lunes, 19 de noviembre de 2007

EDUARDO GARCÍA AGUILAR: UN ESCRITOR APÁTRIDA EN PARíS


Su infancia la vivió en Manizales junto con su familia. Adelantó estudios de Economía política en Francia. En la capital azteca, se consolidó como uno de los principales exponentes de las letras caldenses y colombianas. Algunas de sus obras se han traducido al inglés, francés y bengalí.

POR MARCELA CERÓN RUBIO


Intelectual y exiliado por convicción, son las palabras que definen al escritor manizaleño Eduardo García Aguilar, uno de los máximos exponentes de la literatura caldense y colombiana de los últimos años. Este viajero incansable, amante del vino y la poesía, está radicado actualmente en París, en donde se desempeña como reportero de la Agencia France Press –AFP- para América Latina.

La niebla, las casonas de arquitectura Art decó y la sabiduría de los viejos ataviados con sombreros Stetson, gabardina y paraguas, muy comunes en la almidonada Perla del Ruiz de los años cincuenta, fueron imágenes que se quedaron para siempre en la memoria del niño inquieto, quien acompañaba a su padre en las tardes, cuando se dirigía a la oficina que tenía encima del café Osiris, en la carrera 21 con calle 21.

Don Álvaro García Cortés fue el culpable de que el segundo de sus tres hijos quedara “infectado de por vida y sin remedio”, con ese bicho raro, como él mismo define la literatura, desde temprana edad. Allá, en la casona de la carrera 19, junto a sus hermanos Luz Elena y Humberto, empezó la lectura de los autores que marcaron su devenir literario y su rebeldía, en una ciudad, considerada como Merdiano Cultural, pero aferrada a la tradición de las abuelas rezanderas y las tías mojigatas, quienes veían pasar la vida a través de los postigos empotrados en las fachadas de bahareque.

EL NOVEL ESCRITOR

La década del sesenta fue una época de grandes protestas estudiantiles en Manizales, después de la muerte del Che Guevara en Bolivia, símbolo de justicia y paz. En ese periodo, el bardo caldense ya hacía sus pinitos de escritor en el rotativo local, en donde le publicaban artículos sobre autores como José de Vasconcelos y otros generalmente franceses, pensadores que lo sedujeron, gracias a sus estudios del idioma galo en la antigua Alianza Francesa, ubicada en la carrera 23 entre calles 25 y 26.

La comarca, pérdida entre sus tardes de lluvia, bruma y rosarios interminables, por las que deambulaba el novel escritor y se topaba con el loco Leonardo Quijano, apenas si conocía el acontecer de una Colombia, que escuchaba las noticias protagonizadas por estudiantes y obreros parisinos, quienes se tomaban la Ciudad luz, para protestar por el régimen de Charles de Gaulle; norteamericanos que habían conquistado la luna, y los 400 mil jóvenes que asistieron al Festival de Woodstock, bajo la consigna “Tres días de música y paz”.

Gracias al suplemento literario Paradiso dirigido por el pintor y escritor Mario Escobar Ortiz y los turistas que venían a estas breñas colgadas de los Andes, García Aguilar tuvo la oportunidad de conocer las obras de aquellos, que ya tenían un lugar predilecto en las letras de molde latinoamericanas como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges y Alejo Carpentier, entre otros.

Las posturas ideológicas maoístas que adoptó con otros extraviados en los laberintos de la palabra como Oscar Jurado, Rodrigo Acevedo, Roberto Vélez Correa y Jaime Echeverri, incidieron para irse a la capital del ajiaco, a tirar piedra y a estudiar sociología en la Universidad Nacional, no sin antes corretear por las calles de esta urbe cafetera, a Pablo Neruda y Jerzy Grotowsky, para pedirles un autógrafo y beber de su sabiduría.


DESDE BOGOTÁ A PARÍS

A comienzos de los setentas llegó a Bogotá, un muchacho joven, que dejaba ver detrás del cabello ondulado y lentes de pasta negra, una inteligencia y grandes capacidades para la escritura, pues una vez partió de la aldea, había ganado un concurso de cuento y unos cuantos pesos, que lo motivaron para seguir por el camino sin retorno de las letras esquivas, las cuales ganaban cada día, en cada página a uno de sus representantes más consagrados.
Dos años después de estudiar Sociología en la capital colombiana, que lo acogió sin recelo como un paisa en busca de fortuna, viajó a París en abril de 1974, en donde adelantó estudios de Economía política en la Universidad de Vicennes, París VII. El dominio de la lengua de Víctor Hugo, le dio la oportunidad de compartir con intelectuales de todas partes, en un año en que el pueblo lloró las muertes del escritor Miguel Ángel Asturias y del político Juan Domingo Perón, en una América agitada por la izquierda y por el descubrimiento de los agujeros negros del científico británico Stephen Hawking.
La década del setenta culminó y con ella sus estudios en París, centro cultural que abandona para seguir como apátrida en ciudades como Estocolmo, San Francisco y por último la cosmópolis mexicana, en donde no solamente aprendió a tomar tequila y a descifrar sus códigos milenarios, sino que comenzó su carrera literaria a la par que se desempeñaba como corresponsal extranjero de la AFP.

MÉXICO: URBE LITERARIA
Su primer libro de cuentos Cuaderno de Sueños (1981) y sus novelas Tierra de leones (1986) y El bulevar de los héroes (1987), vieron la luz pública gracias a las rotativas aztecas y a la ayuda de amigos como el historiador Vicente Quirarte, quien fue uno de los invitados especiales cuando se realizaron los Juegos Florales, en la Perla del Ruiz, de los cuales García Aguilar fue su mantenedor, según reza un programa de 1997.
En 1986, El bulevar de los héroes fue la única novela de un latinoamericano, finalista del Premio internacional Plaza & Janés y traducida en 1993 por el inglés Jay Miskowiec, discípulo de Gregory Rabassa. Éste último traductor de las obras de Fuentes, Vargas Llosa y Cortázar, entre otros. Luego, apareció la novela El viaje triunfal (1991), la cual fue ganadora del premio de creación Ernesto Sábato de Proartes y traducida al bengalí por Supriya Basak y editada en Calcuta en el 2005.
En esta obra, según el escritor y ensayista Roberto Vélez Correa en su libro Literatura de Caldas 1967- 1997. Historia crítica “La literatura se convierte en sujeto y objeto del mundo imaginado del escritor manizalita, como vocación de su personaje principal, el sibarita, el trotamundos, poeta Arnaldo Faría Utrillo, quien desde adolescente acepta el grito de la sangre y sigue el mismo camino de su madre, la poetisa Ana Malo”.

OTROS TEXTOS
Mientras se consolidaba como un escritor extranjero en la tierra de Frida Khalo, escribió los relatos Urbes luminosas (1991) y los poemas Llanto de la espada (1992) y nació una amistad entrañable bajo la complicidad del whisky, los amigos y la literatura con el colombiano Álvaro Mutis, de quien escribió el libro Celebraciones y otros fantasmas: Una biografía intelectual de Álvaro Mutis (1993). Igualmente, escribió en periódicos como el Excélsior y Unomásuno, sus artículos, crónicas y ensayos del mundo cultural hispanoamericano.
Delirio de San Cristóbal. Manifiesto para una generación desencantada (1998) es una obra a manera de diario, en donde el escritor desde San Cristóbal de las Casas, relata su infancia en las calles empinadas de Manizales, la relación con su familia y sus amigos, y los viajes por las ciudades que lo han fascinado por más de 20 años de trasegar entre América y el viejo continente. Después, vendría Tequila Coxis (2003) que como él lo dijera, durante una entrevista en La Patria en 1997, “Tequila, porque es el centro de la ebriedad mexicana. Coxis, porque es una novela que reivindica el erotismo en la literatura”.

PARIS POR SIEMPRE
“Eduardo García Aguilar es la figura más importante que ha dado Caldas en la literatura, no sólo por su trilogía de novelas y poesía, si no porque nos ha representado muy bien en Mexico y Paris. Él ha sido un defensor de la literatura caldense, lo cual ha manifestado a través de sus columnas en La Patria”, según el filósofo e historiador Fabio Vélez.
“Uno vuelve siempre aquello lugares donde amó la vida”, dice una canción de antaño, y eso fue lo que hizo Eduardo, cuando decidió regresar en 1998, por asuntos laborales de la AFP, a la París de siempre, la del Sena, de los Campos Elíseos y la de los bulevares por donde se pasean las muchachas en verano. Allí, no sólo ha escrito innumerables artículos para periódicos y revistas, sino que publicó el libro Voltaire, el festín de la inteligencia (2005) y el poemario Animal sin tiempo (2006). Además, el poeta Stéphane Chaumet, tradujo al francés su poemario Llanto de la espada.
Ese es Eduardo García Aguilar, el manizaleño trotamundos, el periodista, el escritor, el bardo sin patria y sin tiempo, quien dice que “los poemas liberan porque nos comunican con la verdad del fin. La poesía es la constatación de que no tenemos ninguna salvación. Liberan porque nos conectan con la certeza de la muerte. El poeta es el que sabe que está condenado a morir y la poesía es el testimonio de esa condena”.