miércoles, 30 de mayo de 2007

UN POEMA DE AMOR ESCRITO EN COIMBRA

PASO POR COIMBRA

POR EDUARDO GARCÍA AGUILAR


Fresco aire de Coimbra bajo el sol.
Caluroso aroma de la tarde.
Luminosidad y palmeras bajas ante el firmamento.
Todo ello cruzado por el tren Oporto-Lisboa,
fruto maduro de añejos sueños.
Pese a que intentaste besarla frente al Duero,
la bella ha aceptado viajar contigo hacia Lisboa.
Entonces el vagón está lleno de complicidad y esperanza.
La colega de oscuros lentes escribe cartas de amor
y Portugal ya no es sólo un nombre lleno de mares
y ruinas espléndidas.
Su cuerpo delgado latinoamericano sabe a Coimbra
y se conjuga y se bebe con translúcido Oporto.
El cuerpo de la viajera con camiseta blanca,
jeans y sandalias, levita en la tarde de Coimbra.
Y el corazón ardiente vuelve a pulsar
con la energía de cierta arqueológica adolescencia.
Entre su aroma también escribo cartas de amor y poemas.
El aire añejo portugués vuela sobre la planicie
rota por chimeneas de abandonadas fábricas
o impregna la maleza que repta entre rieles.
¡Antiguo es tu nombre, Coimbra,como antigua la palabra amor!
Mansa la plenitud de la tarde, cuando se bebe
el inmerecido milagro del viaje junto a la viajera deseada.
Las palabras no bastan para cantarte entonces, Portugal,
si tu sonido viene acompañado del deseo.
El corazón pulsa ante el antiguo esplendor
y por los vagonesel aire embriagante de viejos vinos se adueña de ti.
¿Es eso amor?
Viajas a lo soñado a través de la eterna huida.
Y la palabra Portugal se conjuga con los labios de la viajera.
Y la noción de imperio marino viaja entre sus brazos.


Tren Oporto-Lisboa, 1998

martes, 29 de mayo de 2007

SOBRE EL TUSQUETS A EVELIO JOSE ROSERO

Un Gran Narrador Iberoamericano Premiado Con El Tusquets Evelio Rosero

Por Eduardo García Aguilar

(Difundido durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en noviembre de 2006)

El importantísimo Premio Tusquets que acaba de obtener con la novela Los ejércitos el escritor colombiano Evelio Rosero ---el más prestigioso para novela en el ámbito iberoamericano por la calidad de sus jurados y su lejanía de la corrupción editorial--- y cuyo anuncio se dio en la Feria Internacional de Guadalajara, puede ser una sorpresa para muchos, mas no para quienes hemos seguido su camino desde el inicio con admiración y alegría.
Da la casualidad que me encuentro hoy en las calles llenas de libros de esta entrañable XX Feria del libro de Guadalajara y en medio de la decepción que provoca la mediocridad del estrellato narrativo actual latinoamericano y en especial colombiano, la coronación de Rosero entre medio centenar de novelas por un jurado probo, es un gran acontecimiento para la narrativa colombiana y sin duda un giro sorpresivo que obligará a reposicionar la obra de varios autores de su generación, a la que Fabio Martínez ha denominado en su antología publicada por la Universidad del Valle, la Generación Sin Cuenta. Rosero (1958) comenzó desde muy temprano una obra literaria de méritos extraordinarios con una narrativa nerviosa, ágil, que nunca cedió a la facilidad y exploró los más inquietantes caminos de la locura y el horror de la vida. Con novelas como Mateo Solo (1984), Juliana los mira (1986), El incendiado (1988) y la para mí espectacular Las muertes de fiesta (1995), entre otras muchas obras, Rosero forjó un cuerpo narrativo de primer orden.
Un día antes de conocerse la noticia, conversando yo con Jorge Herralde al término de una conferencia del argentino Ricardo Piglia, el editor español recordaba la publicación en Anagrama hace dos décadas de Juliana los mira, obra que ya auguraba el aliento del narrador colombiano, quien como tantos otros de su generación ha sido rebelde y ha preferido cierto margen, lejos del arribismo desbordado y cerca de revistas milagrosas como Puesto de Combate, animada por Milcíades Arévalo. Pienso en escritores tan completos de la generación Sin Cuenta como Julio Olaciregui, Sonia Truque, José Luis Garcés, Juan Carlos Moyano, Tomás González, Fabio Martínez, Felipe Agudelo, William Ospina y otros más recientes como Pedro Badrán y Pablo Montoya, que deben estar celebrando este premio logrado con toda transparencia por Rosero. Han pasado los años y Rosero ha seguido ahí fiel a su estilo y a sus fantasmas sin ceder un solo instante a la feria de vanidades y corrupciones de la narrativa colombiana reciente, con sus ídolos falsos. Ya los adalides abusivos de cierta paraliteratura cantaban victoria haciendo tabla rasa de generaciones recientes y actuales y se pavoneaban como salvadores de pacotilla de la narrativa colombiana, acríticos y lambones ante el infame régimen paramilitar que nos gobierna. Con las motosierras de su arribismo ya habían enterrado a los excelentes escritores de la generación de la Bucholz, nacidos alrededor de los años 40.
En la fiesta convocada por Tusquets en el Centro de Industriales de Guadalajara, en ausencia de Rosero, se reunió el mundo editorial y literario iberoamericano asistente a esta Feria. Las copas iban de un lado a otro y yo trataba de apurar algunas de más a nombre de Rosero, que debería estar aquí celebrando. Gracias a él y por la alegría que siento de que sea coronado este rebelde colombiano, he saboreado y alzado al aire deliciosos cocteles de tequila. Beatriz de Moura, la gran editora de Tusquets, estaba muy contenta en medio del inmenso salón y preguntaba sobre la posición de Rosero en la literatura colombiana y el significado de este premio. Hablamos sobre quien es Rosero: un hombre libre, un autor de novelas espléndidas, un habitante de ese país en guerra gobernado por delincuentes asesinos, un ser humano que nuestra generación conoce porque es una antena eléctrica de los males y las muertes de fiesta nacionales. De Moura destacó que la novela premiada podría ser una alegoría de todas las guerras y su universalidad hace que esos ámbitos puedan situarse en los Balcanes u otros países encendidos por la conflagración bélica mundial, donde las fronteras se pierden en el horror y el dolor provocado por la codicia de los poderosos. Dice que es un texto claro, transparente, mientras Aurelio Major, el coordinador del Premio en esta ocasión, expresa a su vez la alegría por este acontecimiento.
Viene a mi memoria ese Rosero siempre silencioso o felizmente ebrio, en quien se resumían las nocturnidades de Bogotá City, en aquella vieja cafetería de la Librería Nacional de la séptima o en las Residencias Tequendama repletas de poetas iberoamericanos o tomándonos unos whiskies en la Feria del Libro de Bogotá, cuando se celebraba a los escritores de la diáspora. Seamos claros, con Evelio Rosero, Sonia Truque, Eugenia Sánchez, Juan Carlos Moyano, Pedro Badrán, Julio Olaciregui, Pablo Montoya, Julio Paredes, Consuelo Triviño Anzola, Octavio Escobar, toda una generación de escritores Sin Cuenta emerge desde los márgenes de una Colombia que excluye y mata. Todos ellos han llevado al extremo su compromiso con la palabra y la libertad. Ese ha sido su Puesto de Combate, el mismo iniciado hace tiempos por el legendario Gordo Valderrama en su suplemento de Vanguardia Liberal en Bucaramanga, luego por el Magazín cultural de El Espectador, la agitación incesante de Isaías Peña Gutiérrez a lo largo de décadas en diversas publicaciones y en el taller narrativo de la Universidad Central, los amplios espacios en la red de Cronopios de Ignacio Ramírez y mucho antes por el inolvidable Manuel Zapata Olivella en Letras Nacionales. O sea abrir espacios antes que excluir. Esa es una literatura que surge desde todos los puntos cardinales del país y desde todos los estratos y que no es confiscada por el obtuso exclusivismo de los "gomelos" de Medellín y Bogotá, para quienes lo urbano colombiano sólo existe allí alrededor del Gimnasio Moderno y que decretaban ya el triunfo de una paraliteratura que extermina al reciente pasado y al presente de la Colombia profunda. Con el Premio Tusquets a Rosero podemos decirles, chao, chao, bye, bye, nos vemos en el ring.
***El jurado del II Premio Tusquets de Novela estuvo integrado por Alberto Manguel, en calidad de presidente, Almudena Grandes, Alberto Ruy Sánchez, Francisco Goldman, Beatriz de Moura en representación de la editorial y Aurelio Major en calidad de secretario.
El premio consiste en 40.00 euros y una estatuilla diseñada por Joaquim Camps.

lunes, 28 de mayo de 2007

LAS MARAVILLAS DE CALCUTA

Por Eduardo García Aguilar

Pocas ciudades conmueven tanto como Calcuta, la mítica capital de Bengala, situada a las orillas del Hooghly, en el delta final del sagrado Ganges. Es un inmenso hormiguero de millones y millones de seres humanos que circulan entre polvo, contaminación, canícula o lluvia, en un incesante ir y venir de risas, lágrimas, miseria, riqueza, fiesta, generosidad, injusticia y amor inagotables. En los viejos muros de los edificios neoclásicos del antiguo esplendor colonial crecen árboles y plantas que florecen y echan raíces entre la humedad generalizada. Una mujer tiende ropa en una ventana y al lado, en los nobles muros de un palacio viejo, poblado tal vez antaño por un magnate, un alto funcionario colonial o un embajador, se explaya ahora un matorral de flores color fucsia, amarillo y rojo sangre, poblado de pájaros y monos sagrados.
Porque hay que escuchar los pájaros a la hora del crepúsculo tropical: cuando se avecina la noche llegan por cientos de miles desde las amplias extensiones del delta y se refugian en los árboles del patio de un palacete decimonónico convertido en Gran Hotel. Hacen un bullicio fenomenal, como si cada una de esas aves hubiera llegado para contarles a las otras las experiencias del día en los amplios campos cantados por viejos cantores de epopeyas, poetas budistas o Rabindranath Tagore. Y de repente, a las seis y media, de súbito y al unísono, como comandados por una fuerza natural escrita desde hace millones de años, esos cientos de miles de pájaros se silencian y duermen dejando un halo de paz, mientras uno bebe cerveza india y piensa en los viejos tiempos del comercio de especias, en los años de Marco Polo, en las naos de los aventureros portugueses, ingleses y británicos que llegaron allí.Surgida como un fortín y puesto comercial de la Compaía de las Indias Orientales en el siglo XVII, Kalikata fue compañera inicial de otros prósperos enclaves coloniales como el Chinsura holandés, los franceses Chandenagor y Pondichery y el Goa portugués. Luego de la decadencia final del imperio moghol musulmán, que dominó la India durante siglos construyendo mezquitas sobre los derruidos templos hinduístas o budistas, todo ese enorme imperio islamista invasor se fragmentó en un caótico entramado de feudos de maharajás y nababs, que finalmente aceptaron el triunfo británico.
Calcuta fue la capital colonial desde 1774 hasta 1911, cuando fue trasladado el poder a Nueva Delhi, al otro lado noroeste de la India. La joven urbe surgió de un depósito comercial instalado el 24 de agosto de 1690 en el poblado Kalikata por Job Charnock. Luego de que los ingleses derrotaron a los caciques locales se convirtió en la capital de las posesiones británicas. Y tras su corto esplendor, la enorme metrópoli de palacios inimaginables y lujosos edificios diplomáticos y burocráticos, construidos a imagen y semejanza de los del Imperio Británico, fue cubriéndose de moho y vegetación y creciendo de manera desordenada hacia todos los puntos cardinales, pero enriqueciéndose de cultura, poesía, arte e ideas religiosas, políticas y filosóficas. En su seno Ramakrishna a fines del siglo XIX y Vivekananda en el XX pretendieron reunir todas las religiones en una sola para tratar de terminar con las guerras religiosas y los odios fanáticos; allí escribieron el sublime Rabindranath Tagore o el profundo Jibananda Das; hizo cine el grandioso Satyajit Ray y lo hace hoy el moderno Mrinal Sen.Y aunque se habla de la Madre Teresa y de indigentes que duermen en la calle, rickshaws halados por famélicos, bellas esposas repudiadas y viudas indigentes, o niños enfermos, también es cierto que cada año la Feria del Libro impresiona porque desde todas las partes de la ciudad acuden cientos de miles de visitantes, niños y grandes, al encuentro con la próspera industria editorial bengalí que se despliega en el Maiden, un verdadero pulmón verde en el centro de la ciudad. De un día para otro crecen edificaciones efímeras de madera y surge una ciudad dentro de la ciudad, una metrópoli de libros con calles y avenidas de polvo que no da abasto a la muchedumbre.
Los bengalíes, que han sido rebeldes y se sienten orgullosos de ser el centro cultural de la India, están ávidos de conocimiento. Decenas de jóvenes abordan a este colombiano proveniente de la tierra del legendario Gabriel García Márquez para hablarle en el español que aprendieron con el joven hispanista Dibyajyoti Mukhopadhiay, director de estudios hispánicos en la Ramakrishna Mission, una torre de babel en pleno Calcuta, construida a fines del siglo XIX y donde todos pueden estudiar por unas cuantas rupias las lenguas del mundo. Ellos conocen a Pablo Neruda, a Miguel Angel Asturias, a Juan Rulfo y a Julio Cortázar y consideran a América Latina como una tierra hermana.El auditorio de la Feria es una construcción de madera cubierta de flores y decenas de materos de plantas exuberantes y hasta allí llegan los conferencistas que hablan ante ese público de piel quemada por el sol, elgante en sus trajes ceñidos de tela blanca de algodón, adornados con chalecos y vistosos tocados cilíndricos. A la salida, el viejo sabio Doctor B. Chakravarti, todo de blanco, me ha regalado y firmado los tres tomos de su investigación The indians and the amerindians, donde desarrolla, a través de minuciosas comparaciones iconográficas del arte prehispanico e indio milenario, la teoría de los vasos comunicantes y la hermadad que, según él, une desde hace muchos milenios a estas dos regiones antípodas del planeta.Terminada la Feria del Libro, la actividad cultural seguirá en el Indian Coffee House, en Bankin Chatterjee Street, en torno al barrio universitario lleno de casetas de libreros ágiles y entusiastas. Adentro del café se mueven las aspas de los ventiladores y en cada mesa el diálogo fluye entre taza y taza de té. Al salir cruzará por la calle un pastor con cien ovejas y más allá uno podrá comprar un coco en una tienda protegida de la lluvia con latas de Coca-Cola, junto a una imagen en altorelieve del revolucionario Lenín.
En la Sahitya Academy los escritores de Calcuta preguntarán sobre América Latina al recién venido y recordarán con orgullo los poemas de los siddhacharias budistas que son considerados las primeras formas del lenguaje bengalí, de los siglos VII y VIII de nuestra era. Y más tarde, en la casa del gran maestro casi centenario Annada Sankar, la más importante figura viva de las letras de Calcuta, los escritores de la ciudad participarán en el encuentro de un viajero colombiano nacido en Manizales con las inolvidables letras de Bengala, que lo dejarán marcado para siempre.Porque en el ejercicio del arte, las letras y el pensamiento, los bengalíes conservan una orgullosa fuerza milenaria alejada de la competencia, el comercio desbocado, el dinero, la codicia y la usura ciegas en que se hunden ahora las letras occidentales. Se nota en la mirada profunda y sabia de esos hombres y mujeres de todas las edades a la hora de sentarse en círculo a hablar y compartir la alegría de leer y pensar, la alegría de escribir y morir, que todavía allÌ la literatura es algo sagrado y terrenal como el polvo de las calles y la incesante lluvia traÌda por los monzones. Y por eso, a la hora de decir adiós y subir al avión de Air India, no queda más remedio que llorar de felicidad al saber que aún existe una ciudad tan real y tan mítica como Calcuta.

*******************************

sábado, 26 de mayo de 2007

JUNTO A LA TUMBA DE CHATEAUBRIAND EN SAINT-MALO




Por Eduardo García Aguilar

En el puerto corsario de Saint-Malo, ante el viento y las olas del norte, en la isla del Gran Bé, está situada la tumba del gran escritor francés Chateaubriand (1768-1848), autor de Memorias de Ultratumba, El Genio del Cristianismo, Itinerario de París a Jerusalén y de las novelas Atala y René, entre otras obras. Antes de morir pobre, este aristócrata bretón que vivió el Antiguo Régimen, la Revolución, las restauraciones y alcanzó a vislumbrar ya anciano la modernidad, pidió que fuera sepultado en la pequeña isla de su tierra natal para "sólo escuchar el mar y el viento" desde ultratumba.
Cuando baja la marea hacia el atardecer, el viajero cruza un camino cubierto de algas y sube a la isla por un camino modesto, dejando atrás las imponentes murallas del milenario puerto, uno de los más bellos del país. Y poco después se está junto al sepulcro de este prosista considerado como uno de los más grandes de la lengua francesa. Ante el precipicio sólo resta el sonido de las olas, que en tiempos de tormenta pueden ser gigantescas y golpear con furia las murallas, y el silbido persistente del frío viento de los mares del norte. Las gaviotas danzan frente al visitante que a lo lejos vislumbra los faros y las islas lejanas. En el sitio funerario no figura su nombre: sólo se ve una placa en un viejo muro de piedras, la lápida, una fea cruz rústica de granito y sobre la superficie funeraria algunas ofrendas de viajeros y admiradores del vanidoso escritor que aspiraba a figurar en la historia al lado de Napoleón Bonaparte y colaboró con todos los gobiernos y ocupó las más altas dignidades, siempre sin decidirse entre el Rey y la República. Pero la sorpresa para el curioso es que a diez metros de la tumba se puede ver y tocar uno de los indestructibles búnkeres de concreto construidos por los invasores nazis, como prueba de que la historia siguió su camino después de la desaparición del hijo ilustre de Saint-Malo.
Chateaubriand nació en Saint-Malo y luego fue trasladado al castillo de Combourg donde pasó el resto de la infancia al lado de su familia, tal y como lo relata al inicio de sus Memorias, cuando describe con detalle a sus ancianas tías abuelas, sobrevivientes reliquias del siglo XVII. Llegó la Revolución y como joven aristócrata tuvo que huir al exilio hacia el Nuevo Mundo. A su regreso supo con dolor que familiares suyos fueron guillotinados. Tuvo entonces la fortuna y la desgracia de vivir un siglo de acontecimientos excepcionales en Europa que significaron el fin del Antiguo Régimen y el surgimiento de nuevas realidades geopolíticas y sociales. Ser testigo de tantos cambios radicales y sangrientos lo hizo flexible y lúcido y lo llevó a utilizar su excelente prosa para dar testimonio de hechos inolvidables. Memorias de Ultratumbra es una de las grandes obras modernas al lado de las Confesiones de Rousseau o las Memorias del Cardenal de Retz, entre otras que usan un tono intimista en primera persona, sin las tiesuras ceremoniales propias del pasado.
Visitar este viejo puerto de piratas y corsarios es una peregrinación obligada de los amantes de la literatura, pues además de ser tierra natal de este extraordinario escritor, hay tanta carga de ficción en esos muros medievales restaurados después de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, que entre sus callejuelas parecen deambular los fantasmas de mil aventureros y viajeros marinos. Aquí llegaron indígenas del Brasil y norteamérica, de aquí partió Jacques Cartier a descubrir lo que hoy es Quebec y estas murallas fueron testigo por siglos de la trata de esclavos y de todo tipo de comercios mundiales.
Cada año se celebra aquí el festival Impresionantes viajeros, que conovoca a un centenar de escritores y poetas provenientes de todo el mundo. Los actos se realizan en la Casa Internacional de Poetas y Escritores, la casa natal de Chateaubriand, el Teatro del mismo nombre, el castillo medieval, mientras sigue en el puerto el ajetreo de los transbordadores que viajan a las islas de Jersey, Gernesey y Gran Bretaña. En calles, plazas y restaurantes se ven hombres disfrazados como en tiempos de los corsarios y los turistas vienen a ver caer el sol y el fenómeno de las mareas. Viejos y jóvenes sueñan con piratas y aventureros sin saber que el romántico Chateaubriand los mira desde el más allá viajando en el lomo de una fugaz gaviota o en el destello de un buque fantasma. Gracias a este mentor de lujo la literatura, que es arte de insensatos, rebeldes y utópicos, sigue muy viva aquí en Saint-Malo, como si fuera el mejor tesoro extraído de ciertos galeones hundidos.

********

lunes, 21 de mayo de 2007

GRECIA, ROMA Y LOS HITLERCITOS TROPICALES


Por Eduardo García Aguilar

Hitler no es una caricatura sino un personaje muy real y muy reciente que sedujo con sus gritos histéricos y sus desplantes de neurasténico a muchas personas del pueblo y a muchos intelectuales.


En las salas griegas o romanas del museo del Louvre suele uno toparse con frecuencia con los bustos de grandes filósofos y escritores de la antigüedad como Homero, Sócrates, Platón, Aristóteles y otros muchos que fueron inmortalizados por sus contemporáneos en mármol. Y con ellos se deambula por un bosque de obras maestras como el sátiro Marsyas colgado, que espera la muerte, sediento, en medio del suplicio.

Otras obras de una perfección sideral vienen a nuestro encuentro en las amplias salas silenciosas que nos muestran los instantes de una civilización antigua que en muchos aspectos jamás igualaremos los contemporáneos. En la sala etrusca uno puede ver objetos cotidianos y ataúdes gozosos donde los difuntos ríen o duermen o se abrazan para la eternidad. Basta visitar esas salas para recuperar un poco de confianza en el hombre, empecinado siempre en seguir el camino de la guerra, el odio y la avaricia. Después de caminar horas en medio de esos vestigios, de observar a través de las vidrieras el trabajo minucioso de los restauradores sobre obras inmensas y milenarias, el observador sale un poco reconciliado con el arte, el saber, el talento, el desinterés de aquellos viejos hombres que caminaban por el pueblo haciendo preguntas aparentemente idiotas como quiénes somos, de dónde venimos y para dónde vamos. Lo mismo ocurre cuando uno pasa delante del circo romano o el pequeño templo llamado la Casa cuadrada de Nîmes, en el sur de Francia, que por razones extrañas permanecieron indemnes después del derrumbe del Imperio Romano, para que podamos intuir la grandeza de aquellos tiempos, la riqueza, el orden y el talento de los lejanos ancestros que también conocieron el dolor, la guerra y el exterminio.

No hace medio siglo los europeos, que son descendientes directos de aquel esplendor, se trenzaron en una guerra espantosa que aún humea sobre las frágiles instituciones actuales. Sus aviones y ejércitos destruyeron ciudades enteras y convirtieron en ruinas millones de edificios y obras y, lo peor, condenaron a la muerte y al éxodo a millones de seres humanos por obra y gracia de un iluminado llamado Hitler, que sedujo a las masas de su país con su palabra agresiva y primaria llena de odio y mentira. A todo mundo calificaba de bandido, pero el bandido era él. A Hitler nada lo detuvo en su locura y en su desequilibrio para llevar a su pueblo a la derrota y a la destrucción, empecinado como estaba en purificar supuestamente a su raza y a limpiarla de toda escoria étnica y de toda disidencia. Este hombre desequilibrado de pocos estudios y una ignorancia notable condujo a su pueblo a la deflagración y al final, después de suicidarse en un búnker, dejó sólo ruinas a su alrededor, allí donde hubo antes trabajo, cultura, riqueza, arte y cabaret. Quería a toda costa el unanimismo delirante y sembró el odio entre los suyos por ese maravilloso pueblo judío que creció por siglos allí aportando riqueza, inteligencia y obras maestras y al que condujo a los campos de concentración y al éxodo. Y al opositor de izquierda, al defensor del trabajador y del obrero, al defensor del débil, lo persiguió con su agentes de inteligencia y sus SS y los hizo desaparecer uno por uno o por grupo en atroces vendettas de exterminio. Las fosas comunes se fueron llenando de opositores y supuestos agentes del extranjero.

Hitler no es una caricatura sino un personaje muy real y muy reciente que sedujo con sus gritos histéricos y sus desplantes de neurasténico a muchas personas del pueblo y a muchos intelectuales, escritores, políticos y pensadores, que recitaban con odio esos gritos de exclusión en toda América Latina y en otras partes del mundo. Para todos ellos era muy normal aniquilar y exterminar al adversario caricaturizándolo de judío, de comunista o de bandido e incitar a la «infame turba» al genocidio, la masacre, el asesinato, el descuartizamiento del otro, del que piensa distinto a nosotros y alza su voz a favor de los débiles y en contra de los delincuentes de cuello blanco que se hacen millonarios con transacciones ilícitas y por otro lado chillan odas a la moralidad, al orden y al trabajo que no practican.

Cada generación está condenada a la disidencia y a la crítica: si nuestros abuelos y padres tuvieron que enfrentar con dolor a la chulavita armada e intelectual de hace apenas medio siglo, a nosotros nos toca ahora presenciar con espanto la vitalidad de una neo-chulavita tecnológica asuzada por nuestros hitlercitos tropicales. A medida que salen los cadáveres de entre 10.000 y 31.000 colombianos asesinados y desaparecidos por una de las fuerzas más genocidas de la historia de nuestro país, no nos queda otra cosa que refugiarnos entre esas estatuas y esos rostros de sabios de la antigüedad y preguntar con ellos cosas tan idiotas como quiénes somos, de dónde venimos y para dónde vamos.


*****************

lunes, 14 de mayo de 2007

ANTONIN ARTAUD: EXCENTRICIDAD, LOCURA Y POESIA


Por Eduardo García Aguilar

En la futurista Biblioteca Nacional de Francia, situada al lado del río Sena, en uno de los sectores más modernos e inquietantes de París, no lejos del último manicomio donde estuvo internado, se presenta una amplia exposición sobre la vida y obra de Antonin Artaud (1986-1948), uno de los escritores malditos más excéntricos y atormentados del siglo XX.
Perseguido por la locura a lo largo de su vida, con varios internamientos en hospitales psiquiátricos, este hijo de la mediterránea Marsella representa una variante muy atractiva del ejercicio artístico por su cercanía con el martirologio y la inmolación en aras de la creación. Artaud es uno de los representantes típicos del "genio loco", arquetipo romántico que ha sido abordado con fascinación por muchos autores, al lado de los casos de Nietzsche, Nerval y Maupassant. En Francia, el ya fallecido Jacques Derrida, autor de De la Gramatología, escribió notables páginas sobre este autor que descubrió en la adolescencia en Argelia y a quien considera un caso básico para explorar a fondo en los arcanos de la escritura. Artaud no tiene nada que ver con los grandes santones de las letras francesas como André Maurois, André Malraux y François Mauriac y tantos otros que siguieron una carrera convencional entre la sociedad, cerca del poder y de los salones literarios, pero sí con marginales rebeldes tan notables como Louis Ferdinand Céline, Blaise Cendrars, Jean Genet o Jean Paul Sartre. Mientras los primeros engordaban perfumados, sentados como Panatgruel frente a jugosos perniles, Artaud enflaquecía y perdía los dientes al mismo tiempo que lo invadían las voces de la demencia.
Este poeta maldito fue la concreción de la belleza pura y del talento a ultranza y como Juana de Arco fue devorado por las llamas, convirtiéndose en mito. La exposición nos ingresa al mundo delirante de Artaud utilizando todos los instrumentos del multimedia: lo vemos en grandes pantallas en escenas de sus películas, como cuando representa a Savonarola antes de ser inmolado, escuchamos su voz de imprecación permanente, lo vemos actuar en películas del cine mudo, entramos en contacto con su letra atormentada escrita en las hojas de los cuadernos sin fin que podemos ver con las manchas de la cotidianidad, palpamos sus retratos de personas cercanas o médicos o enfermeras, viajamos a las tierras mexicanas donde vivió momentos de felicidad y tormento y seguimos las imágernes de esos indios cuyos rituales vivió con devoción iniciática.
En México, país de entrañable locura, lo recibieron los artistas como a uno de los suyos y dejó huella en artículos publicados en el diario El Nacional, luego recopilados con un prólogo del guatemalteco Luis Cardoza y Aragón. En el legendario Café París del Centro histórico de la capital mexicana los miembros de la generación de Los Contemporáneos y probablemente el joven Octavio Paz lo escucharon con atención cuando contaba su experiencia iniciática entre los Tarahumaras. Tal vez allí en ese México surrealista de Diego Rivera y Frida Kahlo, donde la colorida realidad es a veces más delirante que los delirios, Aratud fue feliz porque su locura francesa se volvía allí normalidad y porque los rituales prehispánicos embonaban con su mal. En la exposición las paredes están llenas de frases suyas extraídas de su desesperada correspondencia, cuando desde las celdas pedía a gritos y escritos su libertad. Se reproduce allí esa grafía mural por donde suelen expresarse los presos y los locos y en medio de imágenes, fragmentos de películas, cuadros, videos, el espectador se vuelve un poco demente a su vez para entrar en comunión con el mártir de la palabra. Y de manera paulatina vemos como de la belleza inicial, de ese rostro de galán cinematográfico, su figura va convirtiéndose en la ruina humana desdentada y demacrada que terminó por legar a la historia. Y nada más útil que ese rostro martirizado para suscitar la culpa de una sociedad que lava sus pecados glorificando a sus malditos, perseguidos, enfermos, leprosos, sifilíticos, mutilados.
Creador del teatro de la crueldad, poeta delirante inspirado por los paraísos artificiales y en especial por los efectos del peyote mexicano que consumió durante su visita a los indios tarahumaras, cercano a los surrealistas y dotado de un gran talento como actor y dibujante, Artaud pasó de los manicomios a la gloria como representante máximo en el siglo XX de la relación entre la locura y el arte. En un momento fue director irónico y onírico de la Oficina de investigaciones surrealistas, luego de que en 1924 ingresara al movimiento dirigido por su autoritario Papa André Breton, se orientó después hacia la teoría teatral en obras como en El teatro y su doble, donde busca sacudir al espectador y tras dejar huellas de su apostura en varias películas y obras teatrales, dejó via libre a su grafomanía en centenares de cuadernos que llenó en los años de internado en los hospitales de Rodez y Villejuif, entre otros.
Pero lo más increíble es que al final los médicos sabían que a través de su paciente pasarían a la historia y se tomaban fotografías con él durante las sesiones de electrochoques. Artaud era la estrella del hospital y se le otorgaban todas las facilidades para que escribiera o dibujara sin límites. Gracias a esa admiración del poder médico por el "genio loco" podemos hoy viajar por su cartas y libros. Cuando salió libre antes de morir y fue invitado por las autoridades literarias a hablar en conferencias, llevó aún más a fondo su rebelión: se levantaba de la mesa en mitad de una lectura y abandonaba a ese público que lo miraba con curiosidad, desenmascarando así la farsa de la escritura y la figuración. Todo escritor cuerdo en esta sociedad es ya de por sí un loco, pero mucho más cuerdo es y seguirá siendo el verdadero "genio demente", que como Artaud rompe todas las ataduras con la gloria y la difícil e infame tarea de obtenerla.
*********************

sábado, 12 de mayo de 2007

SIMPATIAS Y DIFERENCIAS CON GERMAN ARCINIEGAS

Por Eduardo García Aguilar

Durante muchos años El estudiante de la mesa redonda (1932) y Biografía del Caribe (1945), desde sus sólidas ediciones argentinas, circularon por encima de las fronteras y fueron traducidos a varias lenguas, convirtiendo al bogotano en clásico continental.
En tiempos de recrudecimiento de la intolerancia en América Latina es refrescante celebrar a un longevo colombiano que estuvo caracterizado por el ejercicio del diálogo y la polémica y que murió como un personaje de realismo mágico antes de cumplir los cien años (1900-1999). Este patriarca viajero, que tuvo la edad del siglo XX, perteneció a una amplia generación de latinoamericanistas que, desde diversos matices y temperamentos, lucharon por la implantación de la democracia en un continente que vivía y vive desde siempre anegado en pobreza, violencia atroz, luchas fratricidas y caudillismo.
Marcados en el norte por el entusiasmo generado por la Revolución Mexicana y las acciones culturales del ministro José Vasconcelos, y en el sur por la rebelión estudiantil de Córdoba o el ideario de Víctor Raúl Haya de la Torre, se caracterizaron por una creatividad desbordada al servicio del continentalismo: Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri en Venezuela; José Vasconcelos y Alfonso Reyes en México; Pedro Henríquez Ureña en República Dominicana; José Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez en Perú; Baldomero Sanín Cano y Jorge Zalamea en Colombia, y Aníbal Ponce y Enrique Anderson Imbert en Argentina, fueron algunos de esos nombres que inundaron las páginas de diarios y revistas con esa fe latinoamericanista que ahora se cambió por el canto uniformizador de la sirena tecnocrática o el caudillismo unanimista. Al mismo tiempo, y sin necesidad de afirmarse, Jorge Luis Borges, más excéntrico y escéptico, se comía al mundo sin bandera.
Creían entonces que era posible conducir al conjunto de naciones del área hacia la convivencia pacífica, en el marco del renacimiento cultural y el diálogo abierto entre opiniones diversas sobre los rumbos a seguir. Surgidos al calor del auge periodístico, algunos de esos hombres trataban de seguir las huellas de antecesores modernistas como el colombiano José María Vargas Villa y el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, los más grandes best-sellers idolatrados de la época y de quienes hoy pocos se acuerdan. Arciniegas tuvo del primero, que era espantoso escritor, el gusto por el escándalo, y del segundo una redacción más pulida y llena de color, aunque comparten ambos la ligereza y la imaginación desbordada.
Estos buenos hombres íntegros y discretos que eran civilistas, universitarios, funcionarios, diplomáticos, editores, capitalinos de sombrero Stetson, bastón, chaleco, corbata negra y cuello duro, florecieron en la primera mitad del siglo XX en todo el continente y hoy por hoy nos parecen extraños animales en vías de extinción. Después de muchas décadas hombres como estos constituyeron el primer esfuerzo latinoamericano por pensar desde las universidades sin complejos frente al Viejo Mundo. La mayoría de ellos como el derrotado Vasconcelos, uno de los prosistas más notables del siglo y cuyas memorias son lectura fundacional para todo latinoamericano, terminaría vencido, en el exilio, apedreado, pateado, salvo Arciniegas, que siguió fiel a su entusiasmo, cercano al poder y a las dignidades que le encantaban.
A través de los libros de Arciniegas, muchos entraron al mundo ficticio del pasado continental lleno de Coatlicues y príncipes de taparrabos y plumas, virreyes de peluca y zapatillas, bucaneros tuertos y con pie de palo, reyes lejanos, mercaderes, esclavos negros y bellas cortesanas, inquisidores, fantasmas, vírgenes, monjes y libertadores, en lo que constituía el catálogo barroco de los abalorios históricos del continente a lo largo de 500 años de colisión con el Viejo Mundo. Él supo captar con sus relatos la atención de varias generaciones de estudiantes y autodidactas de los tiempos de antes de la televisión, convirtiéndose en documentalista de las tragedias y hazañas de los héroes.
Durante muchos años El estudiante de la mesa redonda (1932) y Biografía del Caribe (1945), desde sus sólidas ediciones argentinas, circularon por encima de las fronteras y fueron traducidos a varias lenguas, convirtiendo al bogotano en clásico continental. Cosa extraña de la historia, tanto él como esa generación de intelectuales civilistas que trabajaban en la primera mitad del siglo para sus gobiernos y peregrinaban cada año a París, en ese entonces capital cultural latinoamericana, fueron arrasados por el renacimiento de un neotelurismo literario que desplazó el interés por esa reflexión tolerante.
Arciniegas y otros intelectuales pasados de moda en tiempos de revoluciones, vivieron décadas de ostracismo hasta que las nuevas generaciones académicas empezaron a restablecer un puente con ellos, para volver a "pensar" con calma y civilismo, y no con las llamas y la atractiva exuberancia ideológica de las últimas décadas. Es posible que la obra de Arciniegas haya sacrificado el rigor en aras de la difusión, alejado la prueba documental en vez de cotejar archivos, y dado voz especial a la anécdota para sentarse en la amenidad periodística, pero es innegable que sus libros y miles de artículos encendieron y animaron a muchos.
Este prosista y sus afines polígrafos, que nadaron entre el ensayo, la ficción y el discurso, pueden contribuir en estos momentos a una revisión más amable de las discrepancias continentales, cuando grados indecibles de pobreza, enfermedad y analfabetismo vuelven a la región ante la mirada egoísta e indiferente de la mayoría de sus castas, hipnotizadas por el progreso y el camino hacia la quimera del Primer Mundo.
En sus mejores libros Arciniegas reivindicó el derecho de los millones de aventureros pobres que, según él, poblaron América a través de los siglos, y predica la solidificación de esa mezcla de razas en busca de una nueva tierra. No deja por supuesto de ser difícil a veces la lectura de muchos de sus textos de ocasión, pero el mérito mayor es que no se dejó devorar por ellos y emprendió obras más ambiciosas, para romper con la tradición devoradora del diarismo. El periodismo y la política fueron y son los cementerios más terribles del talento latinoamericano, pero Arciniegas, que fue ministro y diplomático, logró sacarle el cuerpo a ambos con la alegre irreverencia del "estudiante" eterno que reivindicó en su primer libro famoso.
**********************

jueves, 10 de mayo de 2007

EN COMUN, SOLAMENTE EL ACENTO

El Día de Colombia congregó a autores tan diversos como Santiago Gamboa, Efraim Medina Reyes, Juan Gabriel Vásquez o Eduardo García Aguilar

ANGÉLICA TANARRO/VALLADOLID

«El escritor colombiano es cada uno de los escritores colombianos». La frase de Santiago Gamboa (Bogotá, 1965. Autor de 'Los impostores' y 'El síndrome Ulises') sirve para tomar el pulso a un estado de ánimo. Ayer era el Día de Colombia en la Feria del Libro de Valladolid y distintas voces literarias fueron congregadas en las dos mesas redondas de la tarde. Sin tema preestablecido, cada cual con su trayectoria a cuestas y sus vivencias particulares en el 'oficio de nombrar' que era como Octavio Paz se refería a la literatura. Unidos por el país de procedencia, por el acento y, en la mayoría de los casos, por vivir fuera de su país. Y rebeldes ante cualquier etiqueta, ya venga del exterior o se plantee desde sus mismas filas.
Eduardo García Aguilar (Manizales, 1953. Autor de 'Tequila coxis' y 'Una biografía intelectual de Álvaro Mutis') abrió la caja de los truenos cuando, refiriéndose a esa circunstancia común de estar fuera de Colombia, dijo «me voy, luego existo». «Me voy luego existo como escritor», añadió para extenderse después en los problemas de un país cuya historia ha estado marcada por la guerra, la violencia, las masacres. Denunció que en su país «se está cometiendo un genocidio a cargo de los paramilitares de extrema derecha, que apoyaron a Uribe en el poder, y puedo decirlo porque estoy fuera de Colombia. Dentro me asesinarían por decir esto».
Efraim Medina Reyes (Cartagena de Indias, 1971. Autor de 'Érase una vez el amor pero tuve que matarlo' ) dijo que a pesar de residir en Italia había vivido la mayor parte de su vida en Colombia y no se imaginaba la vida en otro lugar. Dibujó una experiencia completamente distinta. «Crecí en Cartagena y luego en Bogotá y jamás vi un guerrillero. Cuando me han disparado ha sido por una discusión a causa del alcohol, por pendejadas, no por causas políticas. Y esa realidad de guerra, que existe, yo no la he percibido. Nací en una familia muy humilde, con dificultades de todo tipo, pero feliz. En Colombia hay otras experiencias que no tienen que ver con la guerra o la violencia. Y yo amo a mi país con guerra o sin ella. Fuera me aburro muchísimo».
Medina Reyes, que carga con un cierto sambenito de 'enfant terrible' afirma no tener compromisos. «Me importa un pimiento si el mundo se acaba o se extinguen los delfines rosas. Me interesa la vida en un plano corto. Hay algo psicológico que me impulsa a escribir: las criaturas enfrentadas a su propio devenir. Nadie, ni siquiera en la experiencia de un campo de refugiados vive la guerra como una crisis cósmica. Vive su día a día».
Gamboa afirma rotundo: «Mi literatura no la define el problema político de Colombia. Es la mirada eurocéntrica sobre América Latina la que exige al escritor de América Latina una definición desde el punto de vista político. Es como si hubiera además una obligación de informar sobre la historia del país de origen. A ningún escritor belga se le exige que informe sobre Bélgica en sus novelas. A nuestra literatura se le exigen cosas como exotismo, evasión, revolución o compromiso. Pero esto es paternalismo europeo. Para que la literatura exista no es necesario ni irse ni quedarse. Este es un debate agotado».
Hubo además otras voces. La de Pedro Sorela (Bogotá, 1951. Autor de 'Ya verás') para quien las banderas y nacionalidades en literatura forman parte del negocio editorial o la de Consuelo Triviño (Bogotá, 1956. Autora de 'La casa imposible') quien se quedó sola defendiendo la postura de que sí existe una literatura colombiana. «Existe. Otra cosa es desde qué punto de vista empezamos a definirla. No sé si es cuestión de estilo o temática. Pero cómo no va a haber una literatura colombiana existiendo faros, autores tan importantes como García Márquez que nos han influido a todos, tanto para situarnos en su rastro y reconocer su enseñanza o para desmarcanos de ellos».