganas como de todas las mujeres del mundo" y que ellas, bajo la burka, tienen deseos y pasiones como las demás. Un alto valet uniformado trata de protegerlo de los golpes de las cámaras, lámparas y micrófonos, pero él sigue impasible, orgulloso de pertenecer a un país donde estuvieron los griegos milenarios, un país que siempre fue encrucijada de culturas.
Y al fin el se abre paso y entra al restaurante como un afgano en la corte del rey Goncourt que da fama efímera en Francia y traducciones en todo el mundo. En otra sala el africano Tierno Monenembo acaba de ganar el premio Renaudot con su novela "El rey de Kahel", publicada por Seuil. Pero el guineano de 61 años está en Cuba y se ha ahorrado el bochornoso espectáculo. Al fin de cuentas, este otro premio es sólo de consolación, pero entre sus ganadores figura Louis Ferdinand Celine con su Viaje al fondo de la noche. Las críticas arrecian y oigo gritar a una señora algo ebria: "Claro, los premiaron porque ganó Obama, así son" Y agrega con altanera ironía: "¿Tendrán los papeles en regla?".

viernes, 14 de noviembre de 2008

CLAUDE LEVI STRAUSS ESTA VIVO


Por Eduardo García Aguilar

Casi centenario, Claude Levi-Strauss (1908) caminó en 2005 hasta el Instituto Catalán de Cultura de París, erguido, enfundado en un traje ajustado gris, chaleco, y con un paraguas colgando de su brazo, como una figura intemporal de otra época, incluso futura. Este hombre contemporáneo de Jean Paul Sartre había recibido un importante galardón catalán y caminaba tranquilo por las calles de Saint Germain de Prés y Odeon, no lejos de la Antigua Comedia y el restaurante Procope, donde solían ir Voltaire y sus contemporáneos los enciclopedistas dieciochescos a comer y beber antes de la Revolución.

Parecía mentira verlo en la excelente fotografía del argentino Mordzinsky caminando por esas calles, en la flor de sus 97 años, como el último gran mito viviente del pensamiento y el saber del siglo XX francés. Todos sus discípulos y amigos desaparecieron hace tiempos. Las glorias del estructuralismo, al que se le atribuye la paternidad, murieron hace décadas en diversas circuntancias, como el gran polígrafo Roland Barthes, aplastado por un camión o el filósofo post-marxista Louis Althusser, loco, después de estrangular a su esposa. Y sus más famosos maestros, los grandes etnólogos Marcel Mauss y Levy Bruhl, vestidos con anacrónicas levitas, de bigote retorcido, sombrero y lentes quevedianos, se internan en un pasado remoto, mucho más cercano al siglo XIX que a este siglo XXI, por donde deambula ahora Levi-Straus con su sonrisa irónica de sobreviviente. A esos viejos maestros él rinde homenaje con afecto pero sin complacencia en las primeras páginas de su extraordinaria obra Tristes trópicos.

Levi-Strauss sobrevivió a todos los peligros en las selvas y planicies amazónicas en los años 30 y 40, a donde viajó para anotar la vida cotidiana, los usos y costumbres de las últimas tribus casi vírgenes del planeta; se salvó de todas las acechanzas en Oriente, a donde también fue en pos de los rastros fósiles del pasado humano; sobrevivió a la persecución nazi-fascista de los judíos y pudo huir de Europa en barcos que lo llevaron al Caribe y a Estados Unidos, cargado de maletas y apuntes; venció todas las fiebres tropicales y picaduras de mosquitos, culebras y zancudos; hizo temblar la mano de los asesinos o se salvó milagrosamente de atracos y asonadas en la inmensidad de las selvas, por ríos caudalosos y pueblos perdidos que recorrió con espíritu científico para explorar las leyes del parentesco, la arqueología de los tabúes y las coloridas costumbres, lenguajes y expresiones artísticas y míticas de los aborígenes, para él tan sabios o más que los bárabaros hombres civilizados de un siglo XX bañado en la sangre de las guerras.

Levi-Strauss está vivo: cuando responde a las pre guntas de algún periodista televisivo lo hace con una sabiduría y una inteligencia admirables no carentes de ironía. Desde su venerable ancianidad, en el fondo de un abullonado sofá de cuero, junto a los viejos relojes de su viejísima morada, al hablar de religiones y creencias, de saberes y sabores, el viejo nos muestra que su enorme talento y brillantez están por encima del tiempo. Ese anciano es más moderno que todos los jóvenes juntos y pertenece a una generación de sabios y hombres que vivieron jóvenes las dos grandes guerras y en medio del holocausto escribieron obras fundamentales como Mircea Eliade, Ernest Junger, Jean Paul Sartre, Hannah Arendt, Karl Popper, Isaiah Berlin o Walter Benjamin, entre otros muchos. Fue una generación que se fraguó en medio de las más atroces guerras de la historia y entre la precariedad escribió las obras más sólidas y luminosas. Y además del saber se expresaron por medio de escrituras, de estilos admirables.

El autor de Las estructuras elementales de parentesco, Raza e historia, Tristes trópicos, El pensamiento salvaje y Mitológicas, entre otros libros, saltó a la fama mundial y popular en 1955 cuando en Tristes Trópicos relató sus experiencias de etnólogo e investigador para el gran público. Publicado en la colección Tierra humana, dirigida por el viajero Jean Malaurie, especialista en los esquimales, Tristes tropicos se volvió rápido uno de los grandes libros del siglo XX. Lo escribi ó en unos cuantos meses, del 12 de octubre de 1954 al 5 de marzo de 1955, culpabilizado por violar el rigor de los grandes académicos y dejar libre curso a su prosa encantadora, para contar paso a paso las aventuras que vivió al hacer sus investigaciones en las tribus " salvajes " de Oriente y Occidente.

El libro comienza con la ya legendaria oración "odio lo viajes y los exploradores ", con lo que indicaba el horror que sentía al lanzarse a una obra de intimidades autobiográficas donde no campea la lejanía helada del lenguaje académico. Y todavía, medio siglo después de su publicación, no entiende porqué él es más conocido en el mundo por este libro y no por las otras obras suyas, que él considera decisivas. El secreto es muy simple: la prosa que esgrime Levi-Strauss en Tristres trópicos se alza al nivel de las mejores en lengua francesa, al lado de escritores como Voltaire y Chateaubriand, como lo atestiguan esas diez páginas sobre el crepúsculo, escritas en 1935 en el barco, antes de llegar a Brasil.

Es claro que el autor escribe con soltura, armado de todas las cualidades de una formación académica excepcional y también de un amplio conocimiento de los clásicos. No sólo lo que dice es profundo, conmueve, nos hunde en la extraordinaria aventura humana, ayuda a situarnos en la inmensidad del cosmos y del globo terráqueo y al interior de la naturaleza y las especies que lo habitan, sino que además está escrito por un mago de la escritura.

Su prosa vibra, huele, suena, sangra, se mete en los más extraños recovecos, levanta polvos milenarios, a través de extensos pasajes donde nos describe las maravillas del extenso Brasil con sus interminable selvas y sus ciudades en plena formación y la India con sus arcaicas metrópolis y su sorprendente actualidad. El París de sus años estudiantiles, el éxodo por la guerra, la aventura de participar en la fundación de la universidad moderna brasileña y la exploracion de la India y otros países e islas asiáticas quedan plasmadas en medio millar de páginas magistrales.

Pero lo increíble es que Levi Straus está vivo todavía entre nosotros como el tótem viviente de la aventura del saber y la palabra, una figura donde confluyen el rigor moderno de las ciencias humanas y el talento literario que lo izará sin duda al lado de los grandes prosistas de la lengua francesa.
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* Levi Strauss cumple 100 años a fines de noviembre

domingo, 9 de noviembre de 2008

EL GARCíA MARQUEZ MEXICANO


Por Eduardo García Aguilar

(Tomado de Excélsior, México, domingo 2 nov 2008)

La leyenda lo muestra en foto fija con sus camisas frescas de coloridas flores, con impecable traje claro y botines italianos, enfundado en el amplio overol de técnico novelístico, o en guayabera y pantalones de lino a la Gran Gatsby, junto a un coche de colección, ante las murallas de Cartagena de Indias.

Pero en el patio de la casa de Luis Cadoza y Aragón, en el número 1 del Callejón de las Flores, en Coyoacán, bajo un sol azteca de mediodía, entre sillas pintadas de azul con flores michoacanas y la alegría del coctel, García Máquez se aferra a las manos de Fernando Benítez en esta ciudad donde es libre y puede llamar a su vecino Alvaro Mutis para comentarle de un nuevo hallazgo musical o deambular en busca del restaurante donde en 1961 se comió unos tacos de nenepil. Una admiradora no se atreverá a pedirle un autógrafo para su cuaderno de firmas ilustres, iniciado por su madre en Roma, y donde hay firmas de D’Annunzio, Salvador Dalí y Rómulo Gallegos, pero Carlos Monsiváis, que es el único mexicano que deambula sin miedo por la bogotana Avenida 19, pasará a saludarlo entre la algarabía del vino.

De repente el maestro habrá desaparecido como por encanto de la casa del guatemalteco. ¿Dónde está el maestro? Tal vez lea Diario del año de la peste de Daniel Defoe en su casa de la calle Fuego, cubierta de hiedra, o levite con Melquíades en búsqueda de la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia, para volver por el río Magdalena hacia su infancia perdida. O tal vez se dedique a recorrer las calles de la ciudad donde fraguó su obra principal. Por ejemplo la colonia Portales, donde trabajó en cierta imprenta y filmó María de mi corazón de Jaime Humberto Hermosillo, y donde escuchó por primera vez la palabra cruda, que prefirió a la colombiana guayabo para referirse a la resaca en Crónica de una muerte anunciada. Esa misma ciudad que le dio a conocer los prodigios narrativos de Juan Rulfo y lo hizo reflexionar sobre el idioma castellano en sus diversas vertientes.

El maestro de Macondo dice en el artículo « La conduerma de las palabras » que, “para mí, el mejor idioma no es el más puro, sino el más vivo. Es decir: el más impuro. El de México me parece el más imaginativo, el más expresivo, el más flexible. Tal vez porque es la lengua de emergencia de una nación que olvidó los idiomas nacionales antiguos, y al mismo tiempo aprendió mal el que trajo Hernán Cortés. La síntesis logra a veces dimensiones mágicas. Sólo un botón de muestra: en México existe, con su significado completo, la palabra mendigo. Pero hay otra, que es la misma, pero pronunciada como esdrújula: méndigo. Suele usarse más como adjetivo, y significa, más o menos, miserable. Los mexicanos tienen para las dos una explicación deslumbrante: Mendigo es el que pide limosna, y méndigo el que no la da.”

Además del nombre de Eréndira, que descubrió en la región tarasca para el personaje de la adolescente explotada por la desalmada abuela, en México se impresionó por la existencia de los fríjoles saltarines que se mueven al parecer por la obra de una larva interior, o por el ajolote o axolotl, el extraño animal de aguas que maravilló a Cortázar, o por los nombres fulgurantes descubiertos y combinados por Rulfo en las lápidas de las tumbas, como Fulgor Sedano, Matilde Arcángel y Toribio Alzate, entre otros, o por el pie de Santa Anna y la mano de Alvaro Obregón, sin mencionar las habladas de borrachos, las mulatas destrampadas y el vivir un poco al desgarriate, o los petates del muerto.

Idioma prehispánico y novohispano en plena ebullición, el de México se tensa con el inglés vecino, para dar unas de las formas del habla más vivas en el ámbito hispanoamericano y prueba de su fuerza ha sido la presencia incesante de escritores del resto del continente en ese país, desde Rómulo Gallegos a Barba Jacob, desde Demetrio Aguilera Malta a Otto Raúl Gonzalez, desde Pablo Neruda a Manuel Puig, sin mencionar el amplio exilio español, argentino, chileno y centroamericano. En todas esas obras hay huellas del esplendor del habla mexicana y puede decirse sin temor a dudas que el latinoamericano o español que haya vivido en la que fue antes nueva España termina por flexibilizar el instrumento que da vida a su obra.

El caso de García Márquez no es la excepción: desde los guiones literarios que escribió cuando se creyó traicionado por la literatura hasta Cien años de Soledad, y desde esa obra central hasta los cuentos de La increíble y triste historia de la cándida eréndira y de ahí para adelante, excepto tal vez El otoño del patriarca, que escribió en Barcelona, México ha sido sustancia necesaria de su obra. El rastreo de esos rasgos no es difícil, pero la obra maestra que escribió en una casa de San Angel Inn entre 1965 y 1966, no hubiera sido la misma sin las incrustraciones del vivo idioma castellano hablado en México y sin el entusiasmo de vivir en un crisol central de la cultura latinoamericana.

El México donde circulan todos los libros y todas las ideas, el México de los desterrados interiores o exteriores, pero en especial el México de los muertos y los fantasmas, el México surreal de Buñuel, ese México de las calaveras que es todo ficción y termina por devorar a los creadores que lo habitan en el más fascinante delirio. El México que reclama con todo derecho a su hijo García Márquez, al mismo tiempo que lo hace la Colombia andina, el Caribe, la madre patria España y las múltiples encrucijadas del Mediterráneo, mar en torno al que nacieron la Odisea y la Eneida, la Biblia, El Corán, la alquimia y las Mil y una noches, entre otros mundos que nutren de punta a punta la obra de este García Márquez más mexicano que el mole.






EL EJEMPLO DE OBAMA PARA COLOMBIA


Por Eduardo Garcia Aguilar

El triunfo histórico de Barack Obama en Estados Unidos y el fin de la pesadilla neoliberal y bélica del cow boy George W. Bush, debería traer consecuencias a largo plazo para Colombia, país que vive desde hace siglos bajo el dominio de una férrea oligarquía bogotana aliada a los gamonales regionales y a la delincuencia narcoparamilitar o de cuello blanco que le es útil y luego desecha.

Al llegar a la presidencia norteamericana, cerrando el ciclo iniciado por los luchadores sociales negros que se enfrentaron a los esclavistas del sur y al realizar el sueño de los asesinados Martin Luther King y Malcom X, Obama logra un efecto simbólico que puede traer consecuencias salutarias en el mundo. Antes, el gran líder negro sudafricano y Premio Nobel de la Paz Nelson Mandela logró con paciencia desde la cárcel encabezar una revolución imposible contra el Apartheid de los colonizadores blancos, convirtiéndose en líder moral de las causas humanistas mundiales.

Poco a poco en América Latina, desde el margen, aparecieron líderes populares en países donde las oligarquías dominaron a lo largo del siglo. En Brasil el obrero Lula da Silva llegó al poder y fue reelegido en comicios intachables, en Venezuela el polémico mulato Hugo Chávez fue elegido democráticamente, en Bolivia el indio Evo Morales logró el poder en elecciones limpias y en Ecuador Rafael Correa se impuso con las armas del voto. Estos ejemplos se agregan a la alternacia aplicada en el resto de países latinoamericanos. México vivió una revolución a comienzos del siglo XX que dio apertura a los campesinos e indígenas, hasta entonces dominados por una feroz casta aristocrática que llegó a su clímax con los « científicos » de Porfirio Díaz.

El Partido Revolucionario Institucional logró durante medio siglo en México, con su lema « Sufragio efectivo, no reelección », airear las élites de poder y ofrecer movilidad social. Las legislaciones agrarias e indígenas contra el latifundo y por el ejido y otras formas de propiedad comunal, lograron relativa estabilidad en el campo. El lema « Sufragio efectivo, no reelección », así como la aplicación de leyes contra el latifundio y por la propiedad comunal serían útiles en Colombia para airear las élites de poder, garantizar la alternacia y traer cierta concordia en el campo. En eso llevamos siglos de atraso y tal vez la marcha indígena actual hacia Bogotá es un primer paso histórico de corte obamiano.

En Centroamérica los regímenes más duros llegaron a su fin y después de los acuerdos de paz con las guerrillas, países como Guatemala, El Salvador y Nicaragua buscan con dificultad la estabilización de sus democracias, mientras luchadores tan importantes como los premios Nobel de la Paz Rigoberta Menchú y Oscar Arias alzan la bandera de la tolerancia.

Sólo en Colombia el movimiento de la historia que en toda América llevó al cambio y a la alternacia, se ha mantenido congelado con la represión de las oposiciones por parte de una oligarquía bogotana que domina todas las esferas del poder: ejecutivo, legislativo, prensa escrita, televisón, radio, economía, diplomacia, banca, empresa, dejando al resto de colombianos sólo la tarea de ser sirvientes o forajidos. Cuando alguien se opone a los designios de la oligarquía se le califica de resentido, subversivo, lobo, mamerto, negro, indio, guerillero, terrorista y en casos extremos se le asesina, como ocurrió con Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán y miles de sindicalistas, campesinos o líderes populares que reposan, anónimos, en las fosas comunes.

Actualmente el lenguaje de la Casa de Nariño es el de la violencia y la intolerancia y la descalificacion implacable de todos los críticos y opositores nacionales y extranjeros. En vez del análisis serio de los problemas nacionales y de la coyuntura internacional, se usan dos o tres adjetivos reiterativos con los que se quiere resumir la historia y la actualidad sociopolitica del país. El gobierno actual actúa como los avestruces que esconden su cabeza en la arena para no ver la realidad circundante y enfrentarla con inteligencia y ponderación. Todavía no ha visto lo que pasó en Estados Unidos. Colombia se convirtió así en el avestruz del continente.

Y ocurre algo que nunca pensamos ocurriría en un país donde hasta los viejos oligarcas respetaban las reglas de la no reelección y no cambiaban la Constitución a su antojo como si fuera un trapo de cocina. Ahora un hombre quiere perpeturse en el poder cerrando el paso incluso a los delfines de la propia oligarquia que lo apoya y hacen ya fila con sus apellidos bogotanos para llegar al llamado solio de Bolívar. Algunos analistas dicen que hablar de oligarguia en Colombia es anacrónico: pero bastaría una somera revisión de las esferas de poder actuales para darnos cuenta que sólo algunas familias dominan todas las instancias del poder político, ejecutivo y mediático y que los nombres barajados en las élites como posibles candidatos presidenciales son casi todos nietos de expresidentes.

Desde la Zona Rosa de Bogotá esas élites no ven a la otra Colombia y si la ven es sólo para bombardearla o llevarla a las fosas comunes. El parte de victoria es el número de abatidos como ratas, pero nada más : nunca se preguntan por qué miles de siervos y peones se van a los montes y ni siquiera quieren escucharlos como en su tiempo no escuchaban a los negros en Estados Unidos y a los indios en México, Bolivia y Guatemala. Ojalá que la oligarquía nuestra aprenda la lección de Obama y que aires de verdadero cambio democrático reinen por fin en una Colombia sin Apartheid.